Todas las paces que nos faltan

La paz entre el gobierno y las Farc es un punto de partida. Ojalá sea irreversible y fructífera. Lo que falta es un catálogo extensísimo de paces que apenas estamos empezando a identificar: Siguen todas las facciones insurgentes, los grupos delincuenciales anónimos o reconocidos, los bandidos de todos los pelambres. Y en el transfondo, un espíritu vindicativo, pendenciero, revanchista y enemistoso que sigue latiendo en el alma nacional. Todavía, mientras persistan y socaven los viejos odios, no se desvirtúa la sentencia atribuída a Bolivar: “Cada colombiano es un país enemigo”.

Que abunda y puede ser mayoritaria la gente buena, predispuesta a la convivencia y la tolerancia, convencida y practicante de la equidad, respetuosa de los derechos y los deberes propios y ajenos, no tengo por qué ni cómo dudarlo. Pero que hay legiones de primitivos, cavernícolas, bárbaros, sujetos animados por la malicia y la mala fe, explotadores de los demás, prepotentes con los débiles y débiles ante los fuertes, políticos y funcionarios torcidos y tramposos, y un larguísimo etcétera, lo evidencian las noticias, las estadísticas y las observaciones cotidianas sobre transgresiones a los códigos penal y de policía y a todos los códigos, pero, sobre todo, a los principios y normas de moral y ética.

En esa actitud propagada al amparo de la impunidad y el desgobierno residen los llamados factores objetivos de violencia, determinantes de la ausencia de paz en los más variados ámbitos, pese a la bondad de intención de ciudadanos a carta cabal que trabajan por un tipo humano renovado y bien distinto. La guerrilla, el paramilitarismo, las bacrim y demás facciones apenas representan, con todo y su evidente peligrosidad, piezas de un rompecabezas más grande, complejo y amenazante.

No habrá paz completa mientras desde un fuerte y eficiente proyecto educativo no se retome el hilo, si se quiere elemental, del axioma según el cual “el respeto al derecho ajeno es la paz”. El troglodita retador que en estas noches con sus madrugadas ha disfrutado haciéndole bulla al vecino, por ejemplo dizque para celebrar la paz, así como el patrón que explota al trabajador, el culpable de violencia intrafamiliar, el jefe que matonea al subalterno, el evasor de impuestos, en fin, todos esos especímenes de la fauna salvaje de este país, son destructores de paz, portadores de violencia, exponentes de una falta pasmosa de civilidad.

No creo en la vocación pacifista de muchísima gente. Como en la anécdota atribuida al escritor irlandés Bernard Shaw: Un padre, desesperado por el comportamiento abominable de su hijo, le pidió: “Señor Shaw, dígame qué puedo hacer para que mi muchacho sea un perfecto caballero”. “Esperemos tres generaciones”, fue la respuesta. ¿Cuántas generaciones tendremos que esperar los colombianos para alcanzar las paces que nos faltan?.

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