RELEXIONES SOBRE LA MALEDICENCIA ANTIURIBISTA

Dicen que un Centro (conjunto de hombres pensantes) es el peor enemigo que puede tener el Príncipe de las Tinieblas y sus ayudantes. Por eso hablaré de una de sus armas: el antiuribismo; lo cual parece una redundancia, porque ser antiuribista es ser maledicente, quejoso, hiriente, ya que maledicencia es hablar mal de los demás. Sería agradable pensar que esa postura política podría desaparecer, pero no creo que sea así porque hablar mal de Uribe se ve como una virtud del intelecto.

La crítica como una característica de la libre expresión y por ende de la democracia parece que solo se identificara con la crítica negativa; nos da la impresión que el elogio, en la libre democracia fuera un pecado, signo de debilidad mental. El único espacio en el que se pudiera dar es en el fútbol y ni eso. El elogio sólo existe en el boxeo porque obviamente el vencedor tiene argumentos indiscutibles. Por eso Uribe a veces se le da por darle en la jeta a algunas personas.

Si es cierto aquello de que hablar mal de los otros produce zumbido, eso explica la ‘sordera política’ de Uribe. Ese zumbido, que suele ser como un silbido agudo y penetrante, pero que no se da en los estadios, se llama acúfeno o, también, tinnitus. Es el resultado de una lesión o un maltrato de las delicadas células del oído interno. Estas células se llaman  pilosas y pareciera que a la oposición no le gustan esas células de Uribe.

Uno de los problemas del maledicente antiuribista es que es en gran medida rehén del que critica, pues su vida está demasiado pendiente del error, el caballo, el sombrero, el acento paisa, los concejos comunales, los tres huevitos, el Centro, el medio, la caja de cambio que se llama democracia, la reversa, el retrovisor expresidencial, etc. y su mente demasiado obsesionada por buscar una nueva grieta en la que hundir la piqueta y pasarse unas cuantas horas demoliendo. Parece que fuera esmeraldero o trabajador en una mina de carbón para el combustible de la antigua locomotora, pero que más bien se usa  para encender hogueras y hacerse el bobo conductor de opinión.

Esa  manera de hacer política y de comportarse está tan extendida que quienes no gustamos de sus hábitos somos vistos como hipócritas. Al parecer, sólo hay dos opciones en Colombia:

1) Hablar mal de Uribe

2) No hablar mal de Uribe… y por lo  tanto ser un hipócrita.

Yo creo que hay más posibilidades, al menos una más: no hablar mal de Uribe y no ser un hipócrita. Y al no hablar mal de Uribe tampoco ser necesariamente un Santo, ni un aspirante al paraíso de los bobos, al trono de los ingenuos, a la legión de los sapos sin sangre en las venas. Por supuesto que yo también hablo a veces mal de la oposición, pero la diferencia es que lo hago sólo a veces.

Cuando se es maledicente constante, es decir, antiuribista, en realidad ya no se dice nada. Si uno está todo el día descalificando al expresidente, a sus hijos, a sus asesores, de idiotas, estúpidos, descerebrados, indeseables, tontos, inútiles, etcétera, entonces ya es como si no se dijera nada. Eso produce hipoacusia política en la opinión, que en lenguaje de la más joven generación se dice mamera existencial. Hay que reservar los insultos para las grandes ocasiones, como lo hizo don Juan Carlos de Borbón, Rey de España, y Olé!

En definitiva, lo que yo pido es un sentido de la proporción del unionismo oposicionista. Describir a alguien como hijo de vecino, o primo de fulano,  no significa nada si aplicamos esa descripción a varias personas a lo largo del día. Se convierte en algo completamente plano y carente de significado.

Por lo tanto, esto es una cuestión de grado, de medida, y, como le decía a un amigo hace un tiempo, hablar mal de los demás, insultar, denigrar, detestar expresa más cosas acerca de quién lo hace que acerca de aquellos a quienes se dirige el insulto.

Una mente que se ocupa tanto de lo supuestamente malo de Uribe, está diciendo mucho acerca de sí misma, de su manera de moverse por el mundo, de su tolerancia y flexibilidad, de su soberbia y  egocentrismo en el peor de los sentidos. De lo que busca y, por tanto, de lo que encuentra. Porque uno suele encontrar lo que busca. A veces se encuentra con un pambelé que le da en…el cerebro.

En descargo de los maledicentes hay que admitir que su actitud no nace de su propio fondo moral, emocional o intelectual, sino que se ve fuertemente condicionada por un hábito que, en Colombia al menos, está tan extendido que es ya una moda aunque a veces dudo si no será una tradición, lo que sería mucho peor.

Una moda que ejerce una presión indudable, en determinados círculos, clubes, ondas, noticieros y profesiones, puesto que en determinadas situaciones pareciera  exigirse hablar mal del expresidente para ser un intelectual aceptado de izquierda, alguien de avanzada y despierto, para socializarse bien. Si no lo haces eres un furibista, un hipócrita, un miembro del Opus Dei, un rezandero, primo del Procurador,  un paraco, no observas la realidad o quieres embellecerla como hace el aguardiente antioqueño; te las das de santo, te falta carácter, etcétera.

Al parecer, en otros países, al menos en el trato cotidiano, se da menos maledicencia; dicen que en Cuba la gente es muy chévere. Por eso el presidente dizque va para otro período y los cubanos no se sacan los hígados porque a veces la urbanidad política, la que quiere Santos, se parece a la resignación. Como aquí no se puede, pues tenemos en cuenta al ‘político’ venezolano Carreño, el de la urbanidad, digo, pues tocará repetir la primaria del matoneo democrático en el Congreso. Y no sé si detrás de ello habrá hipocresía o no, amor a la patria, u otra cosa. Pero también hay que recordarles a los partidarios de la autenticidad antiuribista que la hipocresía y el fingimiento son a menudo virtudes sociales tan importantes como la cortesía en un país con sesenta años de violencia y que dizque se esfuerza en encontrarle un nido a la paloma sin que se la coma el gato cubano después del contubernio indecoroso. Mejor no ver la vida como un maledicente, pero, si sucede así, yo recomiendo un poquito de hipocresía para disminuir el estrés, la simpleza y la fatiga de oír siempre lo mismo en las conversaciones, en los e-mails y en la ‘columnaria’ (sitio de columnas calenturientas) (o ¿calumnaria?) y ‘caricatutaria’ (sitio del humor estatutario, partidario o por el que pagan; pero jamás libre o inspirado) de El Trompo Presidencial, El Mirón, El Criticón  y otras hierbas, porque como decía por ahí un filósofo los prejuicios y las convicciones de los hombres muchas veces se imponen a ellos mismos, y así… ni modo.

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