Protegidos y protectores

Los humanos perseguimos metas de los dioses que nosotros mismos creamos con la riqueza de nuestra imaginación y con las dudas e incertidumbres que nos caracterizan como especie. Esas metas deíficas son caminos que las distintas ciencias nos muestran en sus reales dimensiones. Y es ahí cuando volvemos a tocar tierra firme de la cual nos han separado los sueños, la utopía. Porque soñar no cuesta nada y porque los sueños, sueños son. Y porque no solo de pan vive el hombre, pero vive de pan.

Desde tiempos lejanos los colombianos sometidos como estábamos los neogranadinos a la corona española, nos alimentamos, como doctrina para la independencia, de los Derechos del Hombre, hijos de la Revolución Francesa. Allí abrevaron los precursores y los libertadores que hoy honran la memoria de nuestro devenir: Nariño, Bolívar, Santander, Córdoba, Policarpa, Caldas. La democracia que nos cobija en la actualidad se hizo carne y hueso, después de la sangre y el vino, al igual que en toda la América hispano parlante. Pero en la América del Norte también los pueblos recorrieron similar senda de liberación de la dominación inglesa.

En tiempos de hoy, con la evolución de la democracia y por supuesto las metas de los nuevos sueños, alcanzables muchos de ellos, se condensan en los derechos y deberes fundamentales como los denomina la Constitución de Colombia y que transferidos a la arquitectura semántica universal es la Carta de los Derechos Humanos. Para hacerlos realidad, los estados de la tierra firman tratados universales y para hacerlos cumplir establecemos entidades como la Defensoría del Pueblo o los comités civiles de DD.HH. Estos últimos surgen de la sociedad civil, se alimentan de fondos privados e internacionales y en países conflictivos como Colombia les asignan esquemas de seguridad (escoltas, armas, vehículos blindados, equipos de radio, chalecos protectores).

Ocurre que quien está en crisis, estancamiento en unas y constreñimiento severo en otras naciones iberoamericanas, es la democracia, raíz genética de los derechos humanos. Y quienes están perseguidos, encarcelados, marginados o forzosamente silenciados son los defensores de la democracia liberal y humanista. Son los pensadores, los activistas, los periodistas y columnistas, artistas y profesionales, los empresarios y militares patriotas, hombres y mujeres que defienden la democracia y la libertad. Son ellos los necesitados de protección nacional e internacional, de apoyo moral, político y financiero. Y no lo tienen porque los tiranos posmodernos y los populistas cuadriculados, con pectorales diseñados por la demagogia social castro-chavista, taponan el escenario con el humo de sus incensarios a la igualdad y elogios a la pobreza nacionalizada, mientras matan la libertad, la indomable libertad. Dijo Cicerón: “En vano la violencia pisotea la ley y la libertad. Tarde o temprano estas se alzarán y, ya sea abiertamente mediante protestas susurradas o por el escrutinio secreto de las elecciones, harán sentir su rebeldía. La explosión de la libertad arrebatada es mucho más violenta que la de la libertad siempre disfrutada”. Algún asesor podrá explicarles a Maduro, a Cristina o a Santos quién fue Cicerón.

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