Una lectura de la paz en medio de dos países

“¡Oh, Libertad! ¡Oh, Libertad! ¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”

Así exclamó al subir al patíbulo de la guillotina Marie-Jean Philipon, conocida como Madame Roland, condenada a muerte por la Convención Revolucionaria de 1793. Un lunar para la democracia.

Y continúo leyendo: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, solo es aceptable la comparación en grado superlativo.”

Lo anterior no se refiere a un imaginario de la Colombia actual, ni a la Bogotá pre o post nueve de abril, sino a Londres y París en la época de la Revolución Francesa cuando en Francia mandaba un verdugo elevado al trono moral en virtud del terror, Maximiliano Robespierre; y en Inglaterra un rey medio loco o tonto que pensaba que las colonias gringas ‘degustarían’ sus caprichos reales como si fueran mensos, Jorge III. ¿Coincidencias significativas de la historia entre Timochenko y Santos? Quién sabe. Pertenece a la novela “Historia de dos ciudades” de Charles Dickens, que estoy repasando, publicada en 1859.Porque, de alguna manera, nuestra Colombia encarna el espíritu de esos dos conglomerados. Dickens presenta a Inglaterra como el símbolo de la supuesta confianza, la tranquilidad, el futuro asegurado, (nuestro sueño inversionista y capitalista); mientras Francia se vuelve más y más peligrosa, con actos de violencia llevados a cabo por el pueblo francés y las guerrillas o salteadores de caminos, hasta desembocar en una forma institucionalizada del terror. Hoy las Farc, aspiran a una Asamblea Constituyente, como en la Francia revolucionaria, sustituida temporalmente por un plebiscito que todo lo entrega con el bloque constitucional, con sus ‘Robespierres’ y ‘Dantones’ echando bala y carreta, para sustituir el régimen del ‘rey’ Santos y gobernar a sus anchas supuestamente con el pueblo. Vemos que las causas, excusas o ‘fotos’ revolucionarias de esa época no han cambiado, pudiéndose leer de la misma manera en el 2016: 

Un régimen cuasi monárquico que podría sucumbir ante su propia rigidez y ceguera sobre la supuesta paz en el contexto de una negociación (allá también se negoció el modelo político, económico y social) y que, tras varios intentos de adoptar medidas destinadas a atajar la crisis política y económica, capitula ante las engañosas promesas por parte de la guerrilla. (Ver la foto de la ‘familia real’ en los salones del Palacio de Nariño. Revista Credencial, pág. 64, Edición 356, Julio 2016)

Una aristocracia (los de las Farc la llaman oligarquía) que no ha podido poner en práctica las reformas estructurales que se necesitan, desde que en 1955 se las anunciara el Padre Lebret, cabeza de la Misión que lleva su nombre; al mismo tiempo que no acertamos a suministrar la educación efectiva que se necesita para incentivar hábitos productivos. Vale la pena recordar una conclusión de la época que sigue vigente: “el hábito de la población colombiana de admitir comportamientos antieconómicos: utilización casi totalmente irracional del suelo; (hoy le agregaríamos lo del uso criminal, al sembrar matas de coca) persistencia de todas las rutinas que provocan la erosión y el desgaste de las tierras (minería ilegal a la vista y sin esperanzas de corrección); afición irreflexiva y exagerada por productos extranjeros de los cuales se podría prescindir, o que fácilmente se podrían producir en el país (“San Andresito, contrabando de caché, y mala competencia china); entusiasmo por grandes proyectos costosos, insuficientemente estudiados (las vías inconclusas); anarquía de experiencias no preparadas y carentes de coordinación (nueva justicia experimental); escaso interés en la investigación científica basada en datos colombianos (Colciencias ausente de la problemática colombiana); complacencia en las oposiciones sin verdaderas ideologías y en las proyecciones irreales(¿Alguien me explica qué es la izquierda y la derecha política en relación con qué? ¿Les suena familiar en todo lo acordado sobre pretendidas reformas agrarias que prometen el cambio del campo que quieren abanderar las Farc? ¿Cambiarán fusiles por arados?)

El auge de una clase emergente que combina lo legal e ilegal, que al haber alcanzado poder en el terreno económico, ahora lo empieza a propugnaren el político, disputándole su papel a la aristocracia. (Léase burguesía francesa o colombiana) Las Farc y los narcos lo hacen descaradamente y se creen reyes en catamarán.

