Tres conflictos

La realización de un viaje familiar a Europa me ha permitido, por pura coincidencia, visitar tres regiones en las que se desenvuelven importantes conflictos. Pese a que el atafago de un paseo turístico rápido no permite la aproximación necesaria a la situación que vive cada uno, quiero relatar algunas impresiones someras al respecto.

El primero es el de Escocia, que está en vísperas de acudir a las urnas en un referendo para decidir si se separa del Reino Unido, al que pertenece hace algo así como siete siglos. Se realizará luego de un acuerdo entre las partes –Escocia y el Reino Unido- que permitió verificarlo legalmente.

La campaña transcurre tranquilamente, de suerte que al visitar a Edimburgo, la hermosa capital escocesa, apenas si se capta que tan trascendental decisión histórica apenas está a unos días de tomarse. Ni en sus paredes ni en otros lugares públicos se observa propaganda a favor o en contra de la separación. Solo por accidente nos encontramos algunos volantes que explicaban –vaya sorpresa- tanto los argumentos de quienes defienden la secesión como los de quienes no la comparten. Porque las dos posturas tienen plenamente asegurada su expresión en completo equilibrio.

Si bien hace unos meses el NO gozaba de cómoda mayoría, luego del último debate televisado entre los principales defensores de cada alternativa el SI se ha disparado, por el pobre desempeño en la discusión de quien defendía la continuación en el Reino Unido. Están en juego intereses muy poderosos, como el dominio sobre los yacimientos petrolíferos del mar del norte, el abastecimiento a Inglaterra de productos agrícolas escoceses, la posibilidad o no de seguir en la zona de la libra esterlina y de gozar de las ventajas del sistema financiero inglés por Escocia, entre otros. Hoy no es posible vaticinar quién será el ganador. Hasta tal punto hay preocupación en Londres que el primer ministro Cameron y los jefes de los dos partidos históricos, laborista y conservador, se han desplazado a Escocia a defender la permanencia de ésta en el Reino Unido. Resalta, en todo caso, el alto grado de civilismo y el ejemplo de un certamen democrático.

Estuve posteriormente en España y pasé por Barcelona, capital de Cataluña, región donde ha crecido también un movimiento separatista que aspira a seguir los pasos de Escocia. Ambos conflictos tienen el mismo fondo soberanista, pero también diferencias notables. Si en el Reino Unido hubo acuerdo para facilitar la consulta, en España no lo ha habido. Por el contrario, se ha desatado una fuerte pugna entre los independentistas catalanes y el gobierno central de Madrid: los primeros decididos a adelantar el referendo en noviembre, los segundos a no permitirlo.

La única manera de llevar a cabo dicho referendo es violentar las normas constitucionales actuales, a lo cual tienden los sectores más radicales de Cataluña, pues entre los nacionalistas no hay identificación en esta materia. En estos momentos se espera una decisión del Tribunal Constitucional (algo así como nuestra Corte Constitucional) para dictaminar si es legítima la convocatoria al referendo por parte de la Generalitat, el gobierno regional catalán. Lo más probable es que lo niegue. Es incierto lo que de allí se siga y lo que ocurrirá si se convoca a la votación de noviembre sin respaldo legal, y si además se verifica y los comicios le dan la aprobación a la separación.

El debate en España es más encendido que en Escocia, no hay duda. Los mandobles van y vienen. El último significativo ha sido el escándalo por un continuado fraude fiscal del acaudalado y principal líder histórico de los separatistas, Jordi Pujol, aprovechado hábilmente por el gobierno central. La prensa y la televisión registran hasta el más mínimo detalle de los hechos y la polémica no se detiene. Aquí, entonces, no se sabe a ciencia cierta si el referendo se realizará de manera legítima, e inclusive, si de todos modos se lleva a cabo, el rumbo que tomará la relación de la comunidad autónoma de Cataluña con el resto de la madre patria.

Por último, he tenido ocasión de visitar una semana a Rusia, en efervescencia también por el conflicto con Ucrania. Aquí no se trata de separación sino de anexión: la que Rusia ha conseguido de la península de Crimea y la que ahora pretende de otras zonas ucranianas, valiéndose de tropas infiltradas pero camufladas de rebeldes.

El contacto con los rusos es difícil por la barrera idiomática. Solo la relación con guías turísticos que hablaban español permitió algunos intercambios, muy efímeros y discretos. Rusia es el país más extenso del mundo, y su población de casi 150 millones de habitantes tiene la composición más abigarrada que pueda imaginarse, con múltiples nacionalidades y culturas. Su historia es muy compleja y atravesada por conflictos bélicos innumerables. La inclinación por gobiernos fuertes, para mantener su unidad y defenderse de los agresores o agredir a otros, es evidente aún hoy.

Y la militarización de la sociedad, también es alta. Pudimos observarlo a cada momento. En Moscú o en San Petersburgo circulan militares –desde soldados hasta oficiales- por los más diversos lugares que uno transite, fenómeno que no es visible en otros países europeos que he visitado o en Estados Unidos. El servicio militar es obligatorio y existen numerosas escuelas que reciben niños desde siete años para darles formación en esta disciplina. Nos impresionó ver desfilar en la calle decenas de niños de no más de 8 años, perfectamente uniformados.

Aunque la vida transcurre normalmente, se percibe tensión. Lo que uno capta es que Putin tiene un respaldo muy grande, es muy popular, y su política frente a Ucrania cuenta con gran respaldo interno. Para los rusos, según nos lo daba a entender uno de los guías, Crimea, por ejemplo, ha sido siempre ruso y es de importancia estratégica para su país. Por otro lado, nos repitieron varias veces, como para que entendiéramos de qué hablaban, que Kiev –la capital de Ucrania- fue una de las capitales del antiguo imperio ruso. Como dando a entender que la injerencia rusa en esa región tiene una raíz histórica.

Lo que uno percibe es que Rusia está decidida a hacer valer sus intereses expansionistas en Ucrania y que está aprovechando las vacilaciones de Occidente en esta crisis. Ha respondido las sanciones de Europa y Estados Unidos con retaliaciones parecidas y no da señales de dar marcha atrás. Con el aprovisionamiento de gas tiene la sartén por el mango para chantajear a Europa.

Cuando se anunció, hace apenas tres o cuatro días, que el gobierno ruso suspendería los vuelos de aerolíneas occidentales sobre su suelo, tuvimos temor de vernos atrapados antes de regresar a España. Por fortuna nada ocurrió y pudimos retornar sin contratiempo. Nos queda en la memoria el recuerdo de su portentosa y hermosa arquitectura, pero también la preocupación sobre el inmediato futuro.

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