Una planta que hay que cuidar

George Clemenceau –que fue primer ministro de Francia en dos ocasiones y supo diseñar una política de “salvación pública” para sintonizar la economía de su país con el esfuerzo bélico durante la primera conflagración mundial– acuñó la frase: “La guerra es un asunto demasiado serio para dejarla en manos de los militares”, cita que alcanzó rango de celebridad y no por ello ha perdido significado y contundencia. Si tal aserción es valedera para referirse al papel del soldado en una confrontación armada, entonces debemos preguntarnos qué pito tocan los uniformados en la arena política y por qué a alguien se le ocurriría sacarlos de sus cuarteles para mancillar la civilidad, suplantando el debate por la disciplinada obediencia de seres pasteurizados y homogeneizados, acostumbrados a acatar órdenes sin chistar ni atreverse a cuestionarlas.

Esta cavilación la suscita una convergencia no tan fortuita de dos inquietantes hechos noticiosos que, como suele suceder en estos tiempos de vertiginoso acaecer, parecen haber pasado “por debajo de la mesa” sin que se les haya prestado la atención que, por alarmantes, reclaman los mismos: el primero, digno de ser incluido en el Guinness World Records, nos revela que Venezuela es el país con más ministerios en el mundo (32), seguido por Burkina Faso con 31 y cuyo presidente lleva 27 años en el poder (para imponer tan peculiar registro, asociado a la inmoral práctica de subvencionar el voto, pues el número de empleados públicos ha alcanzado cifras espeluznantes, el chavismo solo requirió de 15 años); el segundo –inseparable del anterior y que ha sido el verdadero motor de estas líneas– permite constatar que, sin mínimo asomo de dudas, en el  país se  ha consolidado un estado esencialmente castrense mediante la militarización no ya de la administración pública, de sí una aberración, sino de vastos sectores de la sociedad adscritos a milicias bajo el mando de oficiales de la Fuerza Armada Bolivariana Nacional.

Un botón en la muestra de la arremetida  militar de la cual es víctima la nación lo constituyó la conmemoración, el pasado sábado 5 de julio, de la Firma del Acta de Independencia, una auténtica bofetada al origen ciudadano de la república porque, como recordará cualquiera que haya hojeado el más elemental compendio de historia de Venezuela, “los representantes de las Provincias Unidas de Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y Trujillo” que integraban “la Confederación Americana de Venezuela” y suscribieron el protocolo emancipador eran abrumadora y mayoritariamente civiles que cultivaban las humanidades y las ciencias y se dedicaban a negocios que nada tenían que ver con la actividad bélica; por eso choca que, rompiendo con una tradición que reservaba el discurso de orden para esa fecha patria a demócratas de ejemplar trayectoria, la Asamblea Nacional designase a un general, sin más luces que el reflejo de las  condecoraciones –otorgadas quién sabe a  santo de qué– expuestas en su pecho de inflamado pavo real, para hilar una discurso sectario y colocarse él y su corporación  en un plano de superioridad moral que no cuadra con el servilismo desvergonzado con que se han subordinado a la voluntad del castro-estalinismo. Dogmatizó el general Padrino que “esta fuerza armada es chavista”; y, para rematar, apuntilló: “Chávez no es un partido político, no es una entelequia; Chávez es una doctrina militar, política y económica”. Un discurso que revela la alineación ideológica de un organismo que, por expresas disposiciones constitucionales, debería permanecer al margen de disputas partidistas.

Y mientras en la Asamblea diputados sin vergüenza alguna aplaudían a rabiar los desafueros que algún cagatinta tarifado pergeñó para Padrino, se desarrollaba, en el Paseo Los Próceres, la habitual comparsa para mostrar el último grito de la moda en vestuario y utilería guerreristas. Para más INRI, el que heredó la comandancia suprema de la FANB, Nicolás Maduro, propició una rebatiña de soles para imponerles distintos grado a más de 200 generales con lo que el número activo de estos se aproxima a los 2 millares, lo que explica ese desenfrenado crecimiento del funcionariado oficial, porque en alguna parte hay que colocar a tanto militar activo, aunque la composición del gabinete traiga a la memoria de los más viejos el agónico último tren ejecutivo de Marcos Pérez Jiménez, lo cual podría ser asumido como un augurio de que al régimen se le agota el tiempo. Puede ser. Lo malo sería que la terquedad roja y verde oliva conduzca a un enfrentamiento que nos haga recordar a Clausewitz para confirmar que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Razón de más tenía el actor Jacques Tati al aseverar que “el militar es una planta a la que hay que cuidar con esmero para que no dé sus frutos”.

rfuentesx@gmail.com

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