REFLEXIÓN POLÍTICA Y MÍSTICA DESDE LA NAVIDAD DEL 2013

Dietrich Bonhoeffer ejecutado el 9 de abril de 1945 por orden de Hitler junto con el almirante W.W. Canaris quienes colaboraron en la conspiración para derrocar el tercer Reich, es recordado por su clarividencia cuando ante el ascenso del nazismo al poder en 1933 escribía: "Hay que resistir contra la violación de la conciencia y la destrucción del evangelio." Se preguntaba como teólogo mientras estaba en la cárcel: “¿Qué creemos realmente? ¿Quién es Cristo, hoy para nosotros? ¿Qué significa para el Cristianismo la radical falta de religiosidad de los hombres? ¿Es que queda sitio para Dios? ¿Son verdaderos límites humanos de la muerte, el pecado, el sufrimiento?" Estas serían preguntas para el cristiano adulto, dolorido en su soledad, en su honestidad radical. Pero la Navidad nos dice que celebremos el pesebre,  no según las festividades de las mayorías; o en la fácil  soledad que se hace cargo de uno mismo en su lejanía de Dios, pero celebrándolo con buñuelos o trago; sino en medio de la  celebración, manteniendo la discreción de la honestidad  radical de lo que ve, siente y oye sobre el pesebre.

Se da uno cuenta entonces que el niño vive y goza de la vida de acuerdo con su verdad y esa fidelidad la mantuvo Jesús toda la vida. Y en esa fidelidad del niño a sí mismo, vemos su honestidad. Recuerdo entonces lo que se siente el estar junto a alguien que es honesto con uno. Y quizá por eso hoy tenemos un gran problema en Bogotá, porque la gente ha aprendido de la honestidad de las mascotas, propias y ajenas, que te gruñen o mueven la cola y tú sabes a qué atenerte. Eso no ha pasado con los tres últimos alcaldes; han movido la cola para bailar en las navidades, tomar trago, y cuando gruñen son políticamente inapropiados para unos y apropiados para otros, por lo que uno no sabe a qué atenerse con su gruñido. Pero con los perros reales no hay engaño, por eso están en los pesebres.

El niño también detecta las mentiras, o decide jugar con ellas y suspende la incredulidad para  participar en el juego de ser un rey mago que hace magia con los contratos, las multitudes, los periodistas. Pero de pronto el niño descubre un espacio de honestidad en sí mismo y dice: “No quiero jugar más; me cansé; quiero mis juguetes; quiero irme a dormir.” Y aparece en el juego  de los que quieren vivir en una eterna navidad política, un señor gordito, parecido a Papá Noel, que les daña la fiesta porque los mira por encima de las gafas, y esa mirada no les gusta a los niños porque quiere decir que ese señor serio les va a quitar los regalos. Cuando el señor gordito les quita los ‘juguetes’, algunos niños aprenden a rezar y otros se vuelven groseros.

El pesebre necesariamente nos recuerda a Jesús quien antes de hablar sabía que lo que estaba a punto de decir era verdad. Por eso hablaba y la gente le creía porque como le escuchaban desde la confianza que les inspiraba, es decir, como niños, sentían que les  decía la verdad. Por eso me pregunto y te aconsejo que lo hagas contigo mismo mediante una vieja expresión española: “Según tu leal saber, entender y sentir, ¿sabes si es verdad lo que vas a decir en el periódico, la radio, la televisión, la plaza? ¿Podrías formular tus palabras de forma que reflejen de una mejor forma tu verdad esencial, esa que no miente?"

No sé si sabes que la verdad se siente en sitios diferentes del cuerpo. Algunos políticos la sienten en la cabeza y los bolsillos; otros, los verdaderos, la sienten con los pobres en el estómago, con las víctimas en todo el cuerpo, con los secuestrados en los tobillos, con las mujeres violadas en la intimidad que le obligan a entregar. Por eso los sabios cristianos dicen que el verdadero político es Cristo quien tiene  la verdad de la paz  que sobrepasa toda comprensión y el poder para otorgarla. Por otra parte, los verdaderos niños saben que la paz no está en los regalos; de ahí que sean felices, aun si no los tienen, porque sus padres, abuelos, hermanos les dan esa paz con una sonrisa, una broma, un juego sencillo.

Yo procuro rodearme en mis navidades de personas que buscan, cuentan y viven sus vidas de acuerdo con sus verdades; es decir, personas honestas. Lo hago en navidad porque no es posible estar rodeado de esa clase de personas todo el tiempo.

