Son más que una simple cifra

Esta semana se conoció un informe de la Unicef sobre los efectos de la guerra en los niños. De acuerdo con el estudio, que arrojó unas cifras que no sabemos de dónde ni cómo fueron obtenidas, alrededor de 250 mil niños sufren los rigores del terrorismo en nuestro país.

Hay un aspecto del informe que me ha llamado la atención: el número de niños que, estima Unicef, han sido usados o reclutados forzosamente desde que comenzó el proceso de paz de La Habana. Según esa dependencia de las Naciones Unidas, mil niños han sido llevados contra su voluntad a los campamentos de los grupos armados organizados al margen de la ley, tales como las Farc, el Eln y las denominadas Bacrim.

Ese número produce curiosidad, pues demuestra que nadie sabe realmente ni cuántos ni quiénes son la los niños reclutados forzosamente. Para el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, se trata de 2 mil por las García y de 20 mil en los últimos 10 años, mientras que para la Defensoría del Pueblo han sido 5700; para investigadores y académicos independientes consideran que han sido más de 6 mil.

Así las cosas, queda en evidencia que nadie tiene ni la más remota idea de cuántos niños realmente han sido arrancados de sus hogares para ser convertidos en esclavos de la guerra. Y la disparidad en las cifras es prueba suficiente de que el asunto no ha sido abordado con la rigurosidad y seriedad que merece.

La falta de una política pública eficaz que prevenga el reclutamiento de menores, que sirva de colofón para la promoción de la desvinculación de las filas criminales, se convierte en el vehículo del caos y, claro está, abre la puerta para que cada entidad maneje unos números que al ser contrastados resultan preocupantemente contradictorios.

Lo que sí es cierto es que Colombia es, para nuestra propia vergüenza, el único país de occidente en el que sus niños son víctimas del reclutamiento forzado. De acuerdo con el Council on Foreign Relations –una muy respetada organización internacional concentrada en el estudio de fenómenos como el de los niños combatientes- los seis países con mayor número de menores usados en la guerra son: Uganda, Burundi, Myanmar, Liberia, República Democrática del Congo y Colombia.

Pero vayamos más allá. Esto no se trata de una contención para determinar qué entidad tiene la razón respecto del número de niños reclutados a la fuerza. Qué más da si son mil, ocho mil, 20 o 100 mil. Lo cierto, lo incontrovertible es que son muchos, tal vez tantos que si conociéramos la realidad, sufriríamos una conmoción. Nada hemos hecho para prevenir que nuestros niños sean sacados de sus casas para ser conducidos contra su voluntad a los campamentos del terrorismo.

En todo este asunto hay una monumental indolencia y la indolencia es causada por el desconocimiento. No somos conscientes de la magnitud del drama que padecen aquellas niñas que estando en edad de jugar con muñecas son convertidas en esclavas sexuales de los jefes de la guerrilla. Son usadas como objetos, embarazadas, obligadas a abortar y luego arrojadas con total desprecio.

Ignoramos el dolor de los niños que tienen que llevar un fusil tal vez más alto que ellos y son obligados a asesinar a sus congéneres. Niños que deberían estar aprendiendo matemáticas, son convertidos en matones, en maestros en enterrar minas antipersona, en expertos a la hora de perpetrar masacres.

Despertemos, abramos los ojos frente a esta tragedia que carcome las bases de nuestra sociedad. Se trata de nuestros niños. Tan colombianos como ustedes, estimados lectores, o como yo. Tan inocentes como sus hijos o mis hijas. De ellos estamos hablando, no de una cifra sacada de debajo de la manga por tal o cual entidad. Ellos son más, mucho más que una simple cifra.

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