Un acuerdo climático impulsado por la hipocresía

El acuerdo de París es un gesto increíblemente caro, pero casi totalmente vacío.

Los hermosos Campos Elíseos están iluminados por millones de luces centelleantes que, este año, están alimentadas con energía renovable. Hay un aerogenerador tan alto como el Arco del Triunfo, y 440 paneles solares ocupan gran parte de la rotonda de los Campos Elíseos. Una de las tardes, durante la conferencia sobre cambio climático COP21, que se celebró este mes, no había luz solar ni viento, por lo que los organizadores nos pidieron a quienes pasábamos caminando por la avenida que alimentásemos las luces con bicicletas fijas y ruedas similares a las que usan los hámsteres.

La «energía de pedal» generó excelentes imágenes para los equipos de televisión que vinieron a cubrir la cumbre, pero estas bicicletas de «energía verde» representan la victoria de los gestos vacíos por sobre lo esencial y la lógica, algo que tristemente las torna representativas de la propia COP21.

El acuerdo logrado en París incluye promesas que, si se aprueban de ahora hasta la fecha propuesta del 2030, costarán a la economía mundial al menos un billón de dólares al año (posiblemente el doble, si los políticos eligen políticas ineficientes). Esto lo convierte en el acuerdo más costoso de la historia.

Mi artículo científico con revisión de pares publicado en ‘Global Policy’ muestra que las promesas de recorte de las emisiones entre el 2016 y el 2030 reducirían las temperaturas para el 2100 en solo 0,05 °C (0,09 °F). Incluso si los recortes prometidos continuaran durante todo el siglo, el acuerdo de París reduciría el aumento de la temperatura mundial en solo 0,17 °C. Los científicos del Instituto de Tecnología de Massachusetts calcularon una reducción de la temperatura similar.

Por eso, el asesor climático del exvicepresidente estadounidense Al Gore, Jim Hansen, quien fue el primero en llevar la preocupación por el calentamiento global al público en 1988, calificó al acuerdo de París como «un fraude verdaderamente, un engaño» y «solo palabras sin valor. No hay acción, solo promesas».

Pero los políticos sugieren que el acuerdo será mucho más que eso. El acuerdo alcanzado en la COP21 va más allá de la tan discutida meta para limitar la subida de la temperatura mundial a 2 °C por encima de los niveles preindustriales, pero en realidad declara que la meta es mantener el aumento «bien por debajo de los 2 °C» y esforzarse por limitarlo a 1,5 °C.

Esto es simplemente un cínico teatro político que procura convencernos de que nuestros líderes están ocupándose seriamente del asunto. Pero ninguno de los actores habla sobre el impacto de los compromisos verdaderos y concretos acordados en París. En lugar de ello, ponen su fe en el deus ex machina: todas las vagas promesas y la retórica sobre lo que ocurrirá después del 2030 y hacia mediados de siglo.

Estados Unidos es un claro ejemplo de lo rocambolesco de este drama. No hay seguridad de que si un republicano sucede al presidente Barack Obama en el 2016, se cumplirá incluso con los próximos cuatro años de recortes prometidos de emisiones de carbono. Todavía más ridículo resulta sugerir que las promesas que se deben cumplir para el 2050 serán respetadas por quien sea presidente después del 2030.

El acuerdo de París incluye promesas sobre las emisiones de gases de efecto invernadero por los países en desarrollo, a cambio de lo cual recibirán enormes cantidades de dinero de los países más ricos. Los países pobres ciertamente tomarán ese dinero y pueden llegar incluso a gastar parte de él en reducir las emisiones. Pero los más pobres del mundo no quieren paneles solares ni aerogeneradores: tienen necesidades mucho más inmediatas, entre las cuales la energía moderna no es la menor (lo que significa en su mayor parte más acceso a los combustibles fósiles). Parece probable que para el 2030 reconoceremos que gran parte de este ‘carrusel’ de dinero habrá logrado muy poco para solucionar el calentamiento global.

Entonces, el acuerdo de París es un gesto increíblemente caro, pero casi totalmente vacío (muy similar a las bicicletas y las ruedas para hámsteres que abarrotan los Campos Elíseos). Pare el momento en que me crucé con ellas, junto con el enorme aerogenerador y los cientos de paneles solares, habían producido 321 kW/h de energía, en 9 días. Pero la electricidad total necesaria para iluminar los Campos Elíseos durante esos días fue 10 veces mayor: unos 4.500 kW/h. Incluso si 200 ciclistas profesionales pedalearan sin pausa durante todo diciembre, no producirían suficiente electricidad para las luces navideñas.

Aún peor es que no hay nada neutral en términos del CO2 en ese pedaleo. La electricidad necesaria para fabricar y mover las bicicletas, las baterías, el aerogenerador y los paneles solares probablemente genera más emisiones de CO2 que las que ahorra. Tan solo los alimentos necesarios para que los ciclistas produzcan electricidad emiten 24 veces tanto CO2 como la producción eléctrica con carbón más contaminante.

Incluso si las luces se hubieran producido con el viejo y sucio carbón, podrían haber sido compensadas completamente a través del sistema europeo de negociación de emisiones por unos 120 euros. Entonces hubieran estado absolutamente libres de CO2. Pero, por supuesto, no hubiera resultado tan grato ni hubiera producido imágenes «verdes» para los equipos de televisión.

La noticia verdaderamente importante de París fue el anuncio de un fondo para energías renovables impulsado por Bill Gates. Este fondo es necesario porque, no obstante los argumentos del grupo de presión a favor de la energía verde y de los activistas climáticos, las fuentes solares y eólicas actuales son ineficientes e intermitentes y aún no están listas para reemplazar a los combustibles fósiles. De hecho, la Agencia Internacional de la Energía estima que el mundo pagó 84.000 millones de dólares para subsidiar la energía solar y eólica el año pasado, y prevé que dentro de 25 años aún estaremos pagando unos 84.000 millones anuales de dólares en subsidios.

También necesitamos implementar otras acciones, como poner fin a los subsidios a los combustibles fósiles. Pero la política climática más inteligente a largo plazo es la que ha concebido Gates: invertir fuertemente en la investigación y el desarrollo para bajar el precio futuro de las energías verdes. La promesa hecha por Gates, junto con 20 países: duplicar el financiamiento para I&D a 24.000 millones anuales para el 2020, es un avance fantástico y exactamente lo que hace falta. Sin embargo, se debe gastar mucho más para lograr un cambio importante.

Solo en ese momento los activistas y los políticos podrán proclamar cínicamente su «triunfo» sobre enemigos ficticios y el propio calentamiento global. Pero, al igual que quienes pedalean en las bicicletas fijas de la Ciudad Luz, estarán haciendo girar las ruedas sin llevarnos a ninguna parte.

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