UN HOMBRE LLAMADO FRANCISCO

La torpeza sin horizontes de los canales de la televisión pública privaron a millones de colombianos del privilegio, de la emoción, de la alegría sin límites que produjo en todos los rincones de la tierra el encuentro de los jóvenes con el Papa Francisco. ¡Qué dolor y qué vergüenza!

En la mañana inolvidable de este domingo, tres millones de muchachos llegaron hasta la playa de Copacabana para dejar un testimonio de amor, de fe, de desprendimiento de las banalidades que quieren envolverlos y alrededor de este hombre singular tomaron en sus manos el timón de la nave que lleva nuestro destino.

Nada menos que este alcance le damos a las jornadas de Rio de Janeiro. Porque las vivimos como la ocasión extraordinaria para un cambio de posta, un relevo generacional definitivo, que llena los corazones de renovada esperanza.

Algunos periodistas adictos al sensacionalismo barato, se quedaron esperando las protestas que empañarían la visita de Francisco al Brasil. La inmensa mayoría, con convicción o sin ella, tuvieron que rendirse ante la evidencia de una Iglesia renovada con la figura amable, la sonrisa dulce y el alma superior de este hombre excepcional. Y en el fondo de la conciencia universal quedaría flotando la idea fundamental que nutrió este encuentro fabuloso: solo la divinidad de la Iglesia y la presencia viva de Jesús pueden producir fenómenos parecidos.

En la apoteósica celebración eucarística de este domingo, no había un solo espacio para los impulsos efectistas que producen los movimientos de masas. No había odios para apacentar, ni confrontaciones apasionantes, ni desquites, ni promesas para oír ni prebendas para repartir. Era una jornada fraternal, de amor, de esperanza y de renunciamiento. Malas mercancías, dirán muchos, para ofrecer en este mundo materialista, oportunista, sensacionalista.

No cupo la gente en las playas de Copacabana. Quienes las hemos conocido, recordaremos que recorrerlas de extremo a extremo representa una caminata apenas soportable para grandes atletas. Y no cabía un alfiler en Copacabana. Por supuesto que no existe el político, ni el artista, ni el espectáculo que congregue semejante multitud. Francisco, solo Francisco puede hacerlo.

El Papa es un hombre irrepetible. En su alta edad de 76 años, conserva toda la lozanía de la juventud. Es firme sin radicalismos, es claro sin agresividad, es tierno sin zalamería. Francisco no esconde ninguna de las sentencias que para muchos hace la Iglesia retardataria o impopular. El aborto es una monstruosidad, la familia nace del amor entre un hombre y una mujer, los niños sin hogar deben encontrar alguno que obedezca la ley natural de la familia.

Francisco es también el Papa de los pobres. Francisco llama a una economía humanista y a que entre todos emprendamos la tarea de combatir la pobreza y tenderle la mano a los más débiles. Pero está curado de espantos. Porque ha conocido de cerca la retórica de los socialismos, y sabe de primera mano de cuál impostura se trata. Una economía humanista y social, no es la del reparto gratuito o forzado, no es la de las confrontaciones de clases ni las que profesan como remedios perseguir a los exitosos o cortarle las alas a la creatividad individual o colectiva. Si además de emprendimiento hubiese amor, respeto por el otro, consideración por valores superiores, pondríamos la planta en un mundo nuevo.

El Papa es consciente del entorno en que vivimos. Por eso llama a comprender, a ampliar el corazón a entender generosos otra vida, tan distinta a la nuestra. Sin renunciar a principios eternos, Francisco se abre con una sonrisa a los jóvenes católicos de hoy, poderosos escuadrones de combate en la lucha por un mundo mejor.

Lástima que estos mensajes y estas emociones inefables no hubiesen podido llegar a la gran mayoría de los colombianos. Así fuese visto desde una perspectiva escéptica y hasta irreverente, lo de Río fue el más grande acontecimiento de nuestro tiempo convulsionado. Pero no generaba pauta.

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