¿Quién detendrá la inflación?

El 8.65% al que llegamos en junio demuestra que el Banco de la República fracasó. Los funcionarios no son responsables solamente por lo que hacen sino por lo que dejan de hacer. Le toca al gobierno, aunque tarde, actuar a fondo.

La cifra de inflación es la mayor desde diciembre de 2.000 y más del doble de la meta para 2016 (4%), lo que no deja de ser contradictorio en vista de la reducción del crecimiento esperado hasta un probable 2.5%, el cual no es solamente imputable a la disminución de las exportaciones petroleras o a los sucesivos apretones en el gasto del gobierno. El impacto de la devaluación y la reducción de la oferta en los precios han sido superiores, en sus efectos, a las alzas en las tasas de interés recetadas equívocamente por el Banco de la República que han contribuido, en cambio, al freno de la economía.

Desde esta y muchas otras opiniones advertimos que la subida de tasas (ver) resultaría inocua para controlar la inflación. Ahora, faltando mucho de sus efectos por verse, esperamos que no conduzca a un escenario de reducción del crecimiento combinado con inflación desbordada; es decir, estanflación. El alza de tasas, inútil para controlar una inflación generada en la oferta, ha estado, más bien, dirigida a prevenir el colapso cambiario que generaría un alza de intereses en Estados Unidos, cosa que no ha ocurrido. El Banco ha quedado en el peor de los mundos: con el pecado y sin género mientras miembros de la junta parecen sorprendidos porque sus remedios no sirven.

Esto ocurre en un momento en que la economía ha mejorado tres puntos, desde febrero, en la manera en que los colombianos perciben sus principales problemas, como señala la encuesta Gallup publicada la semana pasada, y el indicador de Confianza Industrial de Fedesarrollo ha mejorado hasta “el nivel más alto para ese mes(Mayo) desde 2011”. Pese a ello, no podemos engañarnos: se trata de los efectos de la tasa de cambio que ha hecho más competitiva la industria pero, a través de la inflación, ha deteriorado la capacidad de compra.

Es cierto que salarios e ingresos reales han disminuido más allá del incremento en el salario decretado en diciembre (7%), pero un nuevo aumento aceleraría las presiones inflacionarias. Mejor dicho: más nos demoraríamos en decretarlo, como piden las centrales obreras, que las alzas de precios en devorarlo. Aunque nos encontramos en un momento políticamente complejo, por la inminencia del plebiscito, lo más razonable sería que la dirigencia sindical entre en razón sin producir daños colaterales.

Es la oportunidad para reconocer que en el desbordamiento de la inflación, además de las decisiones erráticas del Banco, hemos tenido problemas de gestión. Desde los paros campesinos siguiendo con el impacto del niño y ahora el paro del transporte, se ve más claramente que la gestión de algunos ministerios no ha sido afortunada. Echarle culpas al clima no es, precisamente, un modelo de gobierno. Sabemos que una cosa es la economía y otra la política económica o la gestión gubernamental, pero el paro transportador, por ejemplo, ha revelado la magnitud de asuntos pendientes que se han mantenido debajo de la mesa: el recién llegado ministro ha debido afrontar una situación incubada durante años en los que peajes desbordados, precio de los combustibles y sobreoferta de transporte convergen sin que sea función del gobierno colocar un flete “artificial”. Pobre ministro. ¿Qué dirá el Vicepresidente Vargas Lleras, director supremo de ese ministerio desde hace años?

¿No debimos importar más, y oportunamente, alimentos que dispararon los precios?; ¿Sirvieron de algo las medidas de fomento al sector agrícola luego de los paros campesinos? El paro de transporte, por su contribución a la inflación, afecta el interés general que está por encima de los que puedan reclamar los transportadores.

¿No es hora de ejercer la autoridad de que el ministerio está investido?

Mientras varios altos funcionarios le echan culpas al clima y al cielo por lo que dejaron de hacer y otros guardan silencio por sus aspiraciones electorales, la inflación sigue galopando y las tasas de interés asfixiando el crecimiento.

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