Urabá de nuevo crucificada

Como acto preparatorio para el advenimiento de la “paz” habanera, la Fiscalía ha desatado una redada de capturas en Urabá que crean la sospecha de estarle abriendo el camino a las organizaciones “legales” de las Farc y reposicionando a sus aliados. Esta operación judicial sería normal si Urabá y Colombia fueran una sociedad con una historia y unos sufrimientos normales. Pero una nueva metodología criminalística se está aplicando. Consiste en presumir que el conjunto es  culpable y no el individuo. Que una región es la autora de los delitos y por supuesto sus ciudadanos son culpables mientras no se demuestre lo contrario. El contexto histórico parcial da las bases jurídicas para deducir quienes son los delincuentes, reales o virtuales. Mientras en el Palacio de Nariño y en la mesa de La Habana cubren los delitos de lesa humanidad con los mantos circenses de la reconciliación y el encuentro premeditado de las víctimas ablandadas por la ONU y la Santa Madre Iglesia, en Urabá se practica la justicia como venganza tardía y se siembra el terror judicial.

Las Farc saben que Urabá tiene vivo el recuerdo de las 18 masacres que cometieron contra obreros bananeros sindicalizados y sus dirigentes, amén del exterminio de los militantes liberales y conservadores que fueron arrasados de la zona. Por esta razón a los organizadores del tema de víctimas y la “paz”, no realizaron foro alguno en esta región, símbolo de la violencia más aguda que cualquiera otra región del país. Se hicieron los locos, se pusieron la venda de la falsa neutralidad y prefirieron convocar foros como el de Barranquilla, donde la guerrilla ni los paramilitares tuvieron actividad militar descollante.

Urabá es la mejor esquina de la mejor esquina de Colombia, con una ubicación geográfica que comunica con el área caribe tan ambicionada y debatida por Nicaragua y vigilada por Cuba y Venezuela. Sus nueve municipios sirven de asiento a 650 mil habitantes. Hace setenta años Urabá no existía como región explícita. Era tierra de colonización y de refugio de excombatientes de la violencia liberal-conservadora. Los antioqueños se demoraron muchos años para llegar al mar por carretera. Urabá se hizo a punta  de esfuerzo, de machete y de conflictos. En su estrecha y desconocida historia, interpretada por los intelectuales y periodistas capitalinos de manera recortada y sesgada, ha sufrido todas las epidemias de la violencia de las organizaciones armadas: emporio del EPL, una güerilla maoísta de mayor tamaño que todas, excepto las Farc, con destacamentos del Eln al acecho. Corredor estratégico y a la vez ejercicio territorial, especialmente en el norte de las ACCU, Autodefensas Campesina de Córdoba  Urabá, y cuna y cuartel de varios frentes de las Farc que aún subsisten y que en cierta época, gracias  a la combinación de todas las formas de lucha, lograron tener siete  de las nueve alcaldías municipales.

El pueblo de Urabá en sus diferentes sectores laborales y sociales, soportó contra su voluntad, diferentes etapas de la calentura violenta de quienes dominaban el territorio e imponían su ley y sus impuestos de guerra. Sobrevivió a pesar de la tísica presencia del estado nacional y departamental. Se ha recuperado y pretende hacer parte de la Colombia entera. No es justo que le repitan la tasa judicial de victimización, donde primero capturan y después preguntan, donde primero abren las compuertas a los nuevos invasores de tierras y después constatan los certificados de propiedad. Y donde los pistoleros en las sombras disparan contra los dirigentes negros de las comunidades que no se pliegan a los designios  espirituales de sus presuntos benefactores, sin que la Fiscalía los atrape. A esos no.

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