Tierra y pantano político

Las conversaciones entre Farc-Gobierno en La Habana han puesto en la primera plana el tema de la tierra. Pero desde la aplicación de la Ley de Justicia y Paz de 2005, la tierra comenzó a tener protagonismo político por efecto de la recuperación, la reparación y la entrega de predios ya fuera a sus legítimos propietarios, ya de baldíos de la nación a los labriegos.

 

La tierra comenzó siendo la principal reivindicación de la cuadrilla de Tiro Fijo cuando se autodenominaron autodefensas campesinas de Marquetalia y Riochiquito hace cincuenta años, bajo la consigna de “guerra popular y prolongada”, y con la duda maoísta sobre la capacidad revolucionaria del proletariado urbano, aunque las Farc fueran leninistas pro Moscú. Por entonces, las calendas de Gilberto Vieira y Filiberto Barrero, los comisarios comunistas criollos. Desde aquellos años se hablaba de latifundismo, el minifundismo y  la economía del monocultivo del café.

 

Luego el Eln centró su razón violenta en los hidrocarburos. No solo vivió de los atentados contra oleoductos, los secuestros y sus rescates millonarios en moneda alemana (recordar a la pareja intermediaria de los Maus), sino de su imagen, esa envoltura tóxica de Marx-Cristo que traducida al plano local era Fabio Vásquez-Camilo Torres, y luego Manuel Pérez-Gabino. Una mezcla eclesiástico-guerrillera que pensaba más en el cielo del mártir revolucionario que en la tierra del campesino.

 

La tierra es una riqueza posible si es productiva. La tierra no se come. Se comen sus productos. Por eso la propiedad de ella es parte del mito. Explotarla bien bajo las figuras de la aparcería o el arriendo, es mejor que tener sus escrituras registradas, por ejemplo. No todo tipo de tierra es cultivable por razones de su composición orgánica. Ni todo predio es rentable debido a su ubicación lejana de los centros de consumo.

 

El debate entre expertos resucita el tema con proposiciones modernizantes. Hasta la misma guerrilla fariana ha cambiado su enfoque y hoy es reformista y no revolucionaria. Una sociedad urbana mayoritaria como la del siglo XXI, necesita un sector agrícola eficiente y de producción a gran escala. Es decir: necesitamos que el capitalismo llegue al campo. Solo un empresariado con una concepción distinta a los productores minifundistas de pancoger o a los latifundistas de ganadería extensiva en tierras de alternativas distintas, es lo que necesita el país. El paternalismo de un Estado populista para entregar títulos a parceleros que no tienen manera de crecer con tecnología, financiación, mercadeo y renovación de acuerdo a la demanda nacional e internacional, es una política engañosa que mantiene la pobreza de la familia campesina, susceptible de repartir y aumentar esa pobreza mediante el fraccionamiento hereditario.

 

La escuela fisiocrática que defienden las Farc, como lo señala con gracia Juan Carlos Echeverry, es de la mejor catadura conservadora. Eso se debe a que las Farc lo que verdaderamente les interesa no es la tierra, sino lo que está debajo de ella: el oro, los minerales preciosos y el coltan. Y esa es la veta económica detrás de la “paz concertada”.

 

No es el punto uno de la agenda en La Habana lo que está en la mente y en  la bondad fariana con el campesinado, por mucho que convoquen guerrilla y gobierno a la inconsútil “sociedad civil” a exponer sus puntos de vista. Es el punto dos sobre “participación política” donde quedarán evidentes los asuntos relacionados con los delitos de lesa humanidad, el narcotráfico, los crímenes de guerra y la exigencia de amnistía, perdón y olvido para las Farc-Ep. Entonces la pelota ya no estará entre las piernas del Ministro de Agricultura, sino en las del reencauchado Ministro del Interior, quien no tendrá paz en el interior ni en el exterior.

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