Una guerrilla –y un país– lunáticos

EL Eln tiene la quinta parte de la fuerza militar de las Farc y ha sufrido derrotas más graves en su historia. Y sin embargo se niega a negociar si esto le implica abandonar las armas.

Es lo que el presidente Santos acaba de aclararnos desde Europa. Y lo que —sin embargo— no parece claro, si se piensa que las Farc tampoco han precisado qué va a pasar con sus armas. ¿Pura cuestión semántica?

Como se sabe (o no se sabe) el Eln tiene proporcionalmente más fuerza política, tiene un tema de negociación más sensitivo que los cinco de las Farc (el petróleo) y además tiene menos unidad de mando. Estas tres cosas distinguen —y complican— las conversaciones, pero la buena noticia es que están asimiladas y “solo” resta el tema del desarme.

En su último —y de veras “histórico”— Congreso, el Eln votó nítidamente por la vía negociada, y de aquí han resultado los avances. Pero los delegados pusieron una condición muy razonable: la garantía de que el Gobierno cumplirá los acuerdos.

Cualesquiera que sean los acuerdos. Porque a diferencia de las Farc, el Eln no pretende imponer su modelo sino lograr que la “sociedad civil” (o sea, para ellos, la mayoría excluida) tenga por fin una voz en Colombia. Pero resulta que desde los acuerdos de Caballero y Góngora con Galán (el de los Comuneros) hasta la ANUC, el paro agrario o la huelga reciente de maestros, nuestros gobiernos se han vuelto especialistas en firmar para calmar las protestas, y después incumplir los acuerdos.

El Eln concluye, con lógica impecable, que la única manera de asegurar el cumplimiento por parte del Estado es mantenerse en armas. Y en este mismo punto salta a la vista su falacia lunática: ¿cómo podría un ejército disperso y golpeado de 1.500 hombres obligar al gigantesco Estado colombiano a cumplir sus promesas?

Si eso fuera posible, ya el Eln habría hecho lo obvio: habría hecho la revolución en Colombia. Pero —y este es el punto medular de mi cuento— esta es la magia y el poder inverosímil de las ideologías y de las cosas que los seres humanos damos por sentadas.

En este caso el Eln da por sentado que la voluntad implica la capacidad de hacer las cosas. Pero la gran mayoría de los colombianos da por sentado, por ejemplo, que las guerrillas son simplemente narco-terroristas, que la violencia podría cesar antes de que se firmen los acuerdos, o que debería perdonarse por igual (si no antes) a los militares, empresarios y políticos que cometieron crímenes “para defendernos”.

Me dirán que las mayorías tienen la razón. Pero no: las mayorías tienen la mayoría.

Me dirán que nosotros somos los buenos y los guerrilleros son los malos. Pero ellos creen, con la misma convicción, exactamente todo lo contrario.

Me dirán que la verdad es una sola. Pero después de Darwin, más que razones hay racionalizaciones. Y al menos desde Kant es meridianamente claro que la verdad para una sociedad no puede ser sino la tolerancia.

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