Silencio cómplice

EE.UU. y la amenaza venezolana

El fracaso de la OEA y la Unasur

Es evidente que la situación de Venezuela se acerca al punto de no retorno. Con el presidente Barack Obama declarando al Gobierno de Nicolás Maduro como una amenaza a la seguridad nacional de los Estados Unidos, las cosas han escalado en gravedad. Y peor, por supuesto, la respuesta del propio Maduro diciendo que una intervención norteamericana sería respondida con una “insurrección mundial”. Lo que no solo da grima, sino parece un chiste.

Desde luego, Maduro no desaprovecha oportunidad para tomar el mismo camino del régimen cubano, cuando desde los años sesenta proclamaba la resistencia contra el imperialismo, solo que es una caricatura. Por lo demás, una caricatura anacrónica congelada en el tiempo y satisfecha de vivir su propia guerra fría. Una invención esquizoide que demuestra cuán lejos está de la realidad. Hoy, como está dicho una y mil veces, Cuba y Estados Unidos toman senderos conjuntos para resolver sus problemas, con todo lo difícil que ello pueda ser, en uno de los hechos políticos más relevantes de 2015. Venezuela, en cambio, se hunde en el irrealismo, la otra cara de la moneda de este año donde necesariamente tendrá que tomarse una resolución.

En tanto, la realidad monda y lironda es que el pueblo venezolano sigue viviendo el desabastecimiento, la hiperinflación, el divisionismo y el fracaso. Y Maduro continúa esperando la mano providencial que lo salve de semejante estropicio que ha significado convertir uno de los países más ricos del continente en la cuna de la insatisfacción, la miseria y el desencanto. Existe allí, como ya lo tiene claro el orbe entero, un sistema que se mantiene con base en la persecución. Y con los opositores destinados uno por uno a la cárcel, bajo falsas imputaciones, no puede alegarse en Venezuela ninguna democracia y mucho menos aceptar que denunciar el exabrupto sea un golpe de Estado.

Por el contrario, está reconfirmado que lo que existe es un régimen militar que simplemente tiene a la poco atractiva figura de Maduro de títere mientras hace y deshace sin Dios ni ley, con el fermento de la corrupción de elíxir gubernamental.

Razones tendrá Estados Unidos para declarar al gobierno venezolano como amenaza a su seguridad nacional. De hecho, Obama en propia persona informó una lista de altos funcionarios de Venezuela vetados. Tan grave será la cosa que aseguró, letra a letra, que la amenaza es “extraordinaria e inusual”. Con ello, por supuesto, Venezuela queda hoy a la altura de naciones como Corea del Norte o Irán. La relación bilateral pasa, pues, el peor momento de su historia, desde hace años además sin embajadores por donde canalizar las discrepancias.

Frente a ello, interesa a los demás americanos cómo se va a proceder ante el insostenible caso venezolano. Difícil hacerse los de la vista gorda, en el mundo moderno, con la satrapía que paulatinamente se ha enquistado en el poder. Hace un par de semanas el único gobierno de la región que pidió públicamente la liberación de Leopoldo López fue el colombiano. Lo hizo, incluso, en dos ocasiones, primero refiriéndose al debido proceso y segundo exigiendo la libertad. Lo mismo con el caso Ledezma. Los demás gobiernos permanecieron callados. Y ni siquiera el pedido de la oposición venezolana de estudiar el tema en el seno de la OEA se ha puesto en práctica. Mientras tanto ese organismo ve cómo se llevan por delante la Carta de Derechos Humanos, que es el motivo de su fundación y existencia, sin que sus voceros se atrevan a ir más allá de declaraciones por salir del paso.

Queda, desde luego, el sainete de Unasur. Nadie, a estas alturas, le da credibilidad al organismo como para respaldarse en aquel para una salida razonable. Por el contrario, si la OEA se sume en las aguas insulsas, Unasur se pierde en la parodia y la falta de voz. Hace unos días, justamente, esa organización se ofreció, a través de su secretario general, para intermediar entre Estados Unidos y Venezuela. La misión, a juzgar por los hechos, ha fracasado estruendosamente.

Sin la OEA y Unasur, y por lo tanto sin organizaciones americanas multilaterales de nivel que permitan abocar el tema, toca a cada gobierno tener el ojo avizor y actuar acorde con los principios democráticos. Hasta el momento, silencio. Un silencio que no puede llamarse sino como efectivamente lo es: un silencio cómplice.

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