Vecinas de las Farc

Estoy seguro de que las Farc, de su lado, tras los golpes sufridos, no esperan ya llegar al poder por la vía armada.

En Colombia hay dos izquierdas de distinto perfil: una se identifica con la social- democracia; la otra está inspirada en las más recientes versiones continentales del socialismo marxista. Las dos le asignan un papel de benefactor social al Estado, defienden las nacionalizaciones, satanizan el modelo liberal, creen en la redistribución de la riqueza como medio de combatir la pobreza y otros dogmas que figuran en el Manual del perfecto idiota latinoamericano. Cobijadas por el bonito rótulo de izquierda, ambas ven a quienes no lo comparten como exponentes de una derecha retrógrada.

Pese a todo, son realmente distintas. La primera, de estirpe claramente democrática, se ubica en el Partido Liberal y tiene limpias figuras jóvenes como Simón Gaviria, los hermanos Galán, David Luna y otros cuantos más. Entre sus viejos dirigentes, el más visible es Ernesto Samper.

La otra izquierda es ideológicamente muy cercana a la Cuba castrista, a Chávez y su Socialismo del siglo XXI y a las propias Farc. Está representada por el Polo Democrático, Piedad Córdoba y su Movimiento de Izquierda Liberal, la llamada Marcha Patriótica, y, en su versión menos extrema, por Petro y sus progresistas, que siguen la senda ruinosa del populismo asistencial de Chávez.

La identidad ideológica de estas últimas corrientes con las Farc las convierte inevitablemente en sus aliadas. Buscan, sí, por un camino distinto al terrorismo y a la acción armada, la misma salida. Tras lo ocurrido en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, doña Piedad y sus amigos saben que hoy en el continente, siguiendo las pautas de un Chávez o un Correa, pueden llegar al poder por la vía electoral y que desde allí, con el timón en mano, adelantar una revolución de corte socialista.

Estoy seguro de que las Farc, de su lado, tras los golpes sufridos, no esperan ya llegar al poder por la vía armada. Han vuelto, sí, a la guerra de guerrilla con actos terroristas para recordar su vigencia e incrementan amenazas y extorsiones. Pero su estrategia se mueve ahora en el ámbito político con sus milicianos bolivarianos y agentes que infiltran con éxito el Poder Judicial, universidad y medios de comunicación y se apoderan de influyentes sindicatos.
Con estos soportes y el que les brindan las organizaciones de izquierda, buscan abrir un diálogo con el Gobierno, pero no como fuerza derrotada sino como fuerza combatiente dispuesta a una transacción.

Tropiezan, claro, con un presidente que no traga cuentos. Buen jugador de póquer, sabe olfatear trampas. Sin embargo, la inseguridad que vuelve a hacer su aparición juega a favor del diálogo. ¿Cómo explicarla? A un hecho evidente: sin la protección del fuero militar, el Ejército ha reducido en un 80 por ciento sus acciones para evitar tramposos enjuiciamientos, dejando más libertad a la guerrilla para moverse en muchas zonas. Ante zozobras que llegó a creer terminadas, la opinión pública, en un 53 por ciento, se muestra partidaria del diálogo.

En este nuevo panorama, las dos izquierdas, la de doña Piedad, el Polo y Marchas Patrióticas, pero también la democrática del liberalismo, especialmente en su vertiente samperista, buscarán que se les conceda a las Farc condiciones de fácil aceptación para iniciar el diálogo y se le reconozca su buscado estatuto de fuerza beligerante. Veremos marchas tumultuosas en tal sentido y toda suerte de soportes internacionales. Y de pronto, sin renunciar a las amenazas, al terrorismo camuflado y al narcotráfico, y con el apoyo de organizaciones políticas y un vecindario continental cercano a ellas, las Farc habrán encontrado otro camino más promisorio para llegar al poder. ¿Fábula o realidad? Es una apuesta de la cual depende el futuro de Colombia.

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