La exasperación de las clases populares urbanas y del campesinado, empobrecidos por la subida de los precios por el paro camionero, por el incremento continuo de los impuestos, la inseguridad y la complacencia con la guerrilla, los malos servicios debido a la corrupción y las prebendas burocráticas. (Léase pueblo francés y colombiano de la época y la actual. Por esos ‘resultados’ tanto allá como aquí abuchean al presidente.)
La quiebra financiera provocada por los vicios del sistema fiscal, la mala percepción y la desigualdad de los impuestos, los gastos del gobierno, la mermelada, los costes de la guerra, etc. (Léase la quiebra de la corona colombiana y la francesa de la época.)

Lo anterior lo puedes leer en las noticias actuales, simbólicamente en “Historia de dos Ciudades,” o en un buen libro de historia. Por eso escojo la literatura como una forma de pedagogía política porque es una manera de comprender lo desconocido a través de lo que conocemos, o el reciclaje de la historia, con los mismos errores. Por ejemplo, hoy se trata de crear comprensión sobre la guerra y la paz, a través de documentos y propaganda cansona cuando lo obvio sería hacerlo por medio de lo vivido. (Enseña más el History Chanel) Pero como la guerra no es un escenario seguro, escojo la literatura, como lo hicieron Tolstoi, Remarque o Hemingway, porque creo que, exceptuando algunos informes verdaderamente especializados, ciertas novelas ilustran mejor el asunto. Así veo que, como en aquella época revolucionaria, en Colombia tenemos ‘paz’ en las ciudades y bandolerismo en el campo; pero en ambos ‘paraísos’ existen las culebras o la cólera que genera las guerras de verdad y el debilitamiento de las defensas naturales del cuerpo; los conflictos pasan, pero la rabia permanece para otros rencores civiles; creencia y fe los domingos, pero desvarío y desenfado los viernes, con el whiskey y el aguardiente, generadores de fiestas y desencuentros, atemperados durante la semana; íbamos hacia un país mejor por el buen camino de la seguridad democrática y un ‘santo’ nos extravió en las incertidumbres de la paz; la sabiduría de los aristocráticos empresarios le apostaron al crecimiento del PIB en el postconflicto, pero no se dieron cuenta que tendrían que compartir el negocio o la casa (Como lo auguró Santos en su editorial “Coger al toro por los cachos”) con una ‘chusma’ ilustrada y rica en pie de lucha o amenaza, con una red de apoyo incondicional, variable pero dañina, nacida de la cultura del resentimiento. Y vemos entonces que se vuelve a repetir el ciclo que siguió al nueve de abril:

“Era de pensarse que los eminentes hombres públicos del liberalismo que llevaron hasta el último extremo la lucha civil legal contra el Gobierno del doctor Ospina y que comprometieron al pueblo en esa lucha estaban espiritual y personalmente preparados para afrontar las consecuencias de sus actos. No fue así, sin embargo. Sino que por el contrario, cuando la violencia oficial planificada se estrelló contra los pueblos, y las gentes del campo se vieron ante la alternativa de perecer o resistir y optaron por la resistencia, entonces los prohombres liberales, hasta ayer tan valerosos, exigentes e insatisfechos, o se recluyeron en sus casas y particulares ocupaciones, u optaron por la circunspección, la moderación, las buenas maneras, la cabeza fría, los amistosos acercamientos y los respetuosos memoriales.” (La violencia en Colombia, Tomo 1, cita incluida de Juan Lozano y Lozano, “Prólogo” a Las guerrillas del llano, por Eduardo Franco Isaza)

Y se continúa hoy con las Farc, su prepotencia y la del gobernante, que ‘apuestan’ a la paz creyendo que todo se trata de un acuerdo entre amigos para repartirse la burocracia, como ocurrió en Sitges con el Frente Nacional. Vemos ahora el acercamiento de Santos mediante ‘La carta’ a Uribe, la respuesta obvia de quien conoce el asunto; y en El Tiempo la bien escrita estrategia de Plinio Apuleyo Mendoza (La Olvidada Bogotá de otros tiempos) con foto del ‘acercamiento’ entre Gaitán y Roberto García-Peña, Director de la época, el 8 de abril de 1948, rememorando la supuesta política conciliadora, cuando ya el asesinato de Gaitán estaba decidido para destruir la Bogotá provinciana y bucólica del tranvía y remplazarla con la bestia de una esperanza devoradora y feroz, llamada ‘revolución inconclusa’. Al día siguiente de este “déjà vu” una editorial machacaba otra vez el ajo del acercamiento repelente. ¿Una vieja estrategia para bajarle a la polarización política, quizá la social, o vender una idea? ¿Coincidencia significativa planeada por el universo que conspira a favor de la paz? No sabemos. Por ese motivo le escribí al “Señor Director” quien publicó la nota que sigue:

