La fuente envenenada

Al periodismo en general está ocurriéndole lo mismo que les pasa a los gobiernos. Han maximizado las llamadas redes sociales, hasta atribuirles a los mensajes de twitter y Facebook un poder de convocación y una importancia superlativos. Los actos y decisiones oficiales se expiden y publican en la brevedad, concisión e inexactitud de los mensajes de difusión inmediata por la internet. Han perdido un toque mínimo de respetabilidad para envolverse en el pandemonio de las ligerezas, barrabasadas y desahogos emocionales de cuanto usuario irresponsable quiera abusar de la permisividad excesiva con que maldice y malescribe desde su teclado. El que no tenga una simple cuenta personal y no se actualice en alguno de esos medios popularísimos de desfogue está en el lugar equivocado.

En el modo de hacer periodismo es notorio el influjo dañino, pervertidor, corruptor, de las avalanchas de contenidos que circulan como aguas turbias por las redes que se vuelven antisociales. Es verdad que el periodismo está amenazado, como nunca antes, por las corrientes arrasadoras de la superficialidad, la insustancialidad, las versiones tendenciosas disfrazadas de verdades y primicias, la mala fe y el ánimo torticero y vengativo, el humor malicioso y ridículo, el sectarismo pasional y primitivo y, en fin, una lista larga de negaciones del servicio a la búsqueda honrada del sentido verdadero de los hechos y a la decantación de lo útil y trascendente para elevar la calidad de vida en el campo informativo.

Un error (innegable pero aclarable) como el de Duque al hablar del apoyo de los Padres Fundadores de la democracia americana y no de su inspiración filosófica a los precursores y fautores de la Independencia de la Nueva Granada, se ha exaltado a la categoría de tema de primer orden. Mientras tanto, lo que de verdad debería importar en la agenda mediática pasa a un plano secundario: Se advirtió ayer en un trabajo publicado en El Colombiano, que señala, con la cita de reporteros como el señor Viracachá, en Tumaco, el abismo entre la nación y las regiones, como si estas no integraran un todo nacional.

Superficialidad, farándula de cuarta categoría, sello centralista (que agranda un episodio anecdótico en Bogotá o Medellín e ignora o reduce a la mínima figuración un suceso trascendente en un rincón lejano del mapa), culto a los funcionarios como sujetos hieráticos y menosprecio de los hombres y mujeres de la calle. Motivos de discusión, ojalá, durante el nuevo año y en especial en las clases ya próximas y cuando en febrero vuelva a recordarse el Día del Periodista. En fin, vicios y amenazas contraídos mediante la consulta obsesiva, compulsiva, de unas fuentes de datos engañosas, sospechosas, envenenadas con las más tenebrosas formas de contaminación de la condición humana.

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