Partidos y líderes dan pena

El deplorable papel de los líderes y partidos políticos en Antioquia, durante esta campaña, solo nos deja la esperanza de que en las próximas elecciones la sociedad sea superior a sus dirigentes.

El comportamiento, las actitudes, los acomodos y tumbos que tanto los líderes políticos como sus partidos llevan meses mostrando en Antioquia arrojan un panorama desolador. Una realidad que da grima y frente a la cual sólo nos queda manifestar una esperanza: que en las próximas elecciones regionales y municipales del 25 de octubre, los ciudadanos sean superiores a sus dirigentes. Que sean más inteligentes, más éticos, más verticales y más consecuentes con la suerte del departamento, de su capital y de sus municipios.

Porque ya no son solo los cambios de camiseta y los triples saltos de un lado a otro, sino que el propio honor personal, político -si alguna vez existió- de tanto dirigente que eleva cantos de amor a Antioquia, a las virtudes de transparencia y lealtad a los principios, han quedado hechos polvo.

Los partidos políticos han mostrado, de la peor forma posible, los desgarros y costuras internas que hacen que cualquier unidad de criterio se rompa, que no se obedezca a objetivos distintos a quedarse con un cargo público como fin en sí mismo. Preguntas elementales de los votantes se quedan sin respuestas: cuáles programas, cuáles trayectorias, cuáles garantías de conocimiento profundo de la ciudad, del Departamento, de las regiones. Cuál liderazgo.

Los candidatos pueden ser intercambiables, nos dicen los partidos, y lo mismo un personaje sirve en un momento dado para la Gobernación, que para la Alcaldía de Medellín, o si se tercia, para la Asamblea o el Concejo, como si llegaran a enfrentar retos idénticos, a administrar estructuras equivalentes o a resolver problemáticas de igual índole.

Hay muy escasas propuestas de renovación generacional, sin que esta se reduzca automáticamente a la edad del candidato, aunque la suponga. Y de allí que a última hora se vea a organizaciones políticas buscando con urgencia candidatos de reemplazo sin tener en cuenta si es la persona indicada para el momento preciso, para el aquí y el ahora.

¿Qué carreras de jóvenes promesas se están fortaleciendo, de qué bagaje se les está dotando para que sean los gobernantes capacitados del inmediato futuro? ¿Qué liderazgos caudillistas están cediendo en su autopromoción para abrir paso a nuevas formas de ejercicio del poder público?

La falta de respuestas va unida a lo que llevan viendo durante meses los votantes antioqueños: campañas larguísimas de candidatas con un líder potente detrás, que pese a todas las advertencias sobre sus notorias falencias anima sin pausa a su patrocinada, para cambiar de opinión al último instante. O un candidato liberal que apenas el año pasado se postulaba -y llegaba- a una curul en el Senado, para pocos meses después decir que no, que no era ese su lugar, sino que servía más bien tanto daba para gobernador como para alcalde. O el otro que hace un lanzamiento de la mano de un aliado joven y quizás crédulo, con gran despliegue y declaraciones de grandes metas, para días después aparecer de la mano de otro. El mismo que, atado a un discurso de transparencia y pureza, pone vayas publicitarias que hacen evidente esguince a la ley. O una candidata “conservadora” de quita y pon para pactar acuerdos de no se sabe qué naturaleza con otro candidato muy activo pero hasta ahora mudo. O, en asunto que no debe esgrimirse como de exclusivo resorte privado, pues lo que nos jugamos es de absoluto interés público, algún candidato cuyo estado de salud tendría que ser informado de forma honesta y transparente a la ciudadanía.

Quedan poco más de tres meses para que la gente asuma la responsabilidad de convalidar o, por el contrario, de reconducir mediante su voto esta forma de ejercer la política. Dando así una lección democrática a quienes no se han dado cuenta de que la conciencia moral de una comunidad conocedora de sus derechos puede cerrar el paso a esta vulgar modalidad de desempeñar la que tiene que ser una función noble y decente.

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