A quien puede desagradar que desde el Estado exista un puente que permita hacer visibles las artesanías de Morroa (Sucre) o que se venda el carnaval de Barranquilla en un videojuego en 3D para que, en ese camino se promueva el empleo, se genere riqueza para el país y, de paso, se proporcione bienestar al que disfruta de los productos de la cultura.
En pocas palabras, eso es la economía naranja, una ola que a Colombia le ha costado trabajo digerir, pese a que la idea se difundió hace seis años, tras la publicación de un libro loco, escrito con letras dispares y ataviado con emoticones de máscaras, bombillas y notas musicales, el cual, hoy es un componente básico del Plan de Desarrollo del país de aquí al 2022.