Vergüenza Ajena

Jamás pensé que después de haber tenido que pasar por la humillación de tener un presidente como Ernesto Samper, un desfachatado que fue elegido con el dinero de los narcotraficantes, a quien no le importó que los colombianos fuéramos tratados durante esos años como parias por pertenecer a un narco Estado, iba a sentir tanta vergüenza como la que hoy siento teniendo a Juan Manuel Santos como presidente.

Vergüenza ajena porque, gracias al respaldo que le brindó a la candidatura de ese expresidente que fue gran deshonra para Colombia, hoy tenemos que soportar la afrenta de verlo presidiendo la Unasur, entidad que, aunque flaco favor le hace a las democracias suramericanas, tiene figuración internacional.

Vergüenza ajena por la forma como procede el presidente Santos ante muchas situaciones, por ejemplo, la durísima realidad que están viviendo nuestros hermanos venezolanos, agudizada después de la brutal y arbitraria detención del alcalde de Caracas Antonio Ledezma, y del asesinato de varios estudiantes que protestaban en las calles.

El presidente salió con un tibio comunicado en el que dice que “lo que suceda en Venezuela nos afecta a los colombianos, por eso lo único que deseamos y buscamos es el bien de Venezuela y del pueblo venezolano. Nunca hemos sido indiferentes y nos hemos quedado quietos con los problemas del país” (…) “Siempre hemos querido tomar un papel constructivo” (…) “En el caso del alcalde Antonio Ledezma, también esperamos que cuente con todas las garantías para un debido proceso”. Y, de paso, aprovechó la misiva para reiterar su agradecimiento al vecino país por el apoyo brindado a su proceso de paz.

¿Cómo es posible que, mientras los presidentes de las naciones democráticas, líderes y representantes de diferentes organizaciones internacionales, se manifestaron rápidamente condenando con vehemencia los hechos ocurridos en Venezuela, que han atentado gravemente contra los derechos humanos, el presidente Juan Manuel Santos saliera con un mensaje tan edulcorado y evasivo?

Un comunicado vacilante y arrodillado que deja entrever mucho temor a pronunciarse a favor de los principios democráticos. Además, que parece seguir un libreto dictado desde La Habana. Un mensaje hecho para satisfacer a la opinión pública que clamaba por un pronunciamiento oficial pero con una dosis de mesura suficiente como para no fastidiar la tiranía que está sirviendo como garante del dichoso proceso de paz.

Es tan ambiguo el mensaje que en vez de surtir el efecto de una respetuosa protesta por los abusos que está cometiendo el gobierno venezolano, sirvió como una voz de aliento: “A mi amigo Santos, le agradezco su apoyo y las palabras de hoy”, dijo el señor Maduro delante de todos los medios de comunicación.

¡Qué vergüenza! tener que oír esas palabras, después de lo que está sufriendo el “bravo pueblo” hermano, y de que la gran mayoría de colombianos censuramos los atropellos a los que está siendo sometido.

Una cosa es el respeto, la no injerencia en los asuntos internos de un país y otra muy distinta callar o pasar de agache, como lo está haciendo el presidente Juan Manuel Santos, ante esa reiterada e infame violación de los derechos humanos.

¡Qué vergüenza!.

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