MAO VIVE

Hace un par de semanas, en la ciudad de Londres, la policía reveló la existencia de tres “esclavas”, quienes durante treinta años habían sido mantenidas en  los confines de una casa, sometidas al dominio de una pareja que  por décadas perteneció a los círculos de la izquierda británica. El líder del grupo, un personaje con ínfulas mesiánicas, fue director de un “Instituto para el estudio del marxismo-leninismo-pensamiento Mao Zedong”. Las “esclavas” compartían de un modo u otro las expectativas utópicas de la secta.

Este caso pone de manifiesto el impacto del adoctrinamiento ideológico sobre numerosas personas, quienes a pesar de la evidencia que abrumadoramente demuestra el fracaso rotundo de ciertas creencias, en este caso de los desastres que el marxismo produjo y sigue produciendo hoy en varias partes del mundo, se rehúsan a admitir el error y siguen adelante, confiados en que un día a ellos les corresponderá establecer el paraíso en la tierra.

Ni hablar de la tragedia que significó Mao para China, así el régimen comunista preserve su cadáver embalsamado como objeto de culto, en un esfuerzo para legitimar el despotismo. Los millones de muertos por hambre y represión que arrojaron los experimentos delirantes de Mao, como el llamado Gran Salto hacia Adelante y la demencial Revolución Cultural, no han sido suficientes para convencer a los socialistas de hoy acerca del horror que espera al final del camino a quienes se empeñan en no aprender de la experiencia.

Deseo destacar dos aspectos del tema con relación a Venezuela. Por un lado la sencilla pero intrigante pregunta de por qué tenemos en nuestro país tanta gente de izquierda en general, y no pocos marxistas, leninistas y hasta maoístas en particular. De otro lado la no menos enigmática interrogante sobre la escasa importancia que la dirigencia democrática concede a este asunto, negándose (con muy pocas excepciones) a atacar el socialismo y denunciar su presencia activa como uno de los elementos dinamizadores del caos bolivariano.

Las respuestas a tales preguntas se vinculan. En Venezuela, a diferencia de otros países, la cultura de izquierda no ha asimilado aún los embates de la realidad ni de una contraofensiva ideológica firme desde otras perspectivas socio-políticas. Las Universidades públicas se encargaron de crear generaciones de izquierdistas. Los que están en la oposición dicen: “los chavistas no son de izquierda, sino fascistas”, y los chavistas responden de igual modo.

Como me dijo un destacado profesor de literatura, a quien me topé en un pasillo universitario: “Aquí en Venezuela todos somos de izquierda, y la oposición también”. Tenía razón, aunque no del todo, pues me eximo de esas veleidades (aunque una vez fui joven y por tanto inmaduro).  Lo importante en todo caso es que la dirigencia democrática, que es predominantemente de izquierda y “progresista”, desdeña con no poca frivolidad la tangible relevancia de la ideología en el contexto de las luchas políticas que tienen lugar en Venezuela. Hasta el tema de Cuba sólo recibe atención secundaria y esporádica.

Al colocar el debate en el plano de la corrupción y la incompetencia del régimen, obviando el tema del socialismo y la dominación cubana, la oposición transmite este mensaje: “Somos lo mismo que los chavistas, pero en el gobierno no robaremos y lo haremos mejor”. Aparte de superficial, se trata de un mensaje estéril y sin pegada comunicacional. Al hablar de “enchufados” y “bates quebrados” la oposición se mantiene en el más rudimentario de los niveles, ocultando el sol con un dedo.

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