“Muy loable su intento de buscar un acercamiento Uribe-Santos. La cosa no es sencilla porque es un asunto de desconfianza justificada hacia el Presidente, no de voluntad patriótica. Cuando las Farc dicen que quieren el poder, habiéndolo expuesto con claridad en su libro ‘Farc, el país que proponemos construir’, no creo que tal posibilidad se deba afrontar con el espíritu de apuesta, porque estas seguirán siendo un enemigo interno, no un contendor democrático. ¿Cree usted que lo que no lograron las armas, derrotarlos, lo podrán hacer la voluntad y el pensamiento crítico de los colombianos, en un país políticamente comprado por la corrupción? ¿Vale la pena reconciliarse con alguien, las Farc, que demuestra su talante incorregible de traicionar, según los videos guerrilleros divulgados en los que dicen que se preparan para gobernar? ¿Es eso paz, una intención de ‘guerra fría’ o una operación sicológica para producir desasosiego? Ese es el meollo del asunto que la cortina de humo de la paz no permite examinar. La esencia de lo que argumenta Uribe no debe menospreciarse tomándosela como algo personal o mezquino.”

Pues lo cierto es que lo que llamamos paz, más bien parece un Plan Marshall con mucha poesía, buenas intenciones, prevenciones sabias, rencores insalvables, poco billete y con la que, rememorando amargamente la exclamación de Mme. Roland, podríamos lamentar: ¡Oh, Paz! ¡Oh, Paz! ¡Los engaños que se cometen en tu nombre! Así, los medios nos presentan como viviendo momentos cruciales, pero diferentes. ¿Lo que llamamos ‘guerra’ se parece a lo de Siria? Como en la Revolución Francesa el colombiano o el inglés pacífico y equilibrado de las ciudades y los campos frente al verdugo elevado al trono moral del conciliador, no entiende la incongruencia moral; pero éste, brutal en su saber y conciencia, sí entiende. No le importa cómo se llamen legalmente los asesinatos, ni a quiénes se los adjudiquen, pues él obtiene lo que quiere. Y, como los personajes completamente planos de la novela que no nos ofrecen evolución psicológica alguna, por lo tanto, ninguna esperanza, nada bueno de ellos puede esperarse, ni sorprendernos.

Vemos entonces la paz a través de la voluntad absolutista del comportamiento humano; el bueno deberá seguir siendo irremediable e impotentemente bueno, pase lo que pase, a él se dirigen las obligaciones del perdón; y lo mismo ocurrirá con el malo para quién el perdón es como el ‘guácale’ del aceite de bacalao para los niños, o el aguardiente en ayunas para un abstemio. Los bandos, como en una partida de ajedrez, están conformados y no cambiarán. Somos héroes o villanos, blancos o negros. La vida, la realidad viva que crea las oportunidades de cambio, no existe páralos que están condenados a ser caballos, reinas y reyes, peones y alfiles, torres inmutables, desechables o disponibles, en manos de los hábiles jugadores. Y para honra y beneficio de esa mente absolutista, eternos jugadores de ajedrez, condenados a repetirse, se arman entonces los acuerdos habaneros. Pero la paz no es así, pertenece y la crea el pueblo común, corriente y variado; diferente y promiscuo; pecador y arrepentido; que cree, en su mayoría, que puede ser salvado o condenado por alguien superior a él, no por el diablo; y que no entiende por qué se le ha excluido de los diálogos. ¿Acaso abusivamente lo representan las FARC?

