Promisorio giro argentino

Una gran muestra de madurez democrática dieron los argentinos el pasado domingo. En la segunda vuelta de las elecciones presidenciales (ballotage, la denominan allí) acudieron unos 25 millones de votantes a las urnas (una participación del 81 %) en un ambiente tranquilo, sin incidentes, a pesar de que las elecciones sacan a flote el agudo apasionamiento con el que ese país vive la política.

El apretado triunfo de Mauricio Macri, el candidato de la coalición de centro derecha Cambiemos, con el 51,4 % de los votos (casi 13 millones), no le permitirá gobernar con la cómoda mayoría de la que gozó el kirchnerismo, pero igual su triunfo ha despertado un razonable grado de optimismo no solo en sus filas sino en buena parte de la comunidad internacional, que toleró, en unos casos, y padeció, en otros, el estilo confrontacional de la saliente presidenta Cristina Fernández.

Historiadores argentinos apuntaban ayer que es la primera vez en 99 años que un presidente elegido democráticamente no tiene origen en el partido radical ni en el peronismo, si bien en la coalición ganadora hay presencia de dirigentes de ambas corrientes.

Mauricio Macri, exalcalde de Buenos Aires, ganó a pesar de haber sido objeto de una intensa campaña de miedo que lo dibujó como un neoliberal enemigo de los subsidios, las prestaciones sociales y los programas asistenciales.

El nuevo presidente tendrá que enfrentarse a sectores adversos muy radicalizados, pero sobre todo a una realidad económica que, sin duda alguna, es la más acuciante tarea en lo inmediato, junto con la lucha contra la corrupción.

Hay cifras contradictorias, pero para las mediciones creíbles el nivel de inflación será este año cercano al 25 %, y se prevé que el año entrante sea incluso próximo al 35 % por efecto de la devaluación que se espera inevitable. El crecimiento para 2016 se calcula en apenas el 0,9 %. El trabajo informal en Argentina es del 33,1 %, y la pobreza se ubica, sin ser de las más altas de América Latina, en el 21,8 % de la población.

No obstante, en lo que Macri entró haciendo una diferencia mayor, ayer en su primera intervención pública como gobernante electo, es en política exterior. Con nombre propio: Venezuela. No estará dispuesto el nuevo presidente de la República Argentina a dejar pasar en silencio la continua, creciente, violación de las garantías democráticas de los ciudadanos y de los derechos políticos de los opositores. Pedirá a Mercosur que aplique la cláusula democrática a Venezuela o, de lo contrario, que dicho país sea suspendido del ente.

Es un mensaje valiente a América Latina, tan timorata al exigir la vigencia de los principios democráticos cuando quien los pisotea es un régimen de izquierda. Pero es un mensaje, ante todo, proveniente de la mayoría de argentinos, pues eso mismo lo anunció el candidato ganador en la campaña. Es decir, fue el pueblo argentino quien pidió ese cambio, en gesto que le honra ante el mundo.

Entrar en un paréntesis del peronismo es algo que Argentina, la tercera (por ahora) economía más grande de América Latina, necesitaba experimentar. Los primeros meses de esta transición económica y política no serán nada fáciles, y seguramente no bastará un solo mandato para ajustar las cargas. Pero ya el pueblo argentino dio un primer y esencial empujón. Queda en manos de Macri y su equipo estar a la altura de los compromisos.

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