Uribe, aupado por sus enemigos

Adorado por sus seguidores y odiado por sus detractores, Álvaro Uribe sigue rompiendo paradigmas.

Nunca en la historia de Colombia un expresidente de la República había despertado tanta atención. Para lo bueno, tanto como para lo malo. Adorado por sus seguidores y odiado por sus detractores, Álvaro Uribe sigue rompiendo paradigmas. Fue el primero en llegar a la Presidencia sin un partido político que lo apoyara. Gobernó con un estilo confrontador y hasta pendenciero, que cortó con décadas de acomodadizo canapé republicano. Y como exmandatario se negó a retirarse al desván de los muebles viejos y, por el contrario, hizo suyos los recursos de las nuevas tecnologías para ejercer una agresiva actividad minuto a minuto, 24 horas al día, siete días a la semana.

Tal y como me pasó con su Presidencia, tengo sobre el Uribe opositor sentimientos encontrados. En su doble mandato hubo cosas que me gustaron –que sus odiadores de oficio se niegan a reconocerle– y cosas que me disgustaron –que sus adoradores de oficio se niegan a aceptar–. Como expresidente, hubiese valorado mejor a un Uribe reflexivo que al dirigente de trinos frenéticos. Él dirá que es fiel a su estilo y, además, que no le ha ido mal: en cuestión de pocos meses, montó un partido que hoy reúne la segunda bancada más numerosa del Senado –y de seguro la más disciplinada– y puso en carrera a un candidato presidencial que pasó a la segunda vuelta, donde obtuvo 45 de cada 100 votos, casi 7 millones.

Buena parte de ello se debe a su tenacidad intransigente, aun si con frecuencia esta se torna insoportable y nos empuja a decir: “Ahí va otra vez Uribe con su retahíla”. Pero estoy convencido de que, más allá de su muy peculiar liderazgo, Uribe está donde está gracias a los antiuribistas. A ellos les debe una enorme porción de su estrellato. Sin ellos, tarde que temprano habría terminado en el desván.

Los antiuribistas lo mantienen vivo e imperante. Le dedican belicosas declaraciones, decenas de columnas, burlonas caricaturas y docenas de artículos en medios nacionales y extranjeros, donde lo acusan de megalómano, obsesivo, corrupto, paramilitar, protector de delincuentes y hasta loco. De tanto decirle todo eso, algunos comienzan a parecérsele. Cuando una persona se obsesiona con otra, lo mismo si se trata de amor que si se trata de odio, resulta inevitable que termine por adoptar una parte de su estilo.

El presidente Juan Manuel Santos –que pasó en poco tiempo de considerar a Uribe “el mejor Presidente de la historia” a caminar en la primera fila del antiuribismo– le copió el uso de Twitter y el estilo peleón de sus trinos. Buena parte de sus primeros cuatro años de mandato la dedicó a contestarle a Uribe. La consecuencia fue evidente este 20 de julio en la instalación del Congreso: la noticia no fue el discurso del Presidente, sino el estreno como senador del expresidente.

Ahora, sus colegas del nuevo Senado Iván Cepeda y Claudia López quieren hacerle a Uribe un debate sobre paramilitarismo. El expresidente se muere de ganas de afrontarlo: sabe que eso le daría horas de televisión en directo para contestar a lo mismo que sus enemigos le han dicho durante años, para perorar sobre lo divino y lo humano y para mantenerse en el centro de la escena, vigente y combativo, como le gusta. Habrá que ver si le dan ese nuevo papayazo.

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Arrinconado. Dicen varios colegas que el fiscal Eduardo Montealegre quiere sacar al ministro de Justicia, Alfonso Gómez Méndez, del gabinete. Si eso es verdad, sería un grave error que el presidente Santos le diera gusto. Enviaría el Primer Mandatario una señal de debilidad, luciría arrinconado y dejaría ver que le tiene miedo al Fiscal. Para la muy necesaria reforma de la justicia que se viene, creo que Santos –y el país– necesita a Gómez Méndez en ese ministerio.

mvargaslina@hotmail.com

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