Todo por la paz

Los resultados de las elecciones legislativas del nueve de marzo confirman que sí existe un rechazo por parte de los colombianos al proceso que se lleva a cabo en la Habana y, no es poco. Otra y, quizá la más importante de las reflexiones es que el presidente está dispuesto a todo con tal de conseguir una firma de las Farc, incluso a inferir en los resultados electorales para no permitir que nada haga volar por los aires su proyecto de paz. La indignación no se ha hecho esperar, porque, usted puede sestar de un lado u otro de la ideología, pero lo que no puede aceptar es la ilegalidad en un sistema que se dice democrático.

Curtidos, como estamos los colombianos en esto de aceptar calladamente la corrupción –prueba de ello fue la alta abstención- esperábamos sin embargo que estas fueran unas elecciones limpias que permitieran un Congreso que limpiara su nombre y corrigiera su camino, pero una vez más, eso no será así. La más afectada de todo esto quizá sea la paz. Si ya de por sí, todas las encuestas indican que los colombianos exigen cárcel para los miembros de las Farc antes de participar en política, lo de ayer fue un golpe duro por parte de quien más la defiende.

Sería bueno preguntarnos ¿Qué pensaran las Farc de un sistema que es pervertido en aras de un interés personal y del que ellos quieren participar? Si yo fuera ellos pensaría que, ni ellos mismos estarán seguros electoralmente dentro de esta democracia. En caso que se les permita participar para cargos de elección popular, su participación sería tan fugaz como su propia paz. Otro interrogante seria ¿Por qué habría las Farc de pensar que si hoy el sistema se pervirtió en su favor, mañana no lo pervertirán en su contra? La paz, sin duda, necesita más de una firma para ser sostenible en el tiempo, necesita de instituciones que actúen dentro de la legalidad.

Como vamos, vamos mal. El desprestigio de las instituciones no nos sirve; es necesario un cambio profundo en las mismas, que proporcione equidad a cada ciudadano que aspire a elegir y ser elegido, que protejan sus derechos, incluso si está en la oposición política. Para garantizar unos derechos mínimos no se necesita siquiera una firma en la Habana, es la Constitución la que nos los otorga como colombianos y los gobernantes están apenas emplazados a garantizarlos y, digo apenas, porque se supone que así lo harán. Si algo quedó evidenciado ayer, es que de firmarse un acuerdo entre gobierno y Farc estaremos a las puertas de un neo conflicto que, obviamente se puede evitar si se le otorgan las garantías a cada colombiano.

Acallar al disidente no es ni mucho menos una señal de que somos una democracia decente, que otorga mínimos de cara a la participación, en la que se supone que hay división de poderes, en la que la abstención llega al 60% como respuesta al inconformismo de los ciudadanos con el manejo del Estado. No goza hoy Colombia de una democracia saludable, sin embargo, aún nos queda el derecho de pensar a favor o en contra de. Pero ¿hasta cuándo nos será posible ejercer ese derecho sin que el gobernante de turno tuerza nuestro pensamiento en las instituciones que deben refrendarlo?

La próxima cita electoral de los colombianos es en mayo. Si bien en las legislativas había intereses individuales de los ciudadanos, por razones de la burocracia y la contratación, en las presidenciales que llegan menos al ciudadano -pues este ya ha refrendado su interés particular-queda claro que nos enfrentaremos a un panorama de deslegitimación de la institución presidencial por cuenta del abstencionismo que puede llegar a rozar porcentajes históricos.

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