Por el contrario, la verdadera paz es como un árbol; su realidad lenta y segura se refleja en la paciencia del auténtico crecimiento del tronco que puede ser torcido, rugoso, feo; pero siempre aspirará al cielo y tendrá frutos, flores y sombra reconfortantes para el viajero cansado. Nada de eso cuenta en el ajedrez del gobierno y las Farc. Vale solo la habilidad y el engaño; el gambito de paz, pueblo, todos contra Uribe, prebenda s a cambio de lo que ellos saben muy bien que no se puede garantizar porque en esencia es el juego de los estados y gobiernos cambiantes. Por ese motivo, y según ese ‘script’ absolutista, los ‘héroes’ del gobierno no cometen un acto reprobable, ni el villano de las Farc caerá en la debilidad de un acto loable. La crítica social recaerá sobre el contrario, por lo que, si injusto es el presente gobierno, injusto será el nacido después del post conflicto, o la oposición que se derive. ¿Cuál ha sido el ERROR MONUMENTAL DEL PROCESO DE PAZ? Que al haberse ocultado la EVOLUCIÓN del mismo solo contamos con la visión o suposición absolutista de bueno y malo; no contamos con certezas sino con los gambitos del juego para la galería, pero con la partida comprada debajo de la mesa, como en el mal fútbol; y lo ‘diferente,’ lo que surge de las necesidades reales, no ha respetado la natural incomprensión de lo nuevo. Por eso muchos cambian de canal cuando se habla de paz.

En la academia de la paz nos hablan de los ‘problemas estructurales del campo’; la literatura nos los hace vivir; cuando se habla de las instituciones permeadas por intereses criminales, no se entiende el soborno al policía; cuando las veredas las conciben al margen de derechos y libertades, no se ve el paseo de la guerrilla por Conejo, ni los abusos del gamonal, etc.; de ese modo la paz se convierte en un periodismo que está aprendiendo un nuevo lenguaje para traducir el país de los conceptos al de las vivencias.

Un ícono de las incongruencias de la paz se revela de manera cándida en la portada del Informe ¡BASTA YA! Colombia: Memorias de Guerra y Dignidad. En la esquina inferior derecha se despliega el logo “Centro Nacional de Memoria Histórica” que nos recuerda la guerra, el dolor y la tristeza; y al lado, como una ironía de la vida, aparece el de “Prosperidad para Todos.” O esta foto memorable: Santos, Timochenko y Raúl Castro, desplegando un supuesto acuerdo colombiano bajo los auspicios del escudo cubano, subliminalmente diciéndonos con la foto que la que ellos brindan es la “Oportunidad única para Colombia.”¿Cómo lo ha sido para Venezuela el padrinazgo de Castro? (Me santiguo) Y lo creemos, pero no sabemos por qué, considerando la falsa lógica desgastada que predican; aunque lo que sí sabemos desde el corazón es que las oportunidades verdaderas de la paz se dan en el día a día, con el vecino y el amor de nuestra vida, no en la política.

La paz, como la vida, no es una solución; es una experiencia de contrastes, momentos o períodos de felicidad y tristeza, días o siglos de tragedia, acompañados o solos, permeados por la esperanza entre dos eternidades, antes y después de la vida. Mientras tanto, Santos y sus amigos quieren convertir la paz en un negocio o un fardo que se acomoda en medio de dos países; el buen país esperado del postconflicto, que supuestamente va a nacer y que, recién nacido, le toca cargar a sus espaldas al país imaginado, discutido, planeado o acordado secretamente por ellos , pero que nadie conoce. Ese es el agobio de un imaginario perfectamente ilustrado en Historia de dos Ciudades. No te pierdas la novela clásica de Dickens que se parece a Bogotá. ¿O es que acaso no aspirábamos a ser franceses o ingleses con nuestras casonas, vestidos, sombreros, abrigos, paños, costumbres, viajes, refugios intelectuales, sustitutos de ‘Las flores del mal’ que no se podían oler en Bogotá, ligueros y afeites del siglo pasado? ¿No es cierto, Lord Timochenko, que eso es lo que a usted lo emberraca, pero al mismo tiempo envidia de las mieles de la oligarquía? ¿O que nos dice del catamarán con jineteras con champaña que no tomaba en la selva?

Por otra parte, dicen que Santos, como muchos parisinos de aquella nefasta época, una vez firmada la claudicación, nos dejará embarcados con las Farc, y huirá a Londres a tomar té con Tony Blair y George Soros para seguir moviendo los intereses del nuevo imperio global de ciertas influencias, pues aquí ya habrá hecho la tarea. ¿Será todo esto una tragedia reencarnada de la Revolución Francesa?

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