Un sapo intragable

La sociedad no toleraría que de la captura se pase al secuestro, así el general prácticamente se haya entregado a las Farc.

Durante el proceso de paz, el presidente Santos ha tenido que tragarse muchos sapos, pero el secuestro del general Alzate es un sapo que no se puede tragar. La sociedad no se lo perdonaría, pese a que, en un estricto sentido, las Farc no han incumplido las reglas del juego establecidas. El acuerdo era que lo que pasara en Colombia no debía afectar los diálogos en La Habana. Si se mira el episodio desde el lado de las Farc, se ve que el Gobierno les ha asestado numerosos golpes y estas no se han parado de la mesa. Apenas se han quejado públicamente. Más aún, cuando Santos dijo que ojalá ‘Timochenko’ no fuera dado de baja en combate la opinión se le vino encima. La sociedad guarda la ilusión de que el problema de las Farc se resuelva a través de una victoria militar.

¿A qué se debe que mientras al Gobierno se le exige utilizar su fuerza a tope, a las Farc se les exigen constantemente hechos de paz? En el fondo, es un síntoma de la pobre capacidad de representación de la sociedad que ha tenido la insurgencia. Es cierto que en Colombia hay demasiadas injusticias sociales, pero la población no encuentra en las Farc un mecanismo de solución de estas injusticias.

Incluso, son vistas como un factor en contra de las condiciones de vida de los más excluidos y de las posibilidades de la izquierda legal en el juego democrático. La violencia que producen, la destrucción de la infraestructura productiva, la suspicacia contra los candidatos de izquierda y el incremento del gasto en defensa contrastan con las pobres conquistas sociales, casi nulas, de las Farc.

Por eso, la captura del general, en vez de ser un parte positivo de guerra, ha sido un recordatorio para las Farc de las circunstancias políticas de la negociación. La sociedad permite que el Gobierno les haga unas concesiones que no merecen ni por su fortaleza militar ni por su legitimidad política, a cambio de que dejen de causar daños.

Es, en esencia, un chantaje. Pero el chantaje tiene sus límites. La sociedad no toleraría que de la captura se pase al secuestro, así el general prácticamente se haya entregado a las Farc en un episodio que dejaría boquiabierto a Mr. Bean.

Un general de la república, sin importar quién sea, es un símbolo de la legitimidad del monopolio de las armas por el Estado. Y eso es uno de los puntos no negociables del proceso, un sapo intragable, más allá de las reglas acordadas para negociar.

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