Revista Semana o la lección del tigre

La fiera de más fiereza no es el tigre, es la tigresa. (Adagio popular español)

Advierto de entrada. Como uribista y persona de bien no me interesa que le vaya mal a Felipe López o que boten a nadie de Semana, por más fustigadores del uribismo que sean. Por el contrario, invito a Semana a que reflexione sobre el país, no solo desde su supuesta independencia, o su criterio político, sino desde esa ‘hora de la verdad’ real, profunda, de las personas que todavía luchan por convivir con una conciencia superior de servicio desinteresado, en la que nos damos cuenta de nuestros errores, pero tenemos que ganar la terrible guerra interna con nuestro ego, el verdadero enemigo que, con la peculiaridad de cada quien, nos impide pensar racionalmente y de manera éticamente provechosa. Porque se puede ser muy racional, pero inmoral.

Ahora bien, cuando uno ve en la carátula de Semana a un exultante Santrich, exguerrillero, acusado de narcotráfico, con los brazos en alto, como salen los toreros después de cortarle rabo y orejas a Colombia y haber matado el toro del orgullo patrio, uno se pregunta: ¿Quién entiende esta vaina? ¿Por qué un señor rico, de alcurnia, le da vitrina a un comunista? Quizá porque así se venden carátulas para leer dos o tres páginas de contenido. Pero hay que repasar un poco de historia que se hereda, la de los tigres pintados de empresarios.

Felipe López Caballero, dueño de Semana, es hijo de Alfonso López Michelsen, expresidente fallecido y nieto de otro expresidente Alfonso López Pumarejo. López Michelsen, por diferenciarse del tradicional partido liberal, se ideó una ‘disidencia’ que llamó Movimiento Revolucionario Liberal o MRL. Y la cosa le funcionó; el partido liberal lo hizo su candidato y ganó, pues el oligopolio de las ideas ‘nuevas o revolucionarias’ es un buen gancho político de supuesto cambio. El lema de su gobierno fue ‘el mandato claro’; pero, como de costumbre, el ingenio colombiano lo consagró como ‘el mandato caro’, y tenían la razón.

Ahora bien, alrededor de la ‘venta’ de ciertos embelecos especiales que llaman ideas giran muchas profesiones, movimientos políticos, legales o subversivos y hasta las religiones o sectas. Los influenciadores viven de esa mina. También se venden las atracciones o actitudes políticas de pacotilla, es decir, sin ningún valor, pero que se imponen por las armas, los votos o el relumbrón mediático. Son cosas ‘brillantes’ que no solucionan nada. ¿En dónde están, por ejemplo, los resultados de la lucha contra la corrupción de Claudia López?

Con todo lo anterior, después del desprestigio del marxismo leninismo violento, ser camarada de la clase intelectual da prestigio; se es de avanzada. Algunos dicen que Semana es un conjunto de mamertos ricos. No lo creo; no tienen el aguante o la motivación del hambre comunista. Hay que recordar que los comunistas ‘purasangre’ desconfían de los intelectuales. Más bien son un grupo de personas interesadas, política y secretamente impertinentes, con algún mamerto al estilo europeo; es decir, adolescente emberracado, versión primavera del 68 en París. Ya viejitos escriben libros que pocos leen. Además, no debemos olvidar que nuestros camaradas colombianos aman la pobreza, pero la ajena, no la propia; pues algunos mantienen sus dólares legalmente heredados y trabajados en los bancos del Tío Sam; y otros, con sus verdes mal habidos, viven dando vueltas en el reino del testaferrato. Pero bueno… cada loco con su embelequería. No lo digo yo, lo dice Heinz Dieterich Steffens fundador del Socialismo del Siglo 21. (Ver mi artículo “La bancarrota de la izquierda y sus intelectuales”).

Cierto o no, esa embelequería representa un problema en Colombia, un país católico y cristiano, contra el que el llamado MARXISMO CULTURAL le marca el juego en muchos aspectos sociales, ideológicos y tradicionales de una sociedad que quiere vivir en paz. Eso no gusta. Antonio Gramsci, el fundador del partido comunista italiano, lo definía como sigue; y de esa fuente de escándalo, infiltración, ridiculización, destrucción, se alimenta cierto periodismo. Decía Gramsci:

“La única forma que tenemos para hacernos del poder como comunistas, no es lo que hizo Marx. Nosotros debemos infiltrarnos en la sociedad, infiltrarnos dentro de la Iglesia, infiltrarnos en la comunidad educativa, lentamente e ir transformando y ridiculizando las tradiciones que se han sostenido históricamente, a fin de ir destruyéndolas y formando la sociedad que nosotros queremos.”

