TERRORISMO A LA ORDEN

Basta con una superficial mirada a cualquier mapa mundial para entender que la mayor amenaza contra la humanidad y la civilización, es el terrorismo. Desde todos los continentes llegan las informaciones sobre acciones demoledoras que ni siquiera se molestan en conservar las formas. Hay casos espantosos. Todos somos víctimas probables. Ninguna nación del orbe está a salvo. No estamos frente a un simple enemigo ideológico. Se trata de una herramienta criminal a la cual apelan desde estados “respetables”, movimientos políticos de variado origen y propósitos, fanatismos religiosos y organizaciones dedicadas a lo ilícito como las mafias económicas y sociales o las redes del narcotráfico.

Hace algunos años Mario Vargas Llosa, en unos de sus artículos decía que nadie imaginó que la reacción frente al “desorden” moral, sumada a la inseguridad ante el provenir, que originó la matanza del 11 de septiembre de 2001, convertiría a la religión en uno de los protagonistas mayores de la vida política en Estados Unidos cuando apenas empezaba el siglo XXI. El fenómeno se ha extendido. Reaparece en aquellos lugares en que parecían haberse extinguido o atenuado sus efectos, pero ahora nuevamente amenaza junto a los otros factores protagónicos mencionados.

A todo esto debemos agregar las pretensiones revolucionarias neocomunistas, con vocación supranacional. Venezuela es un ejemplo de cómo se puede liquidar a una nación libre, independiente y soberana hasta convertirla en un peón internacional que conduce, en Latinoamérica, el esquema de entrega a La Habana, a los intereses cubanos dentro de un cuadro novedoso que mezcla lo político con lo económico y financiero. En el juego participan elementos extracontinentales, pero de mucha influencia operativa. El peligro de extensión es real.

Estas reflexiones pretenden llamar a la defensa de nuestras democracias mediante el ejercicio claro y definido de nuestros derechos fundamentales, como personas y como pueblos. Hay que enfrentar el clima de represión, de miedo manteniendo una fe tranquila, pero clara y decidida. La acción debe estar siempre orientada por nuestros valores. La norma debe ser actuar con transparencia absoluta y con firmeza permanente que asegure el resultado que buscamos.

Debemos unificarnos en América y el resto del mundo para no agotarnos sólo en las palabras. Los ataques son con ánimo de destrucción definitiva. Buscan cambiar nuestras escalas principistas y bloquear el conocimiento de las jóvenes generaciones. Cualquier signo de debilidad de nuestra parte, es un aliciente para la violencia terrorista. Jamás pediremos excusas por hacer lo que tengamos que hacer en la dirección señalada. Recordemos que las responsabilidades históricas provocan heridas que jamás se borran. No olvidar que las democracias se derrumban cuando son incapaces de trasmitir sus valores de una generación a otra.

oalvarezpaz@gmail.com  Viernes, 15 de agosto de 2014

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