Rachas de discordia y luces de concordia

La paz interior hay que procurarla también con los que civilizadamente disientan y no tan solo con los que respalden, armas al hombro, sus creencias y conceptos.

Hay momentos de la vida colombiana en que rachas de sentimientos encontrados dan trazas de prevalecer. Así, de la extrema discordia en todos los campos, se pasa al antagónico en la opinión pública o el sentir general. El punto de referencia viene siendo el de las bruscas oscilaciones frente a las conversaciones de paz del Gobierno con las Farc, según se aproximen a su aleatorio buen término o a su rompimiento inminente.

Esta vez se han bordeado los dos extremos. De la voz de alerta del jefe de la representación gubernamental, Humberto de la Calle, sobre la posibilidad de que un día brillen por su ausencia los delegados oficiales en la mesa de La Habana, en protesta por la contumacia de sus interlocutores, se ha pasado a la conciliación de los países mediadores y a la adopción por las Farc de otro período de cese unilateral del fuego, durante un mes.

Todo ello tras la voladura criminal de oleoductos y el volcamiento de camiones de transporte de hidrocarburos, con daño irreparable del medioambiente. Su terrorismo, el de las Farc, sometió asimismo a la ciudad de Tumaco a 45 días de privación de agua potable y se lo utilizó, en todo momento, para resguardar la movilidad de las rutas de salida del narcotráfico, merced a las cuales se sostiene y nutre su tesorería. Resultaba a todas luces anómala la continuidad de los diálogos mientras en el territorio patrio tantas atrocidades se cometían.

Entre otras, esta de grandes cantidades esterilizadas y criminalizadas del bien principal de la fuente primaria de recursos de cambio exterior, indispensables para la satisfacción de perentorias necesidades de la comunidad nacional. Si al colapso de los precios del petróleo se añadiera la baja de su producción neta, aquí en Colombia, se agregaría otra desgracia a la irresistible originada en el mercado mundial. No se permita semejante monstruosidad.

Entre la racha de adversidades, no faltaron los rumores vehementes de episodios terroristas en Bogotá ni el estruendo de dos bombas en lugares estratégicos, atribuido desde el principio por el presidente Juan Manuel Santos al Eln. No obstante esta circunstancia específica, corrieron los más contradictorios e inverosímiles rumores sobre la magnitud y la responsabilidad de lo que constituiría nueva ola terrorista.

La objetividad y la ecuanimidad parecieron irse a pique. Hasta el extremo de que la señora ministra de Educación, Gina Parody, se dejó llevar por el ambiente de nerviosismo y sucumbió a la tentación de hacer de tirapiedras, precisamente cuando Colombia se ha dispuesto emular por el puesto de la nación más educada entre las de su nivel latinoamericano. A la esquizofrenia de la discordia había que responder con el sentimiento opuesto de la concordia en la medida de lo posible, sin derivar a infecundas unanimidades.

En Colombia va a ser menester volver a habituarnos a las diferencias de opinión en los diversos asuntos públicos. La paz interior hay que procurarla también con los que civilizadamente disientan y no tan solo con los que respalden, armas al hombro, sus creencias y conceptos. No únicamente con los movimientos subversivos, sino primariamente con los que apoyen con argumentos sus posiciones e ideas. Convivir no es asentir en todos los casos, sino saber tolerar y respetar credos distintos.

Democracia es pluralidad de pensamientos y actitudes, bajo el patrón común de las leyes. Como lo acaba de demostrar Grecia, con el diáfano patriotismo de los resultados de histórico plebiscito. Bien merece que le soplen vientos propicios y que la Comunidad Europea y los organismos financieros internacionales le abran adecuado compás de espera y le faciliten la solución de sus actuales rompecabezas.

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