Una realidad descarnada

El Censo Agropecuario muestra más sombras que luces en la situación del campo en Colombia.

El que no sabe es como el que no ve”, reza un conocido refrán. Ese trozo de la sabiduría popular cae como anillo al dedo cuando se habla de la situación real del campo en Colombia, en el cual vive cerca de una cuarta parte de los ciudadanos.

Y es que en esta materia anduvimos a oscuras durante 45 años, hasta esta semana, cuando por fin se conocieron los primeros resultados del Censo Nacional Agropecuario, concluido en diciembre pasado, el mismo que no se realizaba desde 1970. Parece increíble que sucesivos gobiernos hubiesen incumplido con la obligación de financiar un trabajo que es absolutamente esencial para saber qué pasa con un sector clave en cualquier estrategia de desarrollo.

La labor adelantada por el Dane fue titánica. A lo largo de 13 meses, 25.000 encuestadores adscritos a la entidad hicieron presencia física en el 99 por ciento del territorio físico, venciendo en muchas ocasiones las dificultades de comunicación nacidas del atraso en la infraestructura y superando en otras los riesgos de seguridad, acumulando anécdotas que podrían llenar varios libros.

En su trasegar, el grupo de investigadores identificó 3,9 millones de predios en los que se distribuyen los 113 millones de hectáreas que componen nuestra superficie terrestre. En la suma se incluyen parcelas, fincas y haciendas, al igual que resguardos indígenas, zonas de comunidades negras y parques naturales, entre otros.

El resultado de las pesquisas es revelador. La mitad del área del país pertenece a bosques, mientras que un 40 por ciento adicional se dedica a actividades agropecuarias. En el caso de estas últimas, tres cuartas partes corresponden a la ganadería, mientras que el saldo está cultivado.

Son, entonces, algo más de siete millones de hectáreas las que se utilizan para fines agrícolas. El dato supera en más de 40 por ciento lo que habían calculado los técnicos desde hace décadas, pero constituye todavía una fracción de lo que se podría destinar para cosechar alimentos en una superficie que cuenta con una de las mayores riquezas hídricas del mundo y con todos los pisos térmicos necesarios para convertirse en una verdadera despensa global.

No obstante, frente a tales posibilidades, la realidad es otra. Las estadísticas oficiales muestran que el crecimiento del ramo agropecuario en lo que va de este siglo ha sido la mitad del registrado para la economía. Mientras en otras naciones latinoamericanas aumentan la productividad y las exportaciones, nuestro desempeño en la materia es mediocre.

Son muchas las explicaciones que se pueden ensayar. Pero uno de los hallazgos más impactantes del censo es que el 70 por ciento de los predios en Colombia tienen menos de cinco hectáreas y no llegan, en conjunto, al 5 por ciento del área censada. Puesto de otra manera, habitamos un país en el cual abundan los minifundios y la mayoría de la tierra se encuentra en pocas manos.

Como si eso no fuera ya inquietante, el atraso tecnológico es apabullante. Apenas uno de cada seis productores del campo declaró contar con maquinaria y una proporción similar dijo tener acceso a la infraestructura. De la misma manera, un 89 por ciento afirmó no haber solicitado créditos, mientras que el cubrimiento de la asistencia técnica apenas alcanzó al 10 por ciento de las unidades identificadas.

Lo que eso revela es un inquietante atraso que incide en la baja productividad. Puesto de otra manera, hay dos realidades que coexisten: una de agricultores y ganaderos que están conectados con la modernidad, pero que son, tristemente, la inmensa minoría. El resto malvive de lo que les dan sus parcelas y se ven obligados en más de una ocasión a complementar sus ingresos trabajando a destajo.

Con base en semejante diagnóstico, no es del todo sorprendente constatar que la población en las áreas rurales se ha envejecido a pasos acelerados, como lo muestra la comparación con los datos del 2005. La disminución en el número de jóvenes está asociada a las posibilidades de progreso que tiene quien se queda en el campo.

Y es que si bien en lo que atañe a los indicadores sociales ha tenido lugar una notable mejoría, la brecha frente a la ciudad es muy grande. Por ejemplo, el índice de pobreza multidimensional cayó cerca de 30 puntos en algo menos de una década –hasta el 44 por ciento–, pero todavía duplica el promedio nacional.

También el reporte relativo al analfabetismo muestra avances importantes, aunque 11 por ciento de los mayores de 15 años confiesen no saber leer ni escribir. En el 2005, una de cada tres viviendas rurales tenía piso de tierra y ahora es el 24 por ciento. Niveles que siguen siendo inaceptables.

En conclusión, el Censo Agropecuario muestra más sombras que luces, que deben entenderse como un llamado a la acción. La valiosa información recopilada tiene que traducirse en políticas efectivas que conduzcan a que las áreas rurales del país sean sinónimo de riqueza bien repartida, no de atraso injusto como sucede ahora.

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