Tengo también cuidado con las personas que odian; por eso en navidades no leo a ciertos columnistas que durante todo el año  se sienten molestos, enojados, ofendidos, a la defensiva, amenazados, asustados, con todo lo que les huela a cristianismo, religión, iglesia, misericordia, tratando de destrozar mi verdad. Permanezco atento, calmado, pensante; les contesto por escrito cuando puedo y tienen un correo. Pero  estas navidades no lo haré.

Comencé estas reflexiones sobre navidad con Dietrich Bonhoeffer porque es invocado en la lucha por la libertad y  la justicia; por la sinceridad y por el compromiso radical, tanto por católicos conservadores o progresistas, como por protestantes piadosos o secularistas; tanto por creyentes como paganos o ateos;  en la Alemania del arrepentimiento y la del marco unificado; al igual que  en los Estados Unidos del pluralismo, la tecnología y la responsabilidad global. Su memoria es revivida, en África del Sur contra el apartheid, en Cuba contra el marxismo, en el resto de América Latina contra el capitalismo y las dictaduras militares o políticas. Se invoca su ejemplo y se recupera su palabra para una vida de piedad profunda como para una vida civil comprometida.

Así, la honestidad integral como persona llevó a Bonhoeffer al compromiso intelectual y político en el que empeñó la vida y por el que murió. Pero a veces el buen Dios, sin que lo pidamos, hace milagros sin necesidad de los políticos, los teólogos excelsos o los Papas.

En el frente occidental, el 24 de diciembre de 1914, los alemanas comenzaron a decorar sus trincheras y a cantar Noche de Paz. Los ingleses los oyeron y respondieron con villancicos similares. Hay muchas narraciones y testimonios de este acontecimiento; de ahí nace la tradición de las treguas navideñas en las guerras. En un entierro, en la tierra de la muerte, las tropas inglesas y alemanas se reunieron para rezar un fragmento del Salmo 23, cada quien en su lengua: El Señor es mi pastor, nada me falta./ Sobre pastos verdes me hace reposar,/ por aguas tranquilas me conduce./ El Señor me da nueva fuerza,/ me consuela, me hace perseverar./ Me lleva por el buen camino,/ por el amor de su nombre./ Aunque camine por un valle oscuro / no temeré mal alguno porque Él está conmigo.

La tregua ocurrió y se extendió por varios días a pesar de la oposición de los niveles superiores de los ejércitos. Es decir, el corazón verdadero de los hombres había vencido a los señores de la guerra; pero no tuvieron fe en esa vivencia humana esencial que le había regalado la verdad que habita en el corazón de cada quien cuando la busca, porque la cree posible, y se le planta al relativismo fácil. Desde el inicio de su Pontificado, Benedicto XV había pedido a los jefes de los pueblos beligerantes: “En medio de los horrores de la terrible guerra desencadenada sobre Europa, Nos  hemos propuesto tres cosas entre todas: conservar una perfecta imparcialidad con relación a todos los beligerantes, como conviene a Aquel que es el Padre común y que ama a todos sus hijos con un igual afecto; esforzarnos continuamente por hacer a todos el mayor bien posible, y esto sin acepción de personas, sin distinción de nacionalidad o de religión, tal como nos lo dicta tanto la ley universal de la caridad como el supremo cargo espiritual confiado a Nos por Cristo; por último, como lo requiere igualmente nuestra misión pacificadora, no omitir hacer nada, en la medida en que estaba en Nuestro poder, de aquello que pudiera contribuir a apresurar el fin de esta calamidad, intentando inducir a los pueblos y a sus Jefes a optar por soluciones más moderadas, por deliberaciones serenas a favor de la paz, de una paz “justa y duradera”. Todo esto fue desoído. Sin embargo, algo bueno sucede siempre en nuestras vidas cuando, por la gracia de Dios o nuestro sincero clamor, miramos los ojos de  ese niño inocente que vive en el fondo de nuestros corazones. A veces hay que llorar para entender que una Feliz Navidad se nos ha prometido para toda la vida, pero hemos decidido disfrutarla solamente en las treguas. Así, ojala pudiésemos meter el espíritu de la navidad en un gran jarro para repartirlo todo el año, en vez de la mermelada de papel.Ese Papá Noel es el Presidente que necesitamos para la paz; y la mermelada que no nos han enviado en los barcos que vienen de La Habana es la que, con actos reales, palabras verdaderas, sin triquiñuelas y con justicia, pudiera ablandar y ennoblecer esa partecita dura del corazón que todos tenemos. ¿Se le miden a esa navidad? ¡Ojalá suene la sirena de ese barco!

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