Y ahora… hacia lo mismo de siempre

Será todo no muy distinto de lo que ya sucedió. Cambiarán los matices. Los nombres de los protagonistas. Los rostros de los asesinos. Y sus alias.

Ya está por acabarse la anual batahola. Ya estallaron los últimos triquitraques. Los niños quemados poco a poco se recuperan en sus camastros empastados en picratos y ungüentos de calamina. Y los últimos apuñaleados después del jolgorio poco a poco abandonan sus gasas como resucitados. Las hormigas están arrastrando ahora las últimas boronas de las mesas de los banquetes hacia sus madrigueras. Y los perros y los gatos hogareños roen los huesos mondos de los pavos y los pollos sacrificados masivamente. Los parlantes se enfrían hartos de moler el chucuchucu del bailoteo. Y los manteles hacen tránsito a los lavaderos hechos zurullos, llenos de pegotes. Las muchachas del servicio limpian los retretes de las indigestiones y enjuagan las vajillas y echan en las bolsas que irán a la basura los vasos y los platos de cartón del reciclaje. Hay un amontonamiento de botellas vacías poniendo cara de viudas. Los invitados han partido con sus maletas repletas de ropas ajadas. Las cosas vuelven poco a poco a su normalidad. Los pesebres, a los cuartos de San Alejo. La bombillería, las burbujas de vidrio, los árboles mustios. Por las carreteras cansadas regresan los automóviles familiares desollados por el sol de sal de las playas. El festín ritual ha terminado, la celebración del mito del nacimiento del hipotético niño judío. Y los comerciantes se aprestan a anunciar los baratillos de los saldos de los inventarios que se quedaron sin realizar, porque es preciso abrir espacio en las bodegas para la moda del año entrante. Y uno pregunta: y ahora qué sigue.

Ahora sigue lo mismo que habíamos venido haciendo. Los políticos con sus enredos volverán a ocupar los micrófonos y los empleados a sus oficinas con un cierto alivio y los muchachos empiezan a pensar en el regreso a los horribles colegios, en la compra de los libros del embrutecimiento funcional, de los uniformes por estrenar, contra las limitaciones de la nueva reforma tributaria. Ahora es evidente, el planeta que habitamos, esta bolita azul con tempestades que llamó un amigo mío poeta y coterráneo de Envigado, inicia un nuevo giro y en los almanaques campea como un enigma el siete mágico que también enumera los siete pecados capitales.

No es necesario ser profeta para saber lo que enfrentaremos ahora, cuando los rastros de la fiesta hayan sido borrados por completo. Un idiota violará a una niña en alguna parte. Otro volará en pedazos un supermercado en algún lugar de este mundo. Y otro propondrá una nueva solución para el desmadre de la vida que nos hacemos. La vida es bella y amarga. El nuevo emperador del occidente cristiano pronto abrirá las cartillas de los secretos del poder en la Casa Blanca. Y los botes atestados de africanos sirgarán hacia las costas europeas con sus corotos y sus niños y sus esperanzas. Quiere usted, lector, saber lo que pienso que viene? Solo tengo que echar un vistazo a los periódicos del año pasado. Será todo no muy distinto de lo que ya sucedió. Cambiarán los matices. Los nombres de los protagonistas. Los rostros de los asesinos. Y sus alias. Aparecerá una enfermedad inédita. E inventarán una vacuna. Y agregarán una galaxia al catálogo de los objetos siderales. Y unos hombres y unas mujeres muy semejantes a los del año pasado volverán a abrazarse desnudos en los lechos recién vestidos, para repetir la secuencia de los eternos retornos. Pues hay un montón de niños haciendo cola para ingresar en los úteros, un montón de niños convencidos de que ellos también tienen cosas por decir. Y desórdenes por armar. Y guerras por hacer justificadas en alguna patochada.

Ya verán cómo tengo la razón. Pero no importa. No se desanimen. Y sigan andando hacia donde no sabemos. Les deseo un feliz año de todos modos. Ni más faltaba. Un buen deseo a nadie se le niega. Y cuídense. De sus prójimos, claro. Pero sobre todo de ustedes mismos.

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