«Venezuela: todo un desastre económico»

Peter Drucker, uno de los más importantes gurús en la historia de la administración moderna, describe en un libro llamado La práctica del management la importancia de que las personas aprendan a gestionar sus recursos de forma productiva.

Según este autor, las organizaciones (sean públicas o privadas) que carecen de capacidad gerencial necesitan estudiar las razones de su rendimiento, diagnosticar y reconocer sus fallas e incrementar así la productividad. Algo complementario lo ha expresado el economista Santiago Montenegro cuando afirma que en referencia al sector público, los ciudadanos al final reclamamos más gerencia del Estado y sin importar quién esté al mando o quién preste los servicios públicos, o qué ideología tiene el gobierno, a lo que sí aspiramos es a que nos gobiernen con eficiencia.

El gobierno actual de Venezuela parece el mejor contraejemplo a todo lo anterior. Una mezcla de improvisación, decisiones poco estudiadas (cuando hay algo de estudio), políticas con beneficios individuales y no comunes, excesos en el gasto público sin ningún control y con beneficios más ideológicos que reales, burocracia, abuso e irrespeto con los medios de comunicación, estatizaciones ineficientes, violación permanente a las libertades individuales, violencia social y animación a la lucha de clases, entre otros temas. Todo ello es un vivo ejemplo de la ausencia de una adecuada práctica de la gestión pública.

A este triste estado de la nación, la calificadora Fitch acaba de agregarle el deterioro en la calificación económica de Venezuela de B a CCC. Esto lo que significa es que a partir de la fecha nuestra nación vecina vive la situación de una posible suspensión de pagos. Evidentemente se trata de una nación en donde no hay categoría de inversión. A manera de comparación, Colombia hoy tiene categoría de inversión con resultados en ascenso y un dato de calificación de riesgo de BBB+.

Las razones que se aducen son ambas totalmente ciertas. De un lado, la seria vulnerabilidad del país ante la caída en los precios del petróleo, siendo este un producto que representa aún el 96% de los ingresos por exportación (y digo aún porque hoy se produce casi un 40% menos que hace 15 años, lo que significa que el deterioro productivo es peor), la seria reducción en las reservas internacionales (que hoy son la mitad de las que tenía Venezuela en el año 2008) y la escasez de divisas alimentada por el cierre de los mercados de capitales a dicha nación.

En segundo lugar, Fitch pone de presente la seria inestabilidad macroeconómica que incluye inconsistencias entre la balanza de pagos, el tema fiscal y la política monetaria; los abusos en racionamiento de divisas y en control de precios; la inflación acelerada que dicen algunos supera ya el 60% anual; una recesión campante de más allá del -4% y la falta de transparencia y credibilidad a las cifras macroeconómicas que justamente esconden un manejo económico erróneo.

La preocupación adicional para el caso colombiano es que estas políticas y los nefastos resultados económicos tienen aún impacto negativo en nuestra economía por la vía de un peor movimiento en la zona de frontera. Situación esta que genera desempleo y menor movimiento de bienes y servicios en una zona que vive de esto. La estimada devaluación real de Venezuela, que supera el 70%, es una fuente de menor crecimiento en la región.

En segundo lugar, esta debacle económica aumenta el contrabando en la frontera y puede afectar las exportaciones al vecino país, que hoy llegan a los US$1.700 millones (cifra que entre otras es ya la tercera parte de las exportaciones que se hicieron en el año 2008).

Lo simpático es que este desastre en la gestión pública todavía tenga afectos en algunas personas en Colombia, que ven en Venezuela un “ejemplo” de buen y aconsejable gobierno para el mundo.

Los hechos son tozudos y la triste administración económica del vecino es un ejemplo para el mundo de lo que justamente no se debe hacer.

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