Presidencialismo y controles

Me levanté en una Colombia regida por el poder presidencial. Y me gustó. “A mí me gustó”, como dice la señora del aviso, luego de escuchar en la guitarra de su hijo las más horribles disonancias.

Presidencias de cuatro años estables, casi con la sola interrupción de la dictadura de Rojas, auspiciada por uno de los dos partidos que había perdido el poder, fueron las que me correspondió vivir desde una infancia extrañamente politizada.

Como cámbulos y gualandayes, los unos fueron conservadores, los otros liberales. Desacomodar la tradición de los cuatro años fue, a mi juicio, un error, que se cobra con segundos períodos extralimitados en funciones, que terminan refundando la República.

Tocar las constituciones es siempre desestabilizador. Todo comenzó con llamar a un presidente “el irreemplazable”, del cual se despotrica hoy en día, mientras se disfruta de igual prolongación del poder y de la reforma que el irreemplazable propició en el año 2004.

Pero una Presidencia de cuatro años está bien. Y ha de ser controlada y contrapesada por los otros poderes de Montesquieu, lo más independientes que sea posible, de preferencia originarios en partido distinto al de gobierno o, si se trata de las Cortes de Justicia, que sean de renovación autónoma.

Aunque el llamado Ministerio Público no se considera parte de la tridivisión del poder, tampoco debería depender del Ejecutivo; la dinámica política, sin embargo, produce hechos como que el Gobierno y sus bancadas, que son varias, elijan procurador general, añadidos otros grupos parlamentarios no determinantes, con 92 de 95 votos posibles y sus dos émulos con un cero cada uno. Y a propósito, estos últimos se prestaron como relleno de lo que ya estaba cantado, al igual que los numerosos que aplicaron a fiscal general, no hace mucho, por una de esas simulaciones palaciegas.

El presidente Santos, amo, señor y Nobel, cuenta ya con todos los poderes de control, luego de propiciar el retiro del único alto funcionario que lo cuestionaba. Y se le conoce como demócrata, pero acaba de ver desarticular el poder absoluto que, a nombre de la paz, le tenían preparado los acuerdos desechados por la soberanía popular.

Singular plebiscito que el mandatario mismo provocó, manipuló desde un gran poder burocrático y de medios y cuyo resultado favorable anunció con anticipación a la Nación y al mundo, el mismo que le estalló en las manos.

***

Puede ocurrir que se llegue el día de recibir el premio que le confirió Noruega, garante de las negociaciones de La Habana, sin que asome una paz en firme; ni tiempo hay para desenredar el ovillo de las pretensiones de los rebeldes, más las manifestaciones por una solución ya, cualquiera que ella sea, y la resistencia civil de un resto de país apegado a sus tradiciones.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar