Realidad del desencuentro

Hay que afianzarse en el convencimiento de la solución negociada. Sin ceder por ello a imposiciones o actos de fuerza, y menos renunciar a las propias convicciones, concepciones y fueros de nación y democracia.

En medio de cábalas optimistas sobre la posibilidad, más aún, la proximidad de un encuentro conciliatorio de los jefes de Estado de Colombia y Venezuela, se llegó al franco y abierto desencuentro actual, como consecuencia de la decisión del Gobierno del país vecino de extender a La Guajira el bloqueo instaurado sobre quienes en el Táchira habitan o habitaban. Fue la respuesta abrupta a la solicitud de reconsiderar y suspender la medida anterior, incluidas las deportaciones arbitrarias de colombianos y la destrucción programada de sus exiguas viviendas.

El diálogo respetuoso entre las partes parecía la salida lógica y necesaria. Pero era de ver si se cumplía o no el requisito indispensable de desarmar los ánimos y el lenguaje. Con palabras provocadoras, con dimes y diretes, no existía posibilidad de llegar a conclusiones favorables y duraderas. Una posterior y previsible ruptura al más alto nivel hubiera podido agravar las cosas y resultar más arduo y factible recomponerlas.

Más valía la pena no hacerse la ilusión de que la solución se hallaba a la vuelta de la esquina con solo prescindir momentáneamente de incriminaciones y recriminaciones. No abrigar el sueño de borrar de la memoria el recuerdo de las iniquidades, partiendo de la base de sacarlas de la memoria como si nunca hubieran existido, y hacer cuenta nueva.

Infortunadamente, los episodios de las expulsiones de los connacionales avecindados por años, acaso muchos, en Venezuela, no fueron fruto de imaginaciones enfermizas, sino realidades espeluznantes. De la memoria no podrán desaparecer las caravanas de desharrapados, llevando a cuestas sus enseres o sus propias criaturas por caminos rústicos o vadeando temerariamente el caudal de ríos torrentosos.

¿Cuál el móvil de semejantes desaguisados? Ninguno razonable. El presidente Maduro habla genéricamente de contrabando y tráficos cambiarios ilícitos, pero la verdad es que son síntomas inequívocos de los reveses de la economía venezolana. Primero pretendió aclimatar un modelo totalitario y, a renglón seguido, le llegó la catástrofe de la caída del precio de los hidrocarburos. En seguida, la escasez de artículos esenciales en los mercados. No en vano se bate el récord mundial de inflación y se procura tapar con emisiones tanto los equilibrios internos como los externos, sin perjuicio de mitigar estos con empréstitos internacionales, a buena cuenta de futuros ingresos petrolíferos.

Cuando se poseen las mayores reservas mundiales de hidrocarburos, resulta difícil entender y aceptar desde adentro una crisis como la que Venezuela viene sufriendo. Si a Colombia tanto ha afectado el desplome de los precios de los artículos básicos, cómo no explicarse el problema mayúsculo de la economía venezolana, tanto más si artificialmente se ha pretendido contrarrestarlo, emitiendo a rodo y aplicando riguroso dirigismo a su manejo.

En verdad nos ha dolido, y mucho, ver derrumbarse el modelo de solidaridad y complementación que desde nuestra ya lejana juventud nos habíamos forjado y expresamente reiteramos a lo largo de los años. Nos queda el consuelo de que el actual es impasse pasajero y de que en plazo relativamente corto se habrá superado. No por ello nos hacemos la ilusión de quemar etapas y arribar pronto a la solución equitativa.

Festinar los acontecimientos no ayuda a superar obstáculos. Siendo muchos y fuertes del lado de la contraparte, hay que saber esperar sin precipitarse y afianzarse en el convencimiento de la solución negociada, dialogada. Sin ceder por ello a ninguna clase de imposiciones o actos de fuerza, y menos renunciar a las propias convicciones, concepciones y fueros de nación y democracia.

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