Entonces adoptando un estilo polémico de coctel, se puede ser, cómodamente, un ‘revolucionario caviar o del Chicó,’ para ganar premio Nobel de literatura o paz; ser millonario, y ¡Güepa je, que siga la fiesta del intelecto! Es decir, ser un problemático ‘pensador’ de renombre; porque hay otros ‘libre pensadores’ que son anónimos y hacen ceremoniales secretos. Y hay gente que se come el cuento de los famosos; pero el problema real de ser problemático y burgués es el mismo: tener el billete, el respeto, el prestigio y el poder para mangonear y devorar al que se le dé la gana, como el tigre. Sin embargo… ¿Qué pasa cuando ese tesorito es puesto en peligro, es decir, cuando otro tigre se mete con el tigre que llevamos dentro y defiende lo suyo? No se sorprenda de que el ‘tigre’ de mayores recursos dé un zarpazo sin medir consecuencias, porque en su instinto por defender su territorio se lo puede dar al mejor domador de la opinión, según dicen, Daniel Coronell. Eso pasó entre el periodista y Felipe López, el mañoso felino.
Ahora bien, en la editorial de Semana “Lecciones aprendidas” (Edición 1935) relacionada con la salida del periodista Daniel Coronell por una columna ‘inconveniente’, en la que le pide explicaciones al dueño sobre una chiva que no se le dio a Semana, en relación con un documento militar que supuestamente daría cabida a nuevos ‘falsos positivos’ por parte del ejército, hago las siguientes consideraciones. La revista dice que cometió errores al igual que el periodista. ¿Las razones? Que la investigación fue lenta / retrasada; que si hubo o no criterio, negligencia, o conveniencia política; que unas fuentes se molestaron, y que al dueño se le saltó la piedra por la insolencia de Coronell, a pesar de que lo creen el ‘non plus ultra’ del periodismo, etc.

Entonces la editorial pasa a defender el negocio frente a cierto segmento del mercado: Que la revista es independiente, crítica, fiscalizadora, y da ejemplos de sus logros; también es agradecida con los lectores descontentos y serenos, etc. Esa es parte de la lección aprendida; muy respetable como toda pedagogía. Pero me llamó la atención la siguiente afirmación: “A los dos meses, y a pesar de contar con una información publicable, quisimos profundizar los hilos de investigación pues surgieron elementos adicionales a las directrices sobre las tropas.” Al conocer el desenlace de este impasse periodístico me pregunto: ¿Con qué está comprometido el periodismo de Semana? ¿Cuál es la diferencia entre información publicable, y la verdadera, como guía de la opinión pública, sobre algo importante, en nombre de un bien mayor para la sociedad?

Pero hay otro actor de ese periodismo, el tigre mencionado al que algunos les gusta mamarle gallo. Ese tigre, nunca lo sabemos, puede ser feroz o pantallero, pero siempre exige representación y respeto. Ahora bien, por los misterios de la idiosincrasia animal, un tigre real puede mamarse frente a los espectadores del circo y darle un inesperado zarpazo al domador, porque ese señor no sabe ‘leer’ a su víctima domada. Así es la opinión pública con multitud de tigres y corderos que yacen juntos y se toleran. Y es lo que les pasa a muchos periodistas que hacen de machos alfa, domadores de la opinión de los corderos, pero que terminan domados por la incontrolable realidad de los tigres. Además, por su convivencia con los humanos, un tigre pantallero ruge, ruge, ruge, y después de la comida se va a dormir en un rincón de la jaula porque sabe que tiene público; y los tigres de zoológico no son pendejos aunque se vean tristes, ya que su vejez está garantizada. Como no hacen nada, un tonto puede confundirse con un tigre disfrazado de cordero y se acerca a darle empanadas vegetarianas. Eso le pasó a Coronell. ¡Y zas!

Nos ayuda más a entender este asunto de zoológico, la columna del caricaturista Vladdo “A pasar la página” (El Tiempo, junio 3, 2019). Nos sugiere que pasemos la página antes de que nos tiremos los trastos de la cocina a la cabeza, por aquello de la supuesta ‘polarización’ de la que él mismo es parte y fomenta; es decir, una sugerencia para bobos. O quizá no se dio cuenta que también podría significar: ‘olvidémonos de esta vaina antes de que alguien se dé cuenta de algo’. Es decir, que se rebote el tigre de la opinión ante el engaño. Y ese algo es muy obvio, pero nadie lo dice, porque no sabe o no quiere argumentarlo, ya que iría contra cierta creencia que es el camuflaje ético de Vladdo.

