Un baile de máscaras

No nos engañemos. El último piadoso eufemismo esconde un virtual cese bilateral del fuego púdicamente cubierto con la máscara del anunciado desescalamiento del conflicto.

En Colombia estamos asistiendo a algo muy parecido. La dura realidad que vivimos suele ser cubierta con una máscara de ofertas y anuncios que albergan siempre una ilusión de cambio. La paz, por ejemplo. Aunque el Gobierno y sus emisarios en La Habana anuncien con bombos y platillos que el fin del conflicto está próximo, todo nos permite temer que el diálogo con las Farc puede dilatarse mucho más de lo previsto. Por otra parte, las noticias que diariamente nos asaltan (atentados, secuestros, homicidios de policías) son realmente funestas. Corren por cuenta de las Farc y el Eln.

Así como nos hemos acostumbrado a piadosos eufemismos, como hablar de invidentes y no de ciegos, de parapléjicos y no de paralíticos, de fallecimientos y no de muertes, de trabajadoras sexuales y no de prostitutas, de países en vías de desarrollo y no de países subdesarrollados, las exigencias de las Farc son muy bien maquilladas por el Gobierno con términos que no inspiran inquietud alguna. Por ejemplo, la ‘dejación de armas’ por parte de las Farc cuando firmen el anhelado acuerdo significa ni más ni menos que nunca las van a entregar. Sin duda, serán un partido político bien armado.

El más reciente y esperanzador término del presidente Santos lo escuchamos el pasado domingo, cuando anunció que el ‘desescalamiento armado’ ofrecido por el Gobierno va ir de la mano del cese unilateral del fuego propuesto por las Farc. ¿En qué va a consistir? Muy probablemente, no solo en la suspensión de los bombardeos, sino también de cualquier acción de nuestras Fuerzas Militares en contra de la guerrilla. Soldados y policías se limitarán de manera exclusiva a prestar tranquila vigilancia en antiguas zonas de combate. No nos engañemos: se trata de un virtual cese bilateral del fuego púdicamente cubierto con la máscara del anunciado desescalamiento del conflicto.

Cualquier desprevenido lector podría preguntarse qué tiene de malo un cese bilateral. No tendríamos más muertos, más asaltos, más voladuras de oleoductos. ¿Cómo llegó el Gobierno a aproximarse al cese bilateral del fuego pedido por las Farc? Estas lo saben muy bien. Era lo que buscaban con la feroz ola terrorista que sacudió al país tan solo hace unas semanas. Su arma predilecta, desde hace más de cincuenta años, ha sido el terror. En muchas zonas del país, a la población campesina nunca lograron seducirla con su trasnochado discurso revolucionario; en cambio, la sometieron con el miedo. Es tan eficaz el terror que hasta las dolidas víctimas de Tumaco, Buenaventura y otras tantas regiones, que quedaron sin luz y sin agua por los atroces atentados de las Farc, hoy prefieren el cese bilateral para que tales desgracias no vuelvan a ocurrir.

Maniatadas las Fuerzas Militares y de Policía por culpa del desescalamiento, las Farc, como lo hicieron en la zona de despeje del Caguán, aprovecharán esta circunstancia para fortalecerse, aumentar sin riesgo alguno los cultivos de coca y acrecentar sus utilidades por cuenta del tráfico mundial de droga. Y, ante la eventualidad de que el Gobierno, por un verdadero milagro, se levantara de la mesa de negociación, seguirán comprando armas y recomponiendo su siniestra estructura militar.

De su lado, el Gobierno conseguirá que en los próximos comicios de octubre los electores pierdan su desconfianza y recelos que hasta hace poco tenían con el proceso de paz y no terminen apoyando al Centro Democrático. Con la enigmática máscara de la llamada justicia transicional, los comisionados del Gobierno en La Habana terminarán aceptando que los comandantes guerrilleros no tengan un solo día de cárcel. Por este camino, la paz puede firmarse aceptando con hábil maquillaje las voraces exigencias de las Farc. La fiesta para celebrar este memorable logro merecerá, sin duda, que se llame un gran baile de máscaras.

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