Un alto en el camino

Sí, al Acuerdo Nacional
Cuando la historia deja lecciones

Es asombroso constatar cómo la irritación personalista se toma el escenario nacional mientras la discusión de los contenidos pierde alcance, perspectiva y vigencia. Lo que, en principio, demuestra que estamos ante fenómenos emocionales más que racionales, con el emblema de la paz de por medio. De este modo pasan los días y las semanas en los que, a raíz de los diálogos con la guerrilla en La Habana, preponderan la personalización y el choque apasionado en Colombia. Y es a ello a lo que llaman, política.

Esto, sin duda, podrá avizorarse por algunos como síntoma de vigor democrático, pero no es, en general, la democracia un mecanismo que pueda definirse como la dilatación de las pugnas ad eternum. Podrá entenderse ello y si acaso como democraterismo. No obstante, esto resulta más bien en un desquiciamiento del sistema, porque si bien la democracia trata naturalmente del disenso, no descarta, en lo absoluto, el consenso de tonificante social en casos extraordinarios como los que se viven.

Tal y como están hoy las cosas el país se precipita por el abismo de la división infranqueable. Muchos dicen eufemísticamente que de eso se trata: de hablar en lugar de echar bala. Una noción cierta, abrupta, pero igualmente pandita. Mirado más allá, sin embargo, de lo que se trata es de buscar entre todos una salida al embrome, a cual más sangriento, de los últimos 50 años. Y eso que suena tan claro y sencillo, amenaza por el contrario con convertirse en un laberinto del que no se tiene certeza cuál es su final y del cual los colombianos saldremos más distanciados que nunca. Nadie es, por supuesto, tan ingenuo de no entender que, en las circunstancias actuales, llegar a un consenso entre los líderes principales, con miras a la reconciliación nacional, pareciera un dislate. Mucho menos bajo los epítetos de turno, especialmente en la última semana, a los cuales el país se ha acostumbrado como si fueran parte de su idiosincrasia. Eso es ya, por supuesto, sintomático de cuanto ha cambiado el rumbo de la cosas. Pero sobre todo la insignia de lo que seguirá ocurriendo si no se hace un alto en el camino y se sigue, verbigracia, por la disolución vía twitter.

Frente a todo lo anterior uno no deja de sorprenderse, en cambio, con la capacidad y la altura de quienes hicieron la paz y pusieron fin a la guerra civil no declarada de mediados del siglo pasado. Mucho trecho, desde luego, va de Laureano Gómez y Alberto Lleras, y de ahí para abajo, a lo que hoy puede avizorarse en el ámbito nacional. Los de entonces, a no dudarlo, combatientes en toda la línea, cada quien con su temperamento, pero abrigados en los intereses patrióticos que permitieron una paz estable y duradera dentro de las circunstancias del momento.

Por el contrario, cuando la pugna ha prevalecido, y no se hizo un alto en el camino de la discordia, el país perdió norte, drenó sus energías y terminó en el colapso. Caso concreto, ya se sabrá, el de Bolívar y Santander. Tan así como que el propio Libertador, aun a pesar de las maniobras santanderistas que tanto lo horadaron, incluso hasta el atentado personal, afirmó en carta a Rafael Urdaneta, al final de sus días, que “no habernos arreglado con Santander acabó perdiéndonos”.

Seguramente, en el ambiente actual, los ejemplos históricos serán pamplinas. No pareciera haber en Colombia nada diferente a la mera política al detal, aquella de las elecciones, la vindicta y las judicializaciones intempestivas y la que se guarda, por descontado, de elevar la categoría del debate. Una política en la que las fronteras mentales se reducen al griterío y la vanidad de los reflectores. Pero la opinión pública se merece más. Y existe ahí, por lo tanto, una responsabilidad primigenia de los actores principales. Porque, a no dudarlo, el país vive un punto de inflexión y es precisamente ahí cuando se necesita una mayor caracterización de la política como elemento sustancial de lo que llaman hacer conciencia.

Los actores de primera línea, el Jefe de Estado Juan Manuel Santos y el Jefe de la Oposición Álvaro Uribe, tienen, en materia de paz, ciertas coincidencias que no obstante quedan sepultadas bajo la carga emocional de su pertinaz distanciamiento. Es decir, que se trabaja mucho más sobre la pugna que sobre la avenencia. Cada cual pareciera sacar réditos de ello. Existe como una especie de acuerdo tácito en que a ambos les va mejor de esta manera y se sienten como pez en el agua en la polarización. Es decir, algo así como que peleando se arreglan mejor las cargas. No está claro, desde luego, si eso le sirve al país y a la misma paz.

De hecho, hoy parecieran coincidir, frente al acuerdo de justicia en proceso con las Farc, en alguna forma de confinamiento, con vigilancia y control. Y lo mismo ocurre con el cese de fuego localizado y verificable, inclusive por parte de Álvaro Uribe con estas ubicaciones como lugar para que los máximos responsables rediman las penas en lo que denomina “granjas agrícolas”. Y esta semana el propio ministro del Interior sostuvo que los miembros de las Farc no podrían acceder a la política sino después de cumplidas las sanciones. Igual, Santos y Uribe parecen de acuerdo en una amnistía general para las tropas, pendientes todavía las conexidades con el delito político. De manera que hay materia esencial que no tendrían más que suscribir conjuntamente.

De suyo, en otros aspectos el propio Uribe coincide con la guerrilla, por ejemplo en la Asamblea Constituyente como instrumento de refrendación. El Gobierno, por su parte, ha dicho que será algún mecanismo de plebiscito o consulta popular, pero que en todo caso los acuerdos serán refrendados, de lo cual sería un estropicio desmontarse. Una paz sin pueblo sería el peor error y la más grave señal antidemocrática. Todavía peor que el acto legislativo que actualmente se tramita, emasculando al Congreso.

Desde hace ya años hemos insistido, en múltiples editoriales, en que previo a la refrendación debería darse un Acuerdo Nacional, en materia de paz, entre el Gobierno y la Oposición. Algo dijo esta semana el expresidente Uribe al respecto. Bastaría que el presidente Santos dijera sí, retomando esas palabras, para abrir el camino de la concordia. Hay allí, sin duda, una ruta auspiciosa por explorar.

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