Razones del uno y del otro

Si uno se mete en la piel de quienes lo impugnan, encuentra explicables sus sentimientos. Pero es preciso, también, ponerse en la piel de quienes acompañan al Presidente en el proceso.

Debo confesar un pecado: no conocía a Amos Oz. Me refiero al escritor israelí Amos Oz. Solo hace poco, en la Feria del Libro, cayó en mis manos su libro Contra el fanatismo y debo decir que me fascinó. Su estilo y su manera franca de analizar los más intrincados problemas lo hacen cómplice del lector. Rompiendo por una vez la vieja controversia entre israelíes y palestinos, Amos Oz se ha empeñado en mostrar que un acuerdo entre ellos es posible. Para lograrlo, dice, es necesario ponerse en la piel de los unos y de los otros.

Transcribo sus palabras: “El conflicto palestino-israelí no es una película del salvaje oeste. No es una lucha entre el bien y el mal. Los palestinos quieren la tierra que llaman Palestina. Tienen razones muy poderosas para quererla. Los judíos israelíes quieren exactamente la misma tierra por, exactamente, las mismas razones. No hay nada peor que la polarización y el fanatismo”.

Leyendo esto, me he puesto a pensar que algo similar podía hacerse para romper el feroz antagonismo surgido entre nosotros en torno al proceso de paz. Si uno se mete en la piel de quienes lo impugnan, encuentra explicables sus sentimientos y principios. Parece, en efecto, difícil aceptar que tras más de cincuenta años de acciones terroristas no vayan a pagar un día de cárcel. Tampoco parece aceptable acordar indultos y amnistías a quienes han cometido delitos de guerra y delitos de lesa humanidad cuando tal cosa la prohíbe el Estatuto de Roma suscrito por Colombia.

¿Puede llamárseles por ello amigos de la guerra y enemigos de la paz? De ningún modo. Pero es preciso, también, ponerse en la piel de quienes acompañan al presidente Santos en el proceso abierto por él. Para mí, son esencialmente realistas. Saben que las Farc buscan por primera vez tal acuerdo. Descartado su sueño de llegar al poder por las armas, advierten que movimientos afines a su ideología marxista han llegado al poder en el continente por la vía electoral. Militarmente han sido golpeadas. No es seguro que hoy puedan mantener a salvo sus campamentos. Ante esta circunstancia –piensan los realistas, con Santos a la cabeza–, basta una justicia transicional que les permita evitar o minimizar penas (o no aplicarlas) a fin de convertirse en actores políticos para poner fin a un conflicto atroz que dura ya más de medio siglo. Si no se firma el acuerdo –piensan ellos–, tendríamos, muy seguramente, otro medio siglo de atrocidades.

No me parece justo calificar de entreguismo esta posición. Tampoco puede ser vista solo como una maniobra reeleccionista de Santos. Como bien lo dice Amos Oz, todo acuerdo de paz implica concesiones que duelen en el alma. En nuestro caso, parece insoportable dejar sin castigo a los que diariamente nos golpean con sus sangrientas atrocidades. Pero algo similar, no lo olvidemos, ocurrió cuando fue indultado el M-19. Lo que cuenta es que el acuerdo no suponga un reparto de poder con las Farc a través de una Asamblea Constituyente, reducción del Ejército y cambio de nuestro modelo económico. ¿Pero aceptarán las Farc, sin más, entregar sus armas para convertirse en un movimiento político? Lo dudo. Lo dudamos todos.

Como sea, aun si hay acuerdo, paz definitiva no habrá. Se acabará, seguramente, el reclutamiento de menores; también, las minas, los cilindros bomba contra poblaciones inermes, los atentados contra los oleoductos y otras acciones propias del terrorismo guerrillero, pero seguirán las acciones de violencia y los problemas de seguridad a cargo de las bandas criminales. Si el narcotráfico subsiste, seguiremos inmersos en el horror. Triste verdad. Enfrentarlo y vencerlo no es tarea fácil, pero hay remedios nuevos que vale la pena intentar. Dejo esto como tema para otra columna.

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