Vicisitudes del re-acuerdo

Por lo visto el periódico de The New York Times anda bastante molesto con The Wall Street Journal por haber exaltado al expresidente Álvaro Uribe en su columna principal. Suena curioso que los diarios más grandes de Estados Unidos se trencen acremente sobre lo que ocurre en Colombia. El NYT toma partido y dice que dicho exmandatario se ha echado como un buey cansado en la mitad del camino, por decir lo menos, supuestamente para no permitir un acuerdo de paz con las Farc.

Esto es solo para demostrar hasta dónde ha llegado el debate de lo que ocurre en nuestro país. Porque, internamente, claro está, las cosas no han sido menores. No obstante, mientras se pretende evadir el resultado del plebiscito, que como se sabe sorprendió con un No que salió de lo profundo del alma de una mayoría de colombianos, justificado por el descalabro rampante de las encuestas bajo la tesis de una presunta votación invisible que no podía calcularse, lo cierto es que se avanza paulatinamente en la creación de un ambiente para el diseño de un nuevo acuerdo de paz. Todo ello, por descontado, mientras que parecerían darse descalificaciones por parte de voceros del Sí y una estrategia evidente para dividir a los del No.

El Presidente que, sin embargo, parecería situarse por encima de esas circunstancias quisquillosas, se ha mostrado dispuesto a escuchar a los diferentes sectores. Pero mucho más allá de ello, estos han logrado, en un menor tiempo de lo presupuestado, enviar las advertencias principales sobre el denegado acuerdo de La Habana, que son el motivo para producir la renegociación, si es que en verdad existe disposición de los firmantes anteriores.

Desde luego hay que enfrentar el tema con la paciencia propia de un resultado que, aun con el Nobel de Paz de por medio, significó una intempestiva hecatombe gubernamental. Está bien que las marchas ciudadanas, en diferentes regiones, promuevan un re-acuerdo pronto y permitan avizorar las exigentes realidades nacionales, como las de la reforma tributaria.

Las propuestas del No son, de algún modo, las mismas que sus voceros caracterizados, como el expresidente Uribe, han trasegado desde que inició el proceso de paz hace cuatro años, y que tuvieron impacto mayor cada vez que se daban a conocer los acuerdos parciales, en el transcurso del último bienio. De manera que, por supuesto, no hay de qué sorprenderse, aunque algunos digan que el pacto habanero es inalterable, salvo por ajustes de forma y enmiendas de pequeño alcance.

Lo ideal es, desde luego, enemigo de lo bueno en circunstancias como estas, no así sin embargo el hecho de que pudiera desconocerse, por la vía de la cultura del atajo, la esencia plebiscitaria. Sería un verdadero estropicio para la democracia, en un futuro, que no se diera el alcance preciso a la consulta presidencial de resultado negativo. Como también sería un estropicio perder la oportunidad de desmontar a la guerrilla más vieja del mundo y volver por los caminos inciertos de otros tiempos.

Quisiéramos, por tanto, ser optimistas en el sentido de que el núcleo de las propuestas del No es fácilmente abordable, entendiendo por descontado de que se trate de salvar un pacto que fue votado negativamente y que en términos drásticos no tendría recomposición, tal como sucedió con el Brexit en el Reino Unido.

Los elementos aducidos, como la justicia transicional a la colombiana, van al punto sin que ello deje de tener, como en el acuerdo de La Habana, componentes internacionales objetivos.

De antemano las facultades extraordinarias presidenciales son de uso constitucional, sin necesidad de las ideas en exceso creativas que se plasmaron en el acto legislativo, igualmente improbado en el plebiscito. Nada sería más propicio para una paz estable y duradera que usar el curso constitucional respectivo, como lo dijimos reiterativamente en su momento.

Se pensó, días atrás, que el Gobierno llevaría la vocería de un acuerdo político previo entre el Sí y el No a la Mesa de La Habana. Ahora resulta que es al contrario, y que la delegación negociadora oficial actuará más bien de árbitro o estafeta entre la comisión de las Farc y los voceros del No. Si esto es así, no será, para nada, descartable que ellos mismos hagan parte de las negociaciones en La Habana, sin la intermediación que demora las cosas.

Lo que interesa, ciertamente, es que exista el aval gubernamental, tanto en los temas de fondo como en los procedimientos. El Jefe de Estado tiene la oportunidad gigantesca, tal lo dijimos desde el momento mismo en que se conocieron los resultados del plebiscito, no solo para liderar, como lo ha hecho, un diálogo nacional, sino para producir un pacto del mismo talante propuesto por los sectores del No.

Sea lo que sea, no obstante, no podría ello verificarse dentro de la idea, ya superada, de que simplemente sea un convenio mecánico, al estilo frentenacionalista, sino que debe regresar al pueblo para refrendación, cada quien por su parte manteniendo, posteriormente, el libre juego democrático y el contraste de las ideas.

Cuando las aguas comienzan a regresar a su curso, luego del triunfo del No, lo que importa es tomar el toro por los cuernos sin distracción alguna. Llevadas la próxima semana las propuestas a la Mesa de La Habana, se sabrá si estamos en el cierre de la recta, buscando un acuerdo rápido y sensato, o si ella se abrirá para demorarlo un tiempo incierto.

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