El debate de la desvergüenza

Los colombianos asistimos el miércoles pasado al debate de la desvergüenza. En la Comisión Segunda del Senado, Iván Cepeda le tenía todo un montaje al hoy senador Álvaro Uribe Vélez mediante el cual se proponía desprestigiarlo y enlodar no solo su nombre sino el de un movimiento naciente como es el Centro Democrático. Pero las cosas se le voltearon y el debate terminó siendo una lección de historia narrada por sus propios protagonistas.

El nacimiento del paramilitarismo en Colombia; los vínculos del narcotráfico con la política; el financiamiento de las Farc mediante el secuestro, la extorsión y el terrorismo (que les permitió llegar hasta donde han llegado); la participación definitiva y permanente de los mayores criminales en cada paso que se da en Colombia; y muchas otras cosas se pudieron escuchar de boca de quienes las crearon, las cohonestaron, las buscaron o las propiciaron.

Horacio Serpa sabe -porque le consta e hizo parte de un gobierno cuya campaña fue financiada con dineros del narcotráfico- que el paramilitarismo es producto de esos mismos dineros y que existe un vínculo estrecho y devastador entre la política y la mafia; y así lo hizo entender. Antonio Navarro Wolf y Hebert Bustamante saben -porque les consta- que la insurgencia ha tenido vínculos con esa misma mafia y se ha aliado durante años con ella para crear caos, desestabilizar el país y dominar a través del miedo y los más atroces métodos; y así lo expresaron.

Por su parte, Iván cepeda sabe -porque sus vínculos ideológicos y tácticos con las Farc son innegables- que ellos lo que quieren es el poder, y que harán lo que tengan qué hacer para conseguirlo; y sus intervenciones mostraron alta complacencia con ese propósito, aún negando lo que para el resto del mundo es evidente. Porque ningún colombiano con mediana información puede desligar el nombre de Iván Cepeda del de los terroristas de las Farc. Y con los argumentos presentados (que más que argumentos fueron imprecisiones, divagaciones y acusaciones infundadas), acabó de ratificar cómo su pensamiento, sus ideas, sus planteamientos y sus intenciones apuntan a las esbozadas permanentemente por los criminales farianos en sus páginas de internet. ¡Vaya coincidencia y vaya desfachatez!

Y así, cada actor y cada protagonista de esta desvergüenza tuvo la oportunidad de expresarse y sentar sus posiciones que no fueron más que una retórica mediática.

Pero lo que sí queda claro es que la reconciliación de este país es un imposible mientras subsistan tantos intereses personales y tantos culpables posando de víctimas; que es un imposible mientras el Gobierno Nacional cede el espacio y los criminales de las Farc lo aprovechan masacrando a nuestros compatriotas; que es un imposible cuando en el Congreso Nacional se pretende acribillar a unos porque supuestamente tienen vínculos con el paramilitarismo mientras, a través de debates armados por quienes sí los tienen con los terroristas Farianos, se les da a estos últimos una tácita patente de corso.

En últimas, el debate fue un desahogo que debió haber servido para clarificar nuestros antecedentes, pero fue de poca utilidad porque sirvió más como hervidor de odios, pasiones, y rencillas personales y terminó en un mar de descalificaciones políticas.

Pero ese es el país que tenemos y el Congreso que elegimos. ¡Qué tristeza!

Y algo curioso y degradante: nada dijeron aquellos que califican de guerreristas a quienes dudamos de las intenciones del terrorismo en la farsa de La Habana, en relación con la última masacre de siete policías caídos en una emboscada de las Farc. Ni un repudio, ni un reclamo, ni un pésame. Es como si esa masacre hubiera sido solo un titular de prensa y no se tratara de colombianos que prestaban un servicio a la Patria; es como si, en aras de conseguir resultados y de complacer a las Farc, los crímenes y las atrocidades se arreglaran ocultándolas o desconociéndolas.

Pero se les dio gusto a los terroristas, representados esta vez por unos intérpretes de las Farc que cumplieron el mandado de tratar de degradar al expresidente Uribe ante el país, mientras muy seguramente sus dirigentes se regodeaban en Cuba asistiendo al espectáculo televisivo en muelles sillas acompañados de sus amantes y un buen vaso de ron. Aunque, a mi modo de ver, se quedaron con los crespos hechos porque Álvaro Uribe no se prestó como el instrumento que ellos querían, y sus ataques y acusaciones tuvieron más eco que el montaje insulso del que fue víctima. ¡Así es la vida!

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