Refundación

¿Quién no va a querer la paz del país? La paz, palabra con la que se engaña a todo el mundo: se la menciona al papa y por supuesto sonríe, bendice, augura; se la nombra a Obama o a Ban Ki Moon y aplauden al unísono o por separado; a la Comunidad Europea, a la Liga Árabe.

Nadie se opone a la paz, ni las Hermanas Vicentinas ni los pastores del Último Día ni los países del Alba ni Ernesto Samper ni los presidentes del tercer mundo, hablando desde el mármol verde de la Onu; ni María Emma, presidiendo la sesión de Naciones Unidas, como cualquier Eduardo Zuleta, nuestro histórico “presidente del mundo”.

Pero nunca pensamos que se nos iría tan hondo la consecución de la paz que, yo creo, fue un programa secreto de Enrique Santos Calderón para aprovechar la oportunidad única de su hermano menor en el poder. Asunto loable, pero ¿dónde vamos?

Nos fuimos encaminando y llegamos al temible punto sin retorno. Mucho nos envolvieron las palabras roncas y varoniles, en dicción perfecta, del comisionado De la Calle. Dio la impresión de que imponía las condiciones, en mangas de camisa rayada y ahíto de experiencia política. Tenía en su contra haberse retirado cuando el país reclamaba su presencia como vicepresidente, para reemplazar al presidente inviable de finales del siglo. No había que esperar mucho de su tono imperativo y de su ahuecada elocuencia.

Al pueblo se le hizo creer que la guerrilla por fin se acogía a los fundamentos de la Nación, lógicamente con algunas reformas. Pero quién iba a pensar que se llegaría a la refundación del país, para acomodar a los nuevos huéspedes de la República, guerreros en el territorio, pero con jefes residentes en países vecinos, desde donde citan a nuestra gente para conversar sobre sus pretensiones.

¿Puede darse todo por la paz? Así lo creo. “Hasta el honor el hombre sacrifica por la patria y la patria por la fe”, recitábamos en endecasílabos los niños de ahora tiempos en las escuelas católicas. La muerte de nuestros jóvenes en los campos de batalla o en emboscadas traicioneras, según el estilo infame de guerra impuesto por los alzados en armas, es intolerable.

Tímidos en la negociación se nos está yendo lo más constitutivo: el poder legislativo mismo, reducido a una cámara, qué digo cámara, a una comisión; la Justicia innovando sistemas penales, los que por fin dejan de encerrar a la gente; la Presidencia transformada en dictadura; la prensa, a la que se acabará asediando, estilo Correa. Llegará también el momento en que a la oposición política se le dé por todo espacio una prisión como la de Ramo Verde, con su toilette y su wáter, como se la ofrece el socialismo del siglo XXI al líder Leopoldo López, circuido de cámaras vigilantes.

¿Para dónde vamos con esta paz entreguista y exigente, abrazados, eso sí, al corazón palpitante de nuestros hijos?

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar