Se volvió a rajar

Todavía frescas las infames y mendaces críticas que el presidente Santos hiciera a la política exterior del gobierno Uribe (como si no hubiera sido parte del mismo), y sin acabarse de jactar de como él sí había sabido relacionarse con todos los países del mundo, sobre todo, con los del continente, de la región y, particularmente, con sus vecinos y nuevos mejores amigos, cuando se desató la crisis en la frontera con Venezuela, y se le desvaneció su soberbio discurso.

Quedó en evidencia que la política exterior es de apariencia y que son más las equivocaciones que los aciertos. Que nuestra diplomacia es servil y complaciente y en ocasiones sirve intereses personales. Además, que la realidad no corresponde con lo que dice el presidente.

Fiasco fue tener que asumir la poca o ninguna diligencia de Unasur, cuando se le solicitó una reunión urgente, máxime, teniendo en cuenta que su secretario general es un colombiano (deshonroso pero, colombiano al fin y al cabo), y gran amigo de la canciller y también del presidente, a quien le debe, además, su resurrección política y social.

Estruendoso fracaso no haber conseguido en la OEA más que un vergonzoso portazo en las narices, al que contribuyó Panamá, para desquitarse de la afrenta de Colombia cuando lo catalogó como “paraíso fiscal”.

Y aunque la canciller se mostró ingratamente sorprendida con los resultados, sobre todo con la “salomónica” actuación de Panamá, pretendió que creyéramos, al estilo Maturana, aquello de “perder es ganar un poco”, puesto que también obtuvimos varios votos a favor.

Otro tanto le sucedió al presidente cuando desconcertado preguntó dónde estaba Latinoamérica, olvidando que se encuentra en el mismo lugar en el que estaba él, mientras atropellaban la oposición venezolana.

Fuimos víctimas de la manguala castrochavista, esa que auspiciada por la “mermelada negra” logró instalarse en buena parte del continente y que no cejará en su empeño por tomarse también nuestro país.

Todo esto es fruto de ese matrimonio de conveniencia que contrajo el presidente Santos con Chávez, para que le sacara adelante su dichoso proceso de paz de La Habana, y de esa fatídica renovación de votos que hiciera con el presidente Maduro, a pesar las señales de alerta que indicaban que el ahijado de los hermanos Castro sería un tirano de peor calaña que su antecesor y que, tarde o temprano, usaría esa relación para justificar o distraer sus yerros, tal y como lo está haciendo ahora.

Esa postiza relación existente entre los dos países tiene que acabar. No quiere esto decir que tenga que haber una confrontación armada. No. Pero Venezuela, país que atropella los derechos humanos de colombianos, que alberga los narcoterroristas de las Farc, y que trabaja en asocio con ellos en el tráfico de drogas, no puede ser garante de ningún proceso de paz. Es lo menos que podemos pedir.

En fin, ojalá tan grave episodio sirva de lección. Que esto no acabe en abrazos, sonrisas y selfies. En un aquí no pasó nada y Maduro siga como garante. En que aparezcan sorpresas como que, en medio de la barahúnda fronteriza, el “congresito” facultó al presidente para nombrar a Timo, Márquez y el resto del combo habanero como senadores.

Política exterior, supuesta fortaleza del Gobierno y única materia que últimamente no aparecía en rojo en las encuestas, sin embargo, se volvió a rajar por no tener en cuenta que el respeto es su principio fundamental.

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