¿Ustedes saben quiénes somos?

Al comenzar la semana el país desconocía la existencia de un tal Nicolás Gaviria. Entonces él armó un escándalo de esos que tanto nos gustan, y de inmediato se convirtió en personaje mediático: los noticieros de televisión repitieron hasta la saciedad el video en el cual agredía a un agente de Policía.

Gaviria, borracho y ensoberbecido, le hacía al policía la más colombiana de todas las preguntas:

— ¿Usted no sabe quién soy yo?

No sabíamos quién era, pero a partir de ese momento los medios se encargaron de decírnoslo con su cubrimiento excesivo. Gaviria es un muchacho de clase alta que, cuando se emborracha, suele tornarse mitómano y alborotador.

A estas alturas ya estamos enterados de quién es: un estúpido de esos que confunden ser una persona de bien con una de bienes, uno más de los colombianos jactanciosos que se creen de mejor familia y, por tanto, se sienten autorizados a pisotear la ley y ningunear a los demás.

En cambio seguimos sin saber quiénes son los colombianos humildes que han protagonizado otros hechos ocurridos recientemente en nuestro país.

No sabemos, por ejemplo, quiénes son los dieciocho niños menores de cinco años que, durante los últimos tres meses, han muerto en el Chocó de enfermedad diarreica aguda por beber agua impotable.

No sabemos quién era Sara Valentina León Arbeláez, la niña ibaguereña que murió tras ser picada en su cuna por un escorpión.

Tampoco sabemos nada sobre las dos personas aplastadas por un alud de tierra en Malambo – área metropolitana de Barranquilla –. Las víctimas se llamaban Roberto Carlos Sánchez, de quince años, y Julio César Marenco, de sesenta. Estaban extrayendo arena en un lote baldío para vendérsela a las ferreterías. El hombre mayor nunca aprendió a leer porque desde niño se vio obligado a ganarse el pan en oficios duros; el adolescente acababa de desertar de la escuela para emprender el mismo camino de su tutor.

¿Ustedes no saben quiénes eran ellos?

Por supuesto que no saben, ni lo sabrán: cuando se trata de víctimas humildes nuestros medios jamás van más allá de los datos escuetos. En Colombia no hay oídos para la queja del débil sino para el grito del altanero. Si sabes armar escándalos mediáticos, existes; si no, problema tuyo.

Nadie distingue a nuestros menesterosos cuando desafían el peligro dentro de sus casuchas ubicadas en terrenos deleznables ni cuando quedan arruinados tras sobrevivir a desastres naturales ni cuando son atacados por las plagas de su entorno.

Ignorados en vida, son reducidos a una oscura cifra cuando mueren.

¿Ustedes no saben quiénes fueron ellos?

No, por supuesto que no saben. Para nuestro establecimiento eran simplemente unos tipos aburridos que nunca aprendieron a insultar policías, unos pobres diablos que solo servían en la medida en que padecieran calamidades que pudieran mostrarse como si fueran un espectáculo.

Somos incapaces de percibir nuestros problemas importantes por andar pendientes de los escándalos baratos que nos venden ciertos medios. Y por eso yo tampoco sé quién soy –quiénes somos– pero sí tengo claro que andamos jodidos de remate.

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