¿Y después del 23-M qué?

Que las Farc generen hechos unilaterales y se desaten nudos del pasado que siguen intactos es parte de la tarea después del fallido 23 de marzo.

Tras la frustración cantada del pasado 23 de marzo, comenzó a hacer carrera la idea de que los plazos en una negociación son fatales y que en ese sentido es mejor simplemente decir que la paz está cerca y esperar que llegue pronto aunque no sepamos concretamente cuándo.

A estas alturas no creo que los plazos en el proceso de paz resulten malos sino que, al contrario, se vuelven indispensables. Han pasado más de tres años desde cuando comenzó formalmente el proceso entre el gobierno y las Farc y aunque nos digan con insistencia que lo más difícil ya pasó y que la firma del acuerdo final no tiene reversa, lo cierto es que los pendientes de la mesa siguen siendo todavía suficientes como para no cantar victoria. 

Las salvedades en los acuerdos agrarios y de participación política que superan los 50 puntos todavía sin resolverse, nunca volvieron a abordarse –aunque para ganar tiempo podrían ser objeto de revisión en comisiones paralelas- y, definiciones tan importantes como la manera en que quedará conformado el tribunal especial de paz siguen también en veremos. Hace algunas semanas el asesor del gobierno para estos asuntos, el rector del Externado Juan Carlos Henao, reconocía en RCN RADIO que no era claro si personas encontradas inocentes por la justicia ordinaria volverían a ser llamadas por la justicia transicional y se reabrirían sus procesos si así lo quisieran los miembros del tal tribunal de paz. ¡Menudos cabos sueltos tendrían que irse aclarando de manera expedita!

Aunque el gobierno puso con afán a todos sus alfiles a responderle al expresidente Pastrana sus dudas y críticas frente a la justicia transicional, muchos temas de la llamada letra menuda siguen embolatados en la practica y además de un esfuerzo retórico para contrarrestar la voz del exmandatario, en la mesa no se vieron reflejadas acciones concretas para disipar las válidas objeciones. 

Tanto el gobierno como las Farc creen equivocadamente que la confianza de los colombianos se puede estirar indefinidamente y jamás se quebrará. Sin embargo, promesas rotas como la del 23 de marzo pasado y un tonito cada día más desafiante de la guerrilla dejándonos claro que ellos tienen la sartén por el mango, complican aún más la necesaria legitimidad de los acuerdos de paz.

En este escenario ‘post-23M‘ lo único que puede hacer que los colombianos escépticos comencemos a creer y que aún los más partidarios del proceso de paz refuercen su esperanza, es que la guerrilla y el gobierno asuman con seriedad la temporalidad del proceso, se fijen nuevas fechas límites -que esta vez se cumplan- y avancen por lo menos en los asuntos que quedaron pendientes de acuerdos supuestamente cerrados meses atrás.

Es indispensable además que las Farc comiencen a dar muestras unilaterales de paz: que se comprometan a no sembrar más minas y a quitar por su cuenta las que instalaron y que materialicen su promesa de no tener más niños reclutados en sus filas, todo esto antes de la firma final.

Después del fallido 23-M el gobierno y las Farc definitivamente tendrán que buscar menos fotos con personajes internacionales y más sintonía con los colombianos de a pie si quieren que cuando llegue la firma final todavía quede algo de fe en este proceso de paz.

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Mientras tanto, algunos expresidentes y líderes políticos de la unidad nacional le siguen aconsejando en privado al gobierno bajarse definitivamente del bus del plebiscito por la paz. ¿Seguirá el presidente Santos insistiendo en ese tema?

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