El discurso popular asume que las caricaturas políticas son muy diferentes de los otros géneros periodísticos debido a su naturaleza única de sátira, ingenio y el humor que hace reír, que distrae. Pero la risa también castiga; por lo que la carcajada sobre algo ‘inofensivo’, es algo relativo; de ahí que esa ambivalencia se aproveche para que el caricaturista político pretenda que nadie puede rechazar o plantear preguntas por razones éticas; por ejemplo, que a pesar de hacer reír, puede ser injusta, peligrosa, inapropiada.

Ejemplos: Rojas Pinilla amenazó a Chapete con cortarle las manos si seguía jodiendo. (Ver: El caricaturista que enfrentó al régimen, El Tiempo) Danielito Samper Pizano se fue a España cuando Gustavo Vasco, asesor del Presidente Barco, le dijo que era un sicario moral. (Ver: El caso Vasco, Semana)
De las embarradas del periodismo sabe el dueño de Semana. Por otra parte, los lectores analíticos también nos damos cuenta que los periodistas de Semana, al creerse imprescindibles, pretenden hacer de ‘domadores’ del dueño. Veamos cómo funge Vladdo de ‘domador’ ante el dueño del circo quien lleva su tigre por dentro.

“Así mismo, hemos tenido grandes coincidencias y desencuentros de diversa índole que, incluso, me han llevado al borde del despido, pero que al final hemos superado. Por ejemplo, en 1995, tuvimos un agrio enfrentamiento por cuenta de una caricatura que él no me dejó publicar sobre el presidente de entonces, Ernesto Samper. Era la época dura del proceso 8.000 y Felipe adujo que esa caricatura –un fotomontaje, más exactamente– podía ser interpretada como un llamado a derrocar al mandatario… Después de largas discusiones, resolvimos el impasse y, para evitar futuros inconvenientes, Felipe se comprometió a no volverse a meter con la Vladdomanía,… Desde entonces, con absoluta libertad, he publicado en esas dos páginas cuanta cosa se me ha ocurrido, incluyendo numerosas caricaturas en las que han aparecido el propio Felipe, al igual que su papá, sus hermanos y sus amigos…En este punto no está de más subrayar que son pocos los caricaturistas que pueden darse el lujo de incluir en sus trazos a las directivas o propietarios de los medios para los que dibujan.” (“A pasar la página” (El Tiempo, junio 3, 2019).

Vladdo saca pecho, pero su intención real es, desde luego, echarle cepillo a Felipe López porque en su columna ‘defiende’ a Semana cuando dice que Felipe López está abierto a la discusión, recibir sugerencias, aun de parte de Vladdo y otros. Es decir, está defendiendo la cuchara. Tanto Vladdo como Felipe López pueden tener sus razones para hacer lo que hacen, pelear y reconciliarse. Ese es asunto de ellos. Pero ahora sale a la luz que muchos izquierdosos quieren sabotear a Semana porque botaron a Coronell, su ídolo de papel; sin embargo, también sabemos de cancelación de suscripciones, durante ocho años, debido al antiuribismo de Semana, con bendición presidencial y todo. Ahí sí, nadie dijo nada en la revista. ¿En dónde está la objetividad y la ética periodística?

Por otra parte, María Jimena Duzán dice que López se equivocó, que fue censurador; que Daniel Coronell fue arrogante; que la manipulación en las redes, etc. También Vicky Dávila y Antonio Caballero se integran al cuarteto y cantan en Do mayor sostenido la opereta de los errores contra el dueño, las redes, Álvaro Uribe, el ejército, los andurriales políticos, etc.

¿Pero son esas ‘razones’ las que verdaderamente le deben importar a Semana o son las razones del mercado que pueden ser las de un tigre amaestrado, un ángel adulador, o una piedra indiferente no importa lo que hagan? ¿Y cuáles serían esas razones del mercado? ¿A falta de encontrar ese motor ético que convierta la revista en un medio respetado por todos los colombianos, persistirán en la quimera de una élite justiciera que sucumbe porque le falta la autenticidad del verdadero luchador de las libertades?
No sé si los lectores de Semana quieran un periodismo sin petulancia; con honestidad intelectual para admitir sus errores; que dicho periodismo sea imparcial; que no nos crea pendejos para creerlo todo; que no se entregue a la reverencia indebida hacia el último escándalo político renunciando a las verdaderas razones de causa y efecto que llevan a la verdad; o hacerse el de la vista gorda ante la incoherencia de los propios colegas periodistas, etc., Esos errores de actitud profesional son los que campean en las redes sociales a las que Vladdo critica, pero que también se notan en la revista.
Teniendo en cuenta lo anterior, valdría la pena que el remanente periodístico de Semana y el dueño se animaran a escudriñar algo que los inspire, pues Semana necesita una reingeniería de su esencia periodística como negocio que es lo que determina el espíritu y estilo de las personas y su destino de éxito con respeto, o fracaso con vergüenza. Ese periodismo exitoso y respetado por todos sus lectores, simpatizantes o no, pareciera ser que no existe, por ahora, en Colombia. ¿O se perdió porque dejó de ser vocación de autenticidad ética y se convirtió en negocio? Por todo lo anterior, no sé si los periodistas de Semana puedan:

