¡Qué asco y qué dolor!

Gobernante corrupto se está convirtiendo en un pleonasmo paradigmático, que con el tiempo se reducirá a una palabra que fungirá como sinónimo. De hecho, con el paso del tiempo se entenderá que aspirar a un cargo público identifica a un individuo sin escrúpulos para el manejo de los dineros del erario, o, que para favorecer sus intereses, recurrirá a todo tipo de actos sin importar la transparencia de los mismos.

En mi generación hemos vivido esa violencia política que al final del día demostró que todo se reducía a una lucha por el poder de los puestos en el Estado; se pusieron de acuerdo para la repartija y se acabó la matazón entre liberales y conservadores.

Esa corrupción creciente tuvo varios clímax; entre ellos recordamos: el fraude electoral que le impidió a Rojas Pinilla volver al poder, el “ayhombero mayor” con su famosa frase que reza más o menos así: “se puede hacer lo que no está prohibido taxativamente”, la toma del Palacio de Justicia financiada por el narcotráfico, la Catedral, el elefante, como los que, sin lugar a dudas, han marcado hitos inolvidables en esta carrera desenfrenada para validar ese pleonasmo planteado al inicio de este escrito.

Ocasionalmente me pregunto si el tamaño de la corrupción importa. El monto de lo defraudado, el beneficio obtenido, el daño que le hace a la moral pública o, cómo al fin, se puede medir si alguien es: muy corrupto, medio corrupto o un poquito corrupto.

La danza de los malditos la estamos observando y viendo crecer sin hacer nada para evitarla, en este Gobierno, en el que por unas migajas de poder, dinero o favores se venden y se compran leyes, fallos, licitaciones, contratos de prestación de servicios, detenciones o liberaciones y esos comportamientos rechazables desde todo punto de vista se volvieron tan comunes que ya ni nos asombramos y los vemos como parte del paisaje y el quehacer diario.

Ese cáncer ya se extendió e hizo metástasis en las demás ramas del poder. El espectáculo del muchacho que en un auto oficial es sorprendido en acciones no muy santas, el abuso y escándalo posterior con el padre del lujurioso, abusando de su poder de presidente de la Corte Suprema de Justicia, la falta de consecuencias de esas conductas atentatorias contra la moral pública, los testigos falsos de la Fiscalía, las investigaciones selectivas para atacar políticamente a los opositores y favorecer a los áulicos del Gobierno, la mermelada compradora de conciencias de personajes del sector Legislativo y de la masa electoral, los fraudes a la salud que son olvidados por los organismos competentes, los honorarios exorbitantes a personajes que después acceden a cargos determinantes en la marcha de la injusticia.

Las familias de altos funcionarios involucradas en esos actos de corrupción son un denominador común y con este fiscal y muy posiblemente con el contralor de bajo perfil mediático, pero alcahueta al máximo con sus amigos, veremos cómo lo recaudado por la anterior reforma tributaria y la que se viene se dilapida, sin cumplir para nada con las obras necesarias y la asignación de recursos a la salud, educación y estímulos a los medios de producción.

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