Suramérica se agita

Aunque con causas diversas, Argentina, Brasil y Venezuela se aprestan a cambios y giros políticos. En Colombia, gobierno y Congreso disponen medidas aprovechando la indiferencia ciudadana.

Varios países de Suramérica están en períodos cruciales de cambio, algunos originados en crisis políticas y económicas (Venezuela, Brasil), otros en procesos de giro político generados en elecciones democráticas (Argentina), y otros, como Colombia, embarcados en modificaciones constitucionales y legales de severas consecuencias ante la mirada impasible de su población.

Hoy es el relevo presidencial en la República Argentina. Un verdadero cambio en la forma, en los métodos y en la visión del gobierno. Termina el “kirchnerato”, por ahora, con una presidenta que en sus últimas horas de mando mostró su faceta más arrogante y poco conciliadora. No solo firmó nombramientos hasta el último minuto (entre ellos, dos embajadores) sino que sometió a su país al espectáculo poco ejemplar de tener un traspaso de mando con un protocolo que tuvo que ser definido por instancia judicial.

El periódico La Nación, de Buenos Aires, registraba ayer datos derivados de sus investigaciones que dan cuenta del incremento patrimonial de la presidenta, su familia, y altos funcionarios que formaron su guardia pretoriana. Algunos ministros, por ejemplo, no tienen forma de acreditar que su enriquecimiento derive de los salarios recibidos como servidores públicos.

Mauricio Macri, por lo pronto, tendrá mucho que corregir. Confía en que el respaldo internacional y el retorno de la inversión extranjera puedan darle el oxígeno político necesario para contrarrestar la oposición que el peronismo, representado por Cristina Fernández y su hijo Máximo Kirchner, le harán sin tregua.

El otro cambio en marcha es el de Venezuela. Mientras todo el mundo aguarda con expectativa la cohesión que la oposición pueda mantener, teniendo en cuenta la multiplicidad de los partidos que componen la Mesa de Unidad Democrática (MUD), se asiste también a la andanada verbal del presidente Nicolás Maduro, que pidió la renuncia a todos los ministros. Gesto previsible no solo para salir con algo que justifique semejante derrota tan contundente, sino también para salvarles, en lo posible, el honor político, ya que en la Asamblea Nacional la nueva mayoría opositora tiene los votos suficientes para aprobar mociones de censura y retirarlos del cargo.

Tal como aseguraba Andrés Oppenheimer en la columna que publicábamos en nuestra edición de ayer, sería una grave ingenuidad creer que Maduro y el chavismo se van a quedar de brazos cruzados esperando la llegada de la oposición al poder. Harán lo que esté a su alcance para retener el control del país.

En Brasil, por su parte, la presidenta Dilma Rousseff lidia con la crisis política y el estancamiento económico. Acosada por todos los flancos y por los escándalos de corrupción de su partido y sus funcionarios, ya hasta el prudente vicepresidente, Michael Temer, le notificó su divorcio político.

Finalmente Colombia, que se ufana a veces de poderles dar lecciones a los otros gobiernos latinoamericanos, hace cambios constitucionales y legales como rebajar los umbrales para los plebiscitos para que no haya forma posible de perderlos y se ajusten a los fines del gobierno (que no de la paz, como se dice), y se prepara para que el Congreso apruebe mansamente atribuciones y poderes extraordinarios al presidente.

Al contrario que Argentina, Venezuela, Brasil o Ecuador, Colombia no cuenta con una sociedad que se movilice ni se interese siquiera por lo que deciden sus poderes públicos. Por eso el Legislativo declina su labor y la delega en la sola voluntad del presidente de la República, quien a nombre de una sociedad civil indiferente está apurando una negociación en La Habana cuyos términos aún son una incógnita.

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