Un país que no cree

Los resultados de las diferentes encuestas que hemos conocido por estos días son francamente alarmantes.

Preocupan esas cifras porque no obedecen a un hecho puntual, no son, como dicen los expertos encuestadores, la fotografía de un momento específico, sino que hacen parte de una secuencia. Un deterioro de imagen del presidente Santos y un rechazo a su gobierno que vienen en aumento mes a mes, año tras año. Un asunto que se volvió tendencia y refleja el sentir del pueblo.

La cuestión más grave, entonces, no es el señor Santos con sus malos índices, el problema serio ahora es lo que esto representa para Colombia. El problema es un país que ya no cree, un país pesimista. Un país que sabe que su presidente lo engaña, que no cumple nada de lo que promete. Que sabe que cuando él dice blanco es porque es negro. Un país que desconfía de todo y que está agobiado por los impuestos y la carestía, mientras presencia estupefacto el más extravagante derroche del Estado.

Números que muestran que el manejo que le han dado el presidente Santos y sus ministros al país no funcionó, como tampoco funcionó la forma como vendió aquí su proceso de paz, que dicho sea de paso, es lo único de lo que realmente se ha ocupado y que la mayoría hoy rechaza.

Números que indican que en la medida en la que su índice de favorabilidad fue descendiendo, los problemas se incrementaron y se fueron amontonando a tal punto, que hoy lo excedieron.

Para muestra unos botones: seria desaceleración económica con un endeudamiento hasta las banderas; la inminencia de un racionamiento de energía del que descaradamente nos quieren hacer responsables y que, según denuncias ya están haciendo soterradamente en algunas ciudades, y un Paro Cívico Nacional de 24 horas. Una protesta masiva que no sucedía desde hace 17 años, en la que las diferentes centrales obreras se pronunciaron, entre otras, por la irregular y abusiva venta de Isagén, el escándalo de Reficar, la liquidación de Saludcoop y de Caprecom, y las reformas tributaria y pensional que tienen reservadas para después del plebiscito.

El tahúr apostó todo, ató toda su gestión al acontecer de La Habana y se olvidó del resto. Es por eso que luego de seis años no tiene más que dificultades y un proceso de paz tan deslustrado como su imagen.

Un proceso que hoy lo tiene contra las cuerdas y que dista mucho de aquel que prometió que “duraría meses y no años”, un proceso que sería justo aunque habríamos de tragar uno que otro “sapo”.

Sapo el que nos va a tragar a nosotros si aceptamos ese esperpento en el que nos embarcó y en el que no hay sino ventajas para los narcoterroristas y renuncias e ignominias para los colombianos.

La experiencia vivida en Conejo, en Buenos Aires, etc. que en buen momento se dio, sirvió para que quienes creían en las supuestas bondades del proceso de La Habana, abrieran los ojos y se dieran cuenta de lo que nos viene pierna arriba si nos descuidamos.

¿Cómo así que los narcoterroristas de las Farc que supuestamente se van a desmovilizar o a movilizar políticamente, como dicen ellos, son 17.000, cuando en 2010 no eran más que 6.700? ¿Por qué el incremento del 43 % en los sembrados de coca?

Elegimos (la primera vez), al presidente Juan Manuel Santos, para que acabara con las diezmadas Farc, no para que las llevara al poder.

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