La Vía Tercera

El lamentable espectáculo de Tony Blair

No quedan sino las cenizas de la Tercera Vía

Lamentable, a no dudarlo, el espectáculo que viene dando Tony Blair por el mundo. Un personaje que se suponía estadista, que había inventado la llamada Tercera Vía  en la que académicos, politólogos y periodistas se fijaban por los criterios y la plataforma presuntamente independiente en medio de los extremismos políticos, ha terminado siendo un simple asesor comercial y lobista más de los miles que hasta hace muy poco merodeaban, cuando el precio del petróleo estaba por las nubes, en torno de los fondos de inversión árabe o de cualquier otra índole para invertir los gigantescos excedentes donde se dieran los menores controles estatales posibles, el mayor embeleso por su prestigio y las facilidades de acción gracias a su influjo y contactos.

Típico, pues, de la moda de anidar los denominados capitales golondrina, buscando réditos espectaculares e inmediatos en países periféricos, de los que por lo general escasamente se tenía información de su entorno social, ambiental y político, pero que eran seleccionados para raudas operaciones monetarias, especialmente en minería e hidrocarburos, o especular con el precio de los títulos al vaivén y el oportunismo de las bolsas internacionales. No solo en referencia a Colombia sino, entre otros, en Vietnam, Kasajistán y Perú, naciones escogidas por ese auge minero y petrolero, por lo demás no solo por la compañía de Blair, con base en los fondos de inversión de Kuwait o los Emiratos Árabes, sino también por otras intervenciones de fondos canadienses o europeos que estuvieron prestos a fabricar rendimientos descomunales y momentáneos en medio de la espiral económica. De este modo, antes que las abstracciones teóricas de la Tercera Vía, terminó más bien fundándose una especie de Vía Tercera, consistente, precisamente y a contrario sensu, en ser correa de transmisión de los intereses particulares bajo el expediente de que, con ello, igualmente los países obtendrían regalías nunca vistas. Regalías que, en Colombia, de otro lado, no sólo han servido para una dura fricción entre las regiones, sino de teatro para la erosión socioambiental y en muchos casos la parálisis de la inversión pública en algunos mecanismos confusos. Tercera Vía, de su parte, que asimismo hoy concluye como un simple canto de sirena frente a la evidencia de que lo que subyacía no era ella, sino la Vía Tercera o, como se dijo, el interés particular sobre el interés general. En eso quedó la consigna de Blair de “tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”.

Para llevarlo a cabo se enquistó un pensamiento artificioso de acuerdo con el cual había que generar la explotación de los recursos naturales a como diera lugar y para ello cualquier elemento de regulación normativa se vio como un enemigo. En tal sentido, instrumentos como las licencias ambientales se convirtieron, entre otros, en polígono principal de quienes no veían en ellas los mecanismos sustanciales del desarrollo sostenible sino estorbo para el flujo de caja. En general Colombia siguió los cánones ambientales que se adoptaron cuando se reinstauró el Ministerio de Ambiente, tratando de generar la protección y el equilibrio medioambiental ordenado en la Constitución, una vez este había sido cerrado precisamente para eliminar cualquier vestigio de regulación. Solamente ahora ese pensamiento, ya pasado su tiempo en el mundo, ha tratado de resurgir en las licencias exprés, las restricciones de la información ambiental adicional, la delimitación de los páramos adecuada a verdaderos criterios científicos y las cláusulas que en el Plan de Desarrollo, que se discute en la actualidad, apuntan a la desregulación o flexibilización, y pretenden generar axiomas tan nocivos como que, aun pese a las prohibiciones en páramos y humedales, se puede seguir explotando por supuestos derechos adquiridos -inferiores a los derechos colectivos del ambiente- que no se compadecen con la doctrina de las Cortes.

Blair, pues, se ha convertido en el símbolo exacto de todo aquello que significó la burbuja económica mundial que estalló en 2008, teniendo todavía a ciertos países en crisis, y que para algunas naciones se agravó con el desplome de los precios del crudo en 2014. Aparte del escándalo que recorre los periódicos europeos con el asunto, en lo que Colombia es pan diario, es la demostración de que la presidencia de ningún país debe ser simple trampolín para dedicarse después a lo de fondo para quienes así actúan: ¡los negocios!

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