¿Quién se tomó mi leche?

La crisis del sector lácteo y la importancia de la leche en la seguridad alimentaria, me han hecho volver sobre el tema en las últimas semanas. Su consumo, como muchas cosas en nuestro país, está marcado por la inequidad, esa enorme brecha entre quienes todo lo tienen y a quienes todo les falta, para cuya superación es factor fundamental la disponibilidad de alimentos y la adecuada nutrición.

El nuestro es uno de esos países donde, como en la Tierra Prometida, mana leche y miel, pero lo malo es que también se encuentra muy mal repartida. Mientras la FAO recomienda un consumo de 180 litros por persona al año, en Colombia es de 141 litros, es decir, insuficiente pero bastante bueno a primera vista.

Pero cuando se desentrañan las cifras aparece la inequidad. Un colombiano de estrato alto consume 172 litros al año, principalmente en forma de derivados, pues, por ejemplo, quien se come un kilo de queso se está tomando ocho litros de leche.  A un colombiano de clase media le toca conformarse con menos de la mitad de la recomendación de la FAO, solo 78 litros al año, y nuestros compatriotas de los estratos bajos, los 12 millones de pobres para quienes el queso no existe en su mesa, apenas alcanzan a consumir 37 litros al año.

Si se pondera el consumo de los tres primeros estratos, se puede afirmar que al 65% de la población colombiana ¡a 31 millones de colombianos! les hace falta consumir cerca de 120 litros de leche al año para tener una adecuada nutrición.

¿Cómo romper el desequilibrio?

1. Producir más. Es una tarea que ya está haciendo la ganadería colombiana, que pasó de 5.295 millones de litros en el año 2000, a 6.717 millones, en el 2014, una mayor producción anual de 1.422 millones de litros frente a comienzos de siglo.

2. Procesar más. Si la industria solo logra procesar cerca del 50% de la producción, como actualmente sucede, el esfuerzo ganadero se pierde y se estancan las posibilidades de dinamizar aún más la producción, pues hoy son más de 3.000 millones de litros que fluyen en el mercado informal a un precio que no cubre los costos y el esfuerzo del ganadero.

3. Formalizar el sector. Debe ser un imperativo de la política pública. Infortunadamente, en 2011, cuando se vencían los términos del Decreto 616 de 2006, para la formalización de la producción lechera, el ministro de turno cedió a los intereses de los cruderos y el sector se devolvió cinco años en sus posibilidades de desarrollo. Es cierto que la industria no ha hecho mayores esfuerzos por llevar más leche a los sectores populares, pero también lo es que las enormes inversiones para ampliar su capacidad instalada se enfrentan a la competencia desleal de la informalidad.

4. La leche popular. Liderados por el Gobierno y con su participación, la industria y los ganaderos pueden aunar esfuerzos para llevar más y mejor leche a los sectores necesitados. Si logramos doblar el consumo en los estratos 1 y 2, hasta los 78 litros por año de la clase media, no solo estaremos haciendo una gran revolución nutricional, sino impulsando el desarrollo de la producción lechera, que ocupa un lugar estratégico en la seguridad alimentaria del país y en el delicado equilibrio social del campo.

Estoy seguro de que, con el liderazgo del ministro Iragorri, la industria y los ganaderos podemos ponernos de acuerdo para acabar esa historia de desencuentros alrededor del precio, y para que algún día los pobres de Colombia no deban preguntarse ¿Quién se tomó mi leche?

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