1. Darnos los hechos correctos, con sus fuentes, si no pueden garantizarnos la ‘verdad’ para llegar a nuestras propias conclusiones. Si no pueden corroborar la información deben decirlo. Tratando de cumplir con ese cometido, el director de Semana se enredó con Daniel Coronell; este tampoco le dio crédito al esfuerzo de su compañero.

2. Preguntarse si Semana es verdaderamente independiente. ¿Actúan sus miembros de manera formal o informal en favor de intereses especiales, ya sean políticos, corporativos o culturales? ¿No deberían declarar sus afiliaciones políticas, acuerdos financieros u otra información personal que pueda constituir un conflicto de intereses y hacérselo saber a sus editores, dueños, accionistas, o al público? Cuando ese escenario no se aclara y no se llegan a acuerdos ANTES DE, seguiremos esperando las peloteras internas.

3. Afirmar con certeza de que son equitativos e imparciales. La mayoría de las historias tienen al menos dos lados. Si bien no hay obligación de presentar cada lado en cada escrito, editorial o columna, las historias deben estar equilibradas y agregar contexto. La objetividad no siempre es posible, y puede que no siempre sea deseable, por ejemplo, frente a la brutalidad o inhumanidad de nuestro conflicto, pero la información imparcial genera confianza.

4. Preguntarse si son conscientes del daño que hacen en las vidas de otros con sus imágenes, palabras, comentarios, caricaturas. ¿Deben los periodistas hacer daño en nombre de la justicia o cualquier ideal?

5. Tomar consciencia de que un signo seguro del profesionalismo y periodismo responsable de la revista será desarrollar su capacidad de ser responsables cuando cometen errores para corregirlos. Si hay necesidad de arrepentimiento, este debe ser sincero, no cínico. Si escuchan o leen las inquietudes de sus lectores y la opinión pública, tienen el derecho a no cambiar; pero sí tienen la obligación de reflexionar como personas inteligentes y responsables, cuando sientan o sepan que han sido injustos con alguien de su simpatía o desagrado. Eso crea confianza y respeto. ¿Es mucho pedirles a los tigres de Semana?

Pero, ¡Ojo! Este ‘drama’ que hoy le tocó a Semana, es la comidilla diaria en muchas empresas; pero cuando se trata de dos personajes de un medio de comunicación que acapara la atención de todos… ¡Se vuelve escándalo! Así que reduzcamos el asunto a sus justas proporciones: el desencuentro de dos ‘tigres’ importantes. Porque los ‘tigres’ son así, no importa de qué corriente política sean: Reflexionan, después de… Así que como dice el adagio español: Otra mancha más al tigre, no hace la diferencia… ¿Será por eso que la humanidad anda como anda y se parece a un tigre? ¿O será que Coronell calculó mal que el combate disparejo entre el joven ‘tigre’ y el aparente ‘tigre’ viejo no tuvo en cuenta el poder del que toma las decisiones?

La cosa fue un simple negocio, señores, en la que el tigre más joven ignoró: “¿No sabe usted quién soy yo?” Además, no hay situación más tonta que la de pretender convencer al dueño del aviso y a la opinión de que cierta columna es justificada e imprescindible, cuando el dueño sabe cómo mantener su negocio a punta de socios de billete, esfuerzo propio, fama o prestigio, opinión e influencia; o contratar otro columnista más caro que Coronell, que se llama inversión. Porque con la salida de Danielito, algunos se irán, pero vendrán otros; de pronto, más numerosos. Pero no hay que olvidar que hay algo misterioso que se llama azar o destino; y muchas cosas pueden cambiar, para mal o para bien. Esa es la lección del tigre ‘viejo’ que de pendejo no tiene un pelo y de la que podemos aprender todos, nos gusten o no, Felipe López y Daniel Coronell. Eso se llama profesionalismo, que es muy escaso.

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