¿Quiénes son esos señores?

El problema estriba en descifrar qué cosa son hoy las Farc y en qué medida las representan los viajeros a Noruega.

Lo primero que se estila en el campo de las relaciones internacionales y en los acuerdos públicos y privados es la identificación de las partes. Los embajadores presentan credenciales y los contratantes demuestran la existencia y representación de la persona a cuyo nombre hablan. Movidos por esa irreductible deformación profesional, si lo fuera, nos atrevemos a preguntar quiénes son los que con tanto bombo y platillo se reunirán en Oslo, esta fría mañana de octubre.

De parte del presidente Santos viajan cinco personajes de muy variada condición y de tendencias y visiones de la vida disparejas y distantes. No es fácil meter en el mismo saco al general Mora Rangel y a Sergio Jaramillo.

Estos de Santos viajan, pues, con cartas visibles, porque hasta guerrilleros de las Farc saben que sus facultades son harto recortadas. Nemo plus juris ad allium transferre potest quam ipse habet, decían los romanos. Lo que quiere decir lo mismo que repiten nuestros campesinos, a saber, que nadie da más de lo que tiene. 'Timochenko' sabe que tendrá quién lo oiga, pero no quién le resuelva nada. A Oslo, y después a La Habana, mandaremos negociadores para que no negocien.

Pero la cuestión se complica cuando queremos averiguar quiénes son los otros treinta de la mesa. Por lo pronto, sabemos que son bandidos de marca mayor, que no tienen biografía sino prontuario. Pero nos parece que uno debe tener claro con cuáles rufianes se mete. Es un derecho elemental. O mejor, una precaución indispensable.

El problema estriba en descifrar qué cosa son hoy las Farc y en qué medida las representan los viajeros a Noruega. El ministro Juan Carlos Pinzón, por quien nunca ocultamos nuestra admiración, nos ha dicho, sin descanso, que las Farc son una guerrilla derrotada, refugiada en lo último que le queda, el narcotráfico y el terror. Que no tiene organización militar alguna; que ha perdido comunicación y relación entre sus bloques y sus frentes; que ha salido fugitiva de sus guaridas y corre como un gamo asustado, perseguida por el Ejército; que no tiene ancla ni respaldo en la población, que a ratos la padece, pero en ningún caso la respeta ni ama; que ha visto caer a sus jefes significativos; que acude a terribles crueldades, porque otra cosa no le alcanza. En fin, que está derrotada, postrada, envilecida.

Si las cosas son de ese modo, como efectivamente se advierten, ¿para qué todo este aparato, toda esta escena, todo este descomunal despliegue de publicidad triunfalista? ¿Para resucitar políticamente un muerto?

En la llamada Paz está interesado el presidente Santos, porque lo han convencido de que firmándola se le abren las puertas de la inmortalidad. Las Farc, porque pasan de la derrota a la alta posición de Ejército Insurgente con perfiles políticos. Y los aprovechadores de ocasión, Piedad Córdoba y León Valencia y afines y colindantes, porque acuden a ver qué les queda del reparto. Un acuerdo no cambia nada, lo saben, mientras que de un desacuerdo siempre sacaron provecho los que alegan haber sido incomprendidos o traicionados.

¿Quiénes son hoy las Farc, nos preguntamos de nuevo? No son nada. ¿A qué aspiran sus sedicientes representantes en Oslo? A quedarse con el país. Resta saber cómo querrán hacerlo. Si algún día quisieran organizar sus tropas para entregar las armas, pasarían una vergüenza. De modo que firmarán papeles, de esos cuya lectura produce dolor de cabeza que no se calma sino con aspirinas dobles, a condición de que no los cuenten, no los midan y no pregunten quién les obedece. Su gente, o la que fue su gente, exporta cocaína. Y no va a cambiar dólares por un proceso penal y un carcelazo. A los cuatro gatos que se les hace tanta venia, habría que empezar por pedirles credenciales. Sería una buena idea.

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