Se llama secuestro

Por miedo o por excesiva cautela, el gobierno no puede dejar de decir las cosas como son.

Cuando se conoció el domingo 22 de mayo la desaparición de Salud Hernández, me pareció prudente y responsable el silencio inicial del gobierno. Ante la oleada de rumores que inundaron las redes sociales, una declaración sin evidencias sólo hubiera avivado la confusión. En instantes de zozobra, y en los medios no hay nada que produzca mayor frenesí que una noticia sobre un colega, la posición oficial es considerada crítica. Sirve de punto de partida, como una luz en el horizonte.

Hay que cuidar cada palabra. Limitarse a los hechos, dejar las especulaciones a otros. Es una difícil prueba; es el momento en que puede pelarse el cobre como se dice popularmente. Cuando quedan al descubierto las prioridades y también la vulnerabilidad del gobierno.

Así le acaba de pasar a la administración del presidente Juan Manuel Santos. Con su manejo de la situación desnudó una ansiedad existencial: que la suerte de la columnista española afectara los procesos de paz, tanto el de La Habana como el incipiente con el ELN. Y esto se refleja en tres comportamientos: un miedo a cómo reaccionará la oposición, una proclividad de pensar con el deseo ante las crisis y una renuencia a decir las cosas por su nombre.

Un ejemplo de la primera conducta se observó el lunes con la extraña justificación de por qué estaban enviando tropas al Catatumbo: “por ser (Salud) una persona que está criticando el gobierno, es que le he dado la instrucción a la Fuerza Pública para que desplieguen todos los esfuerzos necesarios para ubicarla”. Como si fuera una condición sine qua non en Colombia ser opositor para que las autoridades actúen.

El segundo comportamiento induce al error como ocurrió con las especulaciones oficiales de que ella “está en un trabajo periodístico” y que el ELN estaba buscando la manera de regresarla. Sin duda ese escenario -esa ilusión- era mejor del que se conoció el jueves: la confirmación de que Salud y los dos periodistas de RCN televisión (Diego D’Pablos y Carlos Melo) estaban en manos del frente nororiental de esa organización guerrillera. (Afortunadamente hoy viernes fue liberada Salud y se espera que el sábado vuelvan a sus casas los colegas de RCN).

Si bien las dos conductas anteriores son preocupantes, la tercera -la adopción de un lenguaje orwelliano por parte de altos funcionarios para no herir susceptibilidades- puede ser incluso más nocivo en el largo plazo. El caso más aberrante es reemplazar la palabra secuestro por retención en contra de su voluntad. Hasta el Presidente mencionó los dos conceptos en una misma frase para describir la situación de Salud Hernández.

No es gratuito que las FARC eviten a toda costa utilizar la palabra secuestro. Incluso en el trino de este viernes 27 de mayo donde alias “Timochenko” exige el fin de estas “prácticas” y que fue destacado en todos los medios como un gesto positivo, omiten el término.

En su ensayo “Politics and the English Language” de 1946, el escritor George Orwell criticaba el uso de frases abstractas para describir la realidad cotidiana; “era defender lo indefendible”. La destrucción de un pueblo se llama “´pacificación”; la muerte de opositores, “la eliminación de elementos pocos fiables”. La privación de la libertad, el robo de meses y años de una vida, la tortura sicológica a familias, una retención en el lenguaje fariano.

Esas frases son necesarias, decía Orwell, cuando “uno quiere nombrar cosas sin que estas sean acompañadas con imágenes”. Los defensores a ultranza del proceso de paz vociferan 24/7 sobre la importancia de la verdad. Comencemos, entonces, por decir las cosas como son.

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