Síndrome de Estocolmo

En el discurso oficial y en las columnas de opinión sobre las negociaciones de paz con las FARC abundan las ideas que dan cuenta del desencanto y fatiga con esta “guerra que lleva 52 años… guerra sin sentido, que nadie ganó, sin vencedores ni vencidos, que nos avergüenza” y con las que se apunta a explicar y a justificar las generosas y copiosas concesiones hechas a esa guerrilla en el Acuerdo rechazado en el plebiscito.

Del flanco guerrillero la versión es diametralmente opuesta. Tanto en las innumerables declaraciones dadas a la prensa nacional e internacional como cuando vienen a hacer “pedagogía de paz” en sus frentes y en lo que se pudo conocer de la Conferencia del Yarí, los comandantes hablan sin tapujos, sin rubor, sin pena ni arrepentimiento de su “heroica gesta” de su “esfuerzo titánico en pro de la revolución redentora”, de su indoblegable espíritu y de su incuestionable compromiso con la lucha por la “Patria Grande”.

Así pues, tenemos el balance de la confrontación en dos canales: En el primer canal, está la versión de los que sienten vergüenza por haber dilapidado tantas vidas y tantos recursos para nada, de los que piensan que se hizo mal en responder a los ataques terroristas que no eran tales sino acciones desesperadas de campesinos sin tierra víctimas de la exclusión y de la ausencia de democracia. 

Es decir, el discurso de la derrota de la institucionalidad, del estado de derecho, de la Constitución, de un Ejército que se sacrificó por nada que valiera la pena. En suma, la declinación del que podríamos llamar la bandera o el leit motiv de la que se supone es la motivación que da legitimidad a la defensa de las leyes y las instituciones que nos rigen.

Capitulación de hecho porque cuando  se desconoce haber actuado en defensa de una causa justa, como lo es la defensa de la democracia, la libertad y la república, nos colocamos en el terreno de la barbarie y la sinrazón. Imaginemos que los Aliados en la Segunda Guerra Mundial hubieran procedido con ese tipo de sentimientos ante la agresión del nazismo, ¿qué sería hoy del Mundo? La entrega de la razón política y moral al “otro” es pues, el principio de la derrota total.

En cambio, por el otro canal hablan los que se hacen llamar “excluidos” de la democracia, del bienestar y de la justicia. Ellos honran a sus héroes caídos en combate, justifican todas sus acciones militares puesto que son representantes del pueblo y como su guerra es de los desposeídos, acuden al secuestro que llaman retención y al narcotráfico para financiarse. Sus masacres no son masacres y sus bombazos a iglesias, clubes sociales y pueblos son actos de heroísmo. Ellos sí defienden la justeza de su causa y por eso se niegan a pedir perdón y cuando lo hacen dicen que son daños colaterales.

Aunque perdieron en el terreno militar toda posibilidad de alcanzar el poder, ganaron la que, de suyo, es la batalla principal, la de imponer su relato y que este haya sido acogido por una parte del establecimiento, varios partidos y movimientos políticos de todo el espectro, sectores de la Iglesia católica, uno que otro general de la República, sectores empresariales y, por muy amplios sectores académicos e intelectuales que piensan que esta es una democracia de papel y que las guerrillas son fruto de las grandes desigualdades sociales.

Al lado de esta entrega, todas las demás, de todo orden, contempladas en las 297 páginas del derrotado Acuerdo, tienen su lógica, la de la inversión de la culpa por la que el victimario es convertido en víctima, por la que la paz se vale lo que sea con tal de que no nos hagan más daño. Es lo que se conoce como el “síndrome de Estocolmo”, llamado así en razón de una experiencia de la vida real cuando los secuestrados en un asalto terminaron congraciados con sus victimarios porque no los habían matado.

Dicho síndrome se manifiesta, por ejemplo, en la afirmación del alcalde de Cali que llamó a pedirle perdón a las FARC, o cuando a un secuestrado por la guerrilla declara haber sido bien tratado después de años de humillación en la selva, o cuando a la exigencia de Justicia se le denigra llamándola venganza o cuando se quiere hacer ver que los colombianos nos estamos matando, estamos absolutamente divididos o “todos somos culpables de la violencia”. 

De manera que las mayorías nacionales que queremos este país a pesar de todas sus falencias e injusticias, que preferimos ésta débil y enferma democracia al futuro rosa prometido por las guerrillas, estamos, si nos descuidamos, ad portas de sufrir las secuelas del síndrome de culpa de unas elites irresponsables que piensan alcanzar la expiación de su falla histórica y de sus yerros, entregando a los victimarios lo que a todos nos